Juan Álvarez Mendizábal, un revolucionario de guante blanco
.Para tener enemigos no hace falta declarar una guerra, sólo basta con decir lo que se piensa.
Martin Luther King
Durante
el siglo XVIII, posiblemente uno de los más graves problemas que
acuciaban a España por su carácter secular y endémico era la enorme acumulación de tierras e inmuebles en manos de la Iglesia y
órdenes religiosas, producto de donaciones y testamentos que en buena
medida buscaban garantizar a los finados que iniciaban el último
transito un buen palco en el mas allá o un trato mas benévolo por parte
del Altísimo.Estas tierras y propiedades inmuebles estaban en su totalidad bajo el control de lo que podría llamarse “manos muertas”, o dicho de otra manera, de nula productividad. La calidad de su cultivo dejaba mucho que desear en un entorno en el que el hambre y la picaresca campaban a sus anchas. La enajenación de estas propiedades bajo el control de la Iglesia Católica buscaría como propósito último, y a través de sucesivas subastas, liquidez en las colapsadas arcas públicas, impulsar una mayor productividad en aquellos terrenos baldíos y, en definitiva, inyectar liquidez extra en una economía en hibernación.
En la realidad de aquel tiempo, ningún bracero podría optar en condiciones razonables a las pujasPero uno de los objetivos de carácter social, el de integrar al campesinado en el “nuevo orden”, fracasaría, ya que serían la nobleza y la incipiente burguesía las beneficiarias de las subastas en detrimento de los descamisados, que a su sempiterna condición de desheredados ahora tenían que asumir unos alquileres o rentas mas altas que antaño. En la realidad de aquel tiempo, ningún bracero podría optar en condiciones razonables a las pujas. El analfabetismo y un miedo secular a los “amos de siempre“ harían el resto.
También hay que recalcar que las subastas se hacían con trampa, esto es, estaban apañadas de tal manera que se vendían en grandes lotes, lo cual excluía de entrada cualquier aproximación de la gente menor a esta apuesta de recapitalización del estado.
Un artista del funanbulismo
Era el momento de la Ilustración, y sus adelantados, los liberales, buscaban con denuedo una reforma en profundidad del Estado, y del estado de las cosas, que ya de por sí estaba bastante esclerotizado.
En 1790, un gaditano de origen judío que decía ser original de Bilbao (la cuadratura del circulo, casi nada), agrandaría la sombra de la cultura de Tartessos, no sólo en el espacio y tiempo, sino también en su marcado carácter mercantil, pues se daría cuenta en su aproximación a la idea de que un “Reino real” debería de estar soportado por un más que razonable tejido productivo y una hacienda competente que no acogotara siempre a los mismos. ¿Dónde estaba entonces la solución?
En aquel tiempo, la Santa Madre Iglesia, entre “pitos y flautas”, era la propietaria del 20% del pastel económico del estado. A esto hay que añadirle que no era un capital circulante en el sentido más estricto y fluido de la palabra, si no más bien estático, cuando no directamente improductivo. Entonces, a Mendizábal se le encendió una bombilla.
La Santa Madre Iglesia, entre 'pitos y flautas', era la propietaria del 20% del pastel económico del estadoHabida cuenta de que no había de donde sacar, pues las arcas del reino estaban exhaustas y habitadas por unos bien instalados roedores para variar; pocas maneras habían de poner en circulación una cantidad tan suficiente como para poder resucitar al muerto. Obviamente, los únicos que sostenían vehementemente que los milagros existían eran los delegados del Vaticano.
Mendizábal era un especialista en cambalaches y un artista del funambulismo. Cuando no importaba carey de Inglaterra para hacer los primeros peines en serie, financiaba al liberal Riego, un golpe de estado contra Fernando VII, exportaba vinos de Jerez a Londres, o financiaba a los liberales portugueses. Un crack en toda regla, el ubicuo vasco de Bilbao que había dejado de ser gaditano por arte de birlibirloque. Puesta su cabeza a precio tras la invasión de la Santa Alianza (Cien mil hijos de San Luis), se refugió en Gibraltar y de ahí puso pies en polvorosa en dirección al estuario del Támesis, un lugar en que el futuro era algo más predecible que en el sur .
De paso, se centró mucho en ver como embarcaba a España en aquello que sonaba raro por entonces: la Revolución Industrial. Y nada mejor que estar en primera fila. Después de meterse en negocios variopintos, visitaría en una breve y fugaz aparición las mazmorras de la Torre de Londres por ponerle un cero de más o de menos a una factura. Inasequible al desaliento, volvió a la carga y se convirtió en un afamado cónsul itinerante de las otras dos potencias que le hacían sombra a España en aquel entonces. Hasta Portugal llegaban sus tentáculos. Una pieza, el Mendizábal.
Un liberal convencido
Intentó acercar el sistema político español al parlamentarismo de la monarquía británica; esto es, ampliación del sufragio, responsabilidad del gobierno ante las Cortes, libertad de imprenta y cosillas por el estilo, además de anunciar la supresión de las órdenes religiosas y la desamortización o “levantamiento” o “suspensión cautelar de beneficios” de sus bienes.
En cuanto al cacareado principio de igualdad que proponían los ilustrados, se le fue la mano con algunos dislates tales como la exención del principio de igualdad en relación con las levas o quintas que el conjunto de la nación debía aportar a unos cuantos conflictos militares soterrados y pendientes de solución. Lo cual, el agravio a los sin recursos, chocaba frontalmente contra los principios liberales.
Eran incontables los que se dedicaban al noble oficio de no hacer nada por sistemaEn una acción sin precedentes redujo el número de vocaciones religiosas a una cifra minimalista, habida cuenta de que eran incontables los que se dedicaban al noble oficio de no hacer nada por sistema, más allá de dejar las almas un poco mareadas o para el arrastre.
Cuando Fernando VII, la bestia negra de los liberales, pasó a mejor vida, su mujer, María Cristina de Borbón, en su condición de madre, se convirtió en regente de la procaz y ligera de cascos Isabel II, y esta situación desencadenó una guerra civil sucesoria entre los partidarios del hermano del susodicho extinto, que eran de corte absolutista y los liberales más proclives a nuevos vientos. Total, que se organizó un sarao de los de verdad. Por si fuera poco, otra vez se volvía a recurrir al enfrentamiento entre el pueblo, afición que empezaría a proyectar una sombra inquietante.
Mendizábal culminaría la revolución liberal y asomaría a España a la senda del desarrollo. La reivindicación de la Constitución de Cádiz y los recortes de poder a la Corona y la Iglesia serán sus grandes hitos políticos. Sus tejemanejes, su “vis” de pícaro, su conocimiento del ingles y francés –que ahí parece nada–, y su cintura para el toreo político le convirtieron en un precursor de lo que sería mas tarde la figura de un primer ministro. Acabaría su vida política poniendo tampones y secantes en un cargo de la Hacienda Pública, eso sí, de ministro. Más tarde, se dedicaría a manejar el tema desde la tramoya hasta que la edad lo dejó sin aliento.
En 1939, y a la caída de Madrid a manos de un general sublevado, una de sus primeras medidas sería la de desmontar la estatua de Mendizábal de su basamento y hacerla añicosEste político de raza tuvo un lugar de honor en el imaginario colectivo, pues su anticlericalismo era ampliamente compartido por buena parte de la población. Benito Pérez Galdos lo incluiría en sus Episodios Nacionales. Por supuesto, en los púlpitos tronaban contra él.
Este estadista y revolucionario daría su postrer paso en 1857, convirtiéndose en un mito patrio. Si no murió en la indigencia fue porque sus amigos –innumerables– le financiarían para los restos. Curiosamente, su estatua en la Plaza del Progreso (hoy Tirso de Molina) en Madrid sería erigida en los terrenos desamortizados de la Orden Mercedaria. Un exceso de ironía.
En 1939 y a la caída de Madrid a manos de un general sublevado, una de sus primeras medidas sería la de desmontar la estatua de su basamento y hacerla añicos.
Mendizábal, un político infrecuente.
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