América Latina y las nuevas fórmulas para derrocar gobiernos
.
Las derechas de la región y las élites
dominantes aplican una modalidad de 'golpe blando'. El progresismo
latinoamericano soporta los duros embates y se enfrenta al desafío de
tomar las riendas del poder económico o morir en el intento. Hubo un
tiempo en que el trabajo sucio de los señores del dinero estaba
garantizado por las botas de los militares. En los años 60 y 70, la
resistencia al imperialismo de Estados Unidos hizo crecer la
organización popular en América Latina y los estadounidenses
respondieron formando militares golpistas en la Escuela de las Américas
(Panamá) y financiando las dictaduras más salvajes de las que se tenga
memoria. Los golpes dejaron tremendamente dañado el tejido social e
hirieron profundamente la trama de organización popular que se había
generado desde las bases.
Sin embargo, no lograron acabar con todo
de lo que ya había sido sembrado: la idea de que el poder de las clases
dominantes podía ser cuestionado y, llegado el caso, transformado. Para
un continente que había sido formado siguiendo los modélicos preceptos
de Europa y EEUU, descubrirse a sí mismo no era un dato menor. Tras
recomponerse de los devastadores golpes, América Latina parece haber
recuperado esa capacidad de resistencia que tanto ha crispado los
nervios de la principal potencia del mundo.
Como recuerda el politólogo Atilio
Borón, las clases dominantes han visto cuestionado su poderío en la
región y, por lo tanto, las fórmulas de injerencia han tenido que
ponerse al día. Uno de los mecanismos estrella de este tipo de
herramientas es la política de desgaste o debilitamiento que consiste,
básicamente, en llevar adelante los denominados golpes blandos.
Golpes blandos El golpe blando consiste,
como lo define el periodista Luis Bruschtein, en vestir a una minoría
en mayoría, amplificar sus reclamos, crispar las controversias y
enfrentamientos y desgastar a quien gobierna hasta hacerlo caer por
medio de alguna farsa judicial o parlamentarista o forzando una
intervención extranjera como se pretende hacer ahora en Venezuela.
Estas campañas son diseñadas,
orquestadas, amplificadas y llevadas adelante por quienes sí tienen la
sartén por el mango: las corporaciones mediáticas Uno de los primeros
antecedentes de este tipo de golpes en la región fue aquel que se hizo,
precisamente, contra el Gobierno de Hugo Chávez el 11 de abril de 2002.
En la misma línea, a inicios del 2009, en Bolivia se desbarató un
intento de magnicidio contra Evo Morales y, poco más tarde, un golpe de
estado en Honduras terminó con el gobierno de José Manuel Zelaya.
A estos casos se le sumaron la intentona
golpista contra Rafael Correa en 2010 y el derrocamiento de Fernando
Lugo en Paraguay en 2012. Este tipo de golpes son más complicados que
los golpes militares, pero más acordes a los tiempos que corren. La
premisa básica consiste en señalar un bando de malos, conformado por un
grupo de tiranos de en el poder, y un bando de buenos, que representan
la bandera de la lucha por la libertad. Estas campañas son diseñadas,
orquestadas, amplificadas y llevadas adelante por quienes sí tienen la
sartén por el mango, las corporaciones mediáticas.
Otra de las características de estos
golpes es que las élites dominantes alinean sus intereses detrás de sus
impulsores a nivel internacional montando campañas mediáticas de
desprestigio. Nuevas derechas latinoamericanas Según Bruschtein, así
como en otras épocas la derecha le reprochó a la izquierda su poca
vocación democrática, cuando estas izquierdas populares se han impuesto
en las urnas, las derechas no han aceptado el cambio. Estas izquierdas
decidieron, tras superar las dictaduras, volver al ruedo y jugar dentro
de los marcos institucionales.
Tanto Mujica (Uruguay), como Dilma
Rousseff y Lula Da Silva (Brasil), Cristina Fernández y Néstor Kirchner
(Argentina), Daniel Ortega (Nicaragua), Alvaro García Linera (Bolivia), y
una gran parte de los cuadros políticos que los rodean, formaron parte,
en su momento, de las izquierdas revolucionarias latinoamericanas.
Quienes conforman el mapa latinoamericano más progresista (Bolivia,
Uruguay, Argentina, Chile, Ecuador, Venezuela y Brasil), con sus más y
sus menos, han sabido llevar adelante políticas comunes y encontrar
apoyos en la región.
El distinto cariz de sus diversos
componentes y proyectos ha llevado a acuerdos que permitan avanzar y
seguir desarrollando articulaciones regionales y continentales como el
ALBA, la CELAC o UNASUR. Por otro lado, dos de los principales
impulsores de los acuerdos y avances en materia regional están muertos.
Néstor Kirchner y Hugo Chávez, amén de dos personalidades
insustituibles, representaban una amalgama también imposible de
sustituir.
La enorme repercusión mediática sólo
aparece cuando se tocan intereses que atañen a las élites dominantes,
tanto locales como internacionales En Argentina, Néstor Kirchner
primero, y Cristina Fernández después, lograron forjar fuertes apoyos
tanto entre las clases más bajas como entre las clases medias que les
permiten sobrevivir a los embates de los poderes económicos. Los
gobiernos kirchneristas lograron salir indemnes tanto del conflicto que
los enfrentó con el sector agrícola más poderoso en el año 2008, como de
las protestas de enero de 2014 y de la más reciente muerte del fiscal
Nisman. Situaciones que dieron todas ellas titulares apabullantes en los
grandes medios y lograron desprestigiar a nivel internacional al
gobierno, pero cuyas consecuencias a nivel interno no hicieron mella en
los logros del Ejecutivo, al menos no tanto como para provocar su caída.
Esta enorme repercusión mediática sólo
aparece cuando se tocan intereses que atañen a las élites dominantes,
tanto locales como internacionales. Cuando se trata de denunciar las
muertes que provoca el glifosato y su principal comercializadora
Monsanto, el permanente saqueo de recursos naturales, el acoso y los
abusos de los que son víctimas los pueblos indígenas, las alarmantes
cifras de muertes por violencia de género, o el desigual reparto de la
riqueza, que sigue siendo una cuestión estructural en América Latina,
estos temas nunca merecen el mismo despliegue mediático. Simplemente
porque se trata de cuestiones que significarían poner en jaque su propio
poderío económico.
Se trata, como sostiene Borón en su
libro Imperio & Imperialismo, de burguesías imperiales o, lo que es
lo mismo, de clases dominantes a escala global que operan por medio de
estructuras nacional-estatales y articulan y dictan sus condiciones a
las clases dominantes locales en la periferia del sistema. No hay que
olvidar que gran parte de los líderes opositores latinoamericanos
provienen de familias acomodadas o con fuertes vínculos empresariales.
Otras cuestiones que han despertado las alarmas en la región han sido la
nueva relación entre Estados Unidos y Cuba, la amenaza de la
Administración de Barack Obama al gobierno de Nicolás Maduro en
Venezuela y el nuevo rumbo asumido por la economía brasileña.
Las negociaciones entre La Habana y
Washington son, a todas luces, un dato de importancia fundamental para
toda esta camada de “gobiernos progresistas” cuya mayor inspiración
viene dada por los caminos abiertos por la revolución. La Casa Blanca,
consciente de la enorme importancia de Cuba en el continente, vuelve a
poner la mirada sobre su patio trasero y entablar diálogo con quien
otrora fuera uno de sus principales enemigos.
Aún quedan por ver las consecuencias que
tendrá este nuevo acercamiento entre el gigante del norte y esa piedra
en el zapato que siempre ha sido la pequeña isla. Por otra parte, y en
un inusitado despliegue de prepotencia verbal más propia de un Bush que
de un Obama, el gobierno estadounidense emitió una declaración de
“emergencia nacional” frente a Venezuela por la “amenaza inusual y
extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior”. En esta
misma declaración el presidente estadounidense presume estar
“comprometido en hacer avanzar el respeto por los derechos humanos”. Lo
curioso es que esto lo defiende el mismo país que no ha firmado la
Convención Americana sobre Derechos Humanos. El mismo que no utiliza la
misma vara para sancionar a los funcionarios de Colombia responsables de
la muerte de casi 6000 civiles entre 2000 y 2010; o a los gobernantes y
fuerzas de seguridad de Honduras que desde el golpe de 2009 sumieron a
ese país en un baño de sangre o a los causantes de la "desaparición" de
26.000 personas en México y del crimen contra los 43 estudiantes en
Ayotzinapa. Los gobiernos progresistas tienen en común una historia de
dependencia con EEUU y una decisión manifiesta de salirse de los
mandamientos de quien fuera la potencia rectora del continente Con
enormes diferencias, los llamados “gobiernos progresistas” tienen en
común una historia de dependencia con EEUU y una decisión manifiesta de
salirse de los mandamientos de quien fuera la potencia rectora del
continente.
Una potencia que, aunque demuestra
signos de debilitamiento, sigue siendo un actor fundamental por su
poderío en materia de tecnología, acceso a los recursos naturales del
planeta, control de los medios de comunicación, de los mercados
financieros mundiales y de las armas de destrucción masiva. Por último, y
en un desesperado intento por hacer frente a la difícil situación
económica por la que atraviesa, Brasil ha dado un golpe de timón
respecto a las políticas económicas que venía implementando. Poniendo en
ejercicio medidas de carácter liberal y conservador más propias de los
años 90, Rousseff ha puesto en jaque a aquellas economías de la región
que dependen en gran medida de las decisiones verdeamarelas, amén de la
suya propia. Inquilinos del poder político Si bien los gobiernos
progresistas han hecho importantes cambios para mejorar la calidad de
vida de amplios sectores de la población, son, según el teólogo
brasileño Frei Betto, detenido y torturado por su oposición política a
la dictadura, “inquilinos del poder político” que no han querido o no
han podido desbancar a la clase dominante -el gran capital nacional e
internacional- del poder económico.
Hoy en día, el 54% de la población
latinoamericana vive en países regidos por gobiernos progresistas y el
otro 46% vive bajo gobiernos de derecha aliados a Estados Unidos e
indiferentes a la agudización de la desigualdad social y la violencia.
Según Bernt Aasen, director regional de UNICEF para América Latina y el
Caribe, entre 2003 y 2011, más de 70 millones de personas salieron de la
pobreza en el continente; la tasa de mortalidad de menores de 5 años se
redujo en un 69% entre 1990 y 2013; la desnutrición crónica entre niños
de 6 meses a 5 años disminuyó de 12,5 millones en 1990 a 6,3 millones
de niños en 2011; y la matrícula en la educación primaria aumentó de
87,6%, en 1991, al 95,3% en el año 2011. Sin embargo, agrega Aasen,
“nuestra región sigue siendo la más desigual del mundo, donde 82
millones de personas viven con menos de 2,5 dólares al día; 21,8
millones de niños y adolescentes están fuera de la escuela o en riesgo
de abandonarla; 4 millones no fueron registrados al nacer y, por tanto,
no existen oficialmente (…); y 564 niños menores de 5 años mueren cada
día por causas evitables”.
Hubo un deslizamiento de la sumisión
política a la sumisión económica, señala Betto. La fuerza de penetración
y obtención de ganancias del gran capital no se redujo con los
gobiernos progresistas, a pesar de las medidas regulatorias y el cobro
de impuestos. Aunque hay que reconocer que se trata de una de las pocas
regiones del mundo que, en época de crisis en el centro mismo del
capitalismo, pudo disminuir la desigualdad, es difícil suponer que la
situación pueda revertirse del todo, al menos no sí se negocia en
términos de lo que proponen y disponen las clases dominantes. Puede que
la izquierda latinoamericana haya logrado, hasta ahora, levantar cabeza
una y otra vez de los golpes que le asestan, pero puede también que, si
no consigue autonomizar sus demandas y sus intereses de los de las
clases dominantes y reducir la hegemonía ideológica de la derecha, se
trate sólo de mera retórica de quien se rinde al modelo capitalista,
concluye Betto.
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