sábado, 17 de noviembre de 2012


Siria: ¿revolución, guerra civil o guerra mundial?

El autor analiza la situación en Siria, la internacionalización del conflicto, la postura de los actores implicados y cómo se iniciaron las revueltas hace veinte meses.

SANTIAGO ALBA RICO, FILÓSOFO, ESCRITOR Y EXPERTO EN MUNDO ÁRABE.

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La Plaza Saadallah de Aleppo, tras un atentado con coches bomba el 3 de octubre. 
Dos fotografías resumen dolorosamente los 20 meses transcurridos desde el comienzo de la revolución siria. La primera es, en realidad, una secuencia de imágenes que cubre el breve ciclo vital de Hussam Armanazi: jovencito bien afeitado en una universidad de Alemania, médico en prácticas con la bata blanca, voluntario en un campo de refugiados en Turquía, miliciano del Ejército Libre Sirio. En la última fotografía, Hussam, que había creído poder cambiar pacíficamente su país y que por ello había sido encarcelado y torturado a su regreso de Europa, es un cadáver barbudo sobre una parihuela, escoltado por un inútil kalashnikov.
La otra fotografía es un díptico horizontal. Arriba se ve a ocho jovencitos alegres, luciendo camisetas con la bandera siria en una manifestación pacífica contra la dictadura. Una leyenda dice: “Así empezamos y no nos comprendiste”. Abajo, los mismos jovencitos posan ahora también barbudos, serios y duros, con pantalones militares y armados de fusiles, sobre una frase terrible: “En esto nos hemos convertido. Ahora seguro que nos comprendes”.
La represión de Al-Assad
La feroz represión del régimen sirio y la inevitable militarización de la resistencia han introducido ya tres efectos terribles, premeditadamente buscados por Bachar Al-Assad en su estrategia de supervivencia a cualquier precio. El primero se enuncia tan deprisa como se dispara: miles de jóvenes como Hussam Armanazi, los más conscientes y sensibles, los mejor preparados, los destinados a liderar una Siria justa y democrática (ésos que, de ser españoles, formarían parte del 15M, se manifestarían frente al Parlamento y militarían contra el capitalismo) están hoy muertos, encarcelados o en el exilio. La misma tragedia que produjo la invasión estadounidense de Iraq la ha producido en Siria su propio Gobierno y por los mismos medios: torturando, asesinando y bombardeando desde el aire a la población.
El segundo efecto, indisociable del primero, tiene que ver con la sectarización del conflicto y la creciente violación de los derechos humanos por ambas partes. La ausencia de un mando militar unificado, la rampante influencia del islamismo radical y la victimización en clave identitaria, determinan que la respuesta armada contra la dictadura reproduzca a menor escala los procedimientos del régimen, en una dinámica viciosa en la que a menudo es difícil distinguir entre la legítima defensa, la venganza y la delincuencia. Las ejecuciones sumarias de shabiha, denunciadas por organizaciones internacionales, o el reciente secuestro del periodista libanés Fida Itani han sido objeto de dura condena por parte de los Comités de Organización Local, que se revelan impotentes, sin embargo, para imprimir una dirección ética a la lucha armada.
Los combates de hace unos días en Alepo entre el Ejército Libre Sirio y militantes kurdos –uno y otros, almismo tiempo, contrarios a la dictadura– vienen a complicar aún más este hervidero de enfrentamientos cruzados que alejan día tras día el sueño original de una Siria unida, igualitaria y democrática.
Dimensiones internacionales
El tercer efecto es, sin duda, la internacionalización del conflicto, de cuyas amenazadoras dimensiones dan buena medida la crisis de refugiados, las tensiones con Turquía y el reciente atentado en Líbano contra Wissan al-Hassan. Toda la región está ya involucrada en una irresponsable pugna geoestratégica que está devorando la revolución y en la que todas las partes se comportan de manera obscena e infame: Rusia, Irán y Hizbullah apoyando política y militarmente la dictadura de Al- Assad; la UE y EE UU modulando la voladura lenta y controlada del régimen en favor de Israel; Turquía, con los dedos pillados en su propio problema kurdo, tratando de asentar su influencia regional; Catar y Arabia Saudí financiando y armando a los “internacionalistas” islámicos y atizando los fanatismos sectarios en elmarco de su propia guerra fría con Irán. Todo el mundo vierte gasolina al mismo tiempo que trata de evitar una explosión.
El resultado es ya trágico, no sólo en número de muertos y en destrucción material. Esta internacionalización, cuyas consecuencias nadie puede prever ni controlar, ha hecho pedazos el impulso ecuménico, democrático y panárabe de la llamada “Primavera Árabe”y ha reactivado los moribundos grupos yihadistas de la franquicia Al-Qaeda. El peligro es tan grande que habrá que dar la bienvenida a cualquier parche que detenga el baño de sangre, la destrucción de Siria y una guerra regional o mundial.
Lo malo de la violencia salvaje es que iguala a los contendientes y actualiza todas las memorias. Pero no podemos engañarnos y decir que no recordamos cómo comenzó esta locura. No podemos repartir las culpas o refugiarnos en relaciones de fuerza y disciplinas geoestratégicas. Sabemos de qué lado está la justicia, la razón, el heroísmo. Todo comenzó hace veinte meses con miles de jóvenes que, enarbolando la bandera siria, se manifestaban –y se manifiestan– en favor de la dignidad, la democracia y la justicia social y que fueron baleados, encarcelados y torturados por una dictadura que hoy –como indicaba la dolorosa ironía de una pancarta– bombardea desde el aire todo el territorio de Siria. Todo, salvo el Golán ocupado por Israel.

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