viernes, 13 de enero de 2017

CESAIRE Y FANON GUIARON MI CAMINO

El regreso inevitable al ‘Discurso sobre el colonialismo’

@JohariGautier | El poeta francés Aimé Césaire (1913–2008), gran retratista de las relaciones entre Occidente y el resto de las naciones, tendría quizás hoy algunas dificultades en entender que su Discurso sobre el colonialismo, ensayo escrito en 1950, en pleno despertar del Tercer Mundo, ha ganado en vigencia y trascendencia.
A este intelectual le tocó vivir una época oscura del dominio europeo, marcada por el sometimiento absoluto de países africanos y asiáticos, la destrucción y aculturación forzosa de culturas milenarias, y, sin embargo, al ser testigo del imparable llamado a la independencia que nacía después de la Segunda Guerra Mundial, prevalecía en sus escritos una difusa esperanza: era la luz de la liberación.
Su discurso era una condena moral a aquellos países que habían adornado sus actos dominantes y bárbaros con bellas palabras. Era una carta redentora en la cual el autor devolvía las acusaciones de paganismo y salvajismo a los pueblos y dirigentes que siempre se habían presentado como civilizados. El autor retrataba las potencias coloniales como las representantes y promotoras de un pensamiento irresponsable y destructor y, de esta manera, contradecía las voces dominantes y presentaba el colonialismo como un legado envenenado sobre el que había que reconstruir apelando a la memoria y la dignidad.
Su definición de la palabra colonización iba a la raíz de una realidad cruel y oculta, maquillada bajo gestos de caridad y conceptos humanistas extraviados. “¿Qué es, en su principio, la colonización? Reconocer que ésta no es evangelización, ni empresa filantrópica, ni voluntad de hacer retroceder las fronteras de la ignorancia, de la enfermedad, de la tiranía; ni expansión de Dios, ni extensión del Derecho; admitir de una vez por todas, sin voluntad de chistar por las consecuencias, que en la colonización el gesto decisivo es el del aventurero y el del pirata, el del tendero a lo grande y el del armador, el del buscador de oro y el del comerciante, el del apetito y el de la fuerza…”.
Hoy, sin embargo, nada ha cambiado desde aquel momento en que las naciones africanas se independizaron. Nada ha mejorado desde que ciertos países del Tercer Mundo formularan el deseo de buscar una tercera vía: un camino con el que pudieran expresar su verdadera esencia, ser realmente lo que son, sin someterse al juego de Occidente o la Unión Soviética.
El informe Chilcot divulgado recientemente y otras noticias publicadas en la prensa durante la última década demuestran que la guerra de Irak en 2003 fue inventada con el único fin de someter a un país y explotar sus recursos sin tener el más mínimo miramiento por una población, una región, un equilibrio o unas culturas milenarias. El ISIS y la guerra en Siria son también la consecuencia de esta guerra inútil y desastrosa.
Difícilmente Aimé Césaire aceptaría ver que la Humanidad –y las “civilizaciones avanzadas”– ha vuelto al más terrible de los colonialismos, ese viento destructivo que nació con la trata negrera y que él consideraba a punto de acabarse con las independencias, y que hoy se renueva inventando guerras, justificándolas en el estrado de las Naciones Unidas con la colaboración o el silencio de un sinnúmero de naciones, y modificando las geografías o los niveles del precio del crudo a costa de poblaciones enteras.
Lo que explica Aimé Césaire en su discurso vuelve con más fuerza: “Que nadie coloniza inocentemente, que tampoco nadie coloniza impunemente, que una nación que coloniza, que una civilización que justifica la colonización y, por lo tanto, la fuerza, ya es una civilización enferma, moralmente herida, que irresistiblemente, de consecuencia en consecuencia, de negación en negación, llama a su Hitler, quiero decir, su castigo”.
Leer a Césaire en la actualidad es desentrañar este fuego vivo que corroe nuestro Occidente desde hace siglos.
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