domingo, 18 de noviembre de 2012

Al sur a la izquierda


Pregunta del millón: ¿para qué sirve una cumbre iberoamericana?

 

Las cumbres iberoamericanas son acontecimientos cuya principal particularidad es que en ellos no acontece anda. La que concluyó ayer en Cádiz era la número 22 y prácticamente su única diferencia con las 21 anteriores ha sido el número. Lo más que puede decirse de la de este año es que ha sido la cumbre más exótica, dado que en ella los ricos han hecho de pobres y los pobres han hecho de ricos.
Al presidente Rajoy y al rey Juan Carlos solo les ha faltado pedirles, de manera explícita y con todas sus letras, a los mandatarios americanos que, por Dios y por España, inviertan un poco en la madre patria, que nos den algo, lo que sea, aunque solo sean facilidades a los inmigrantes españoles que acudan a sus países con un título bajo el brazo que en su propio país no les sirve de nada. Bajo los rostros oficiales de dignidad y respeto, no era difícil adivinar la satisfacción íntima de los jefes de Estado y de gobierno de los pobres países del otro lado del Atlántico contemplando a los antaño orgullosos españoles pedir ayuda, aunque, eso sí, pedirla de manera oblicua, tangencial, pedir ayuda pero sin pedirla: como si el terco orgullo y la vana hidalguía del pasado siguieran reclamando y obteniendo su tributo incluso en estos tiempos de urgente necesidad.
Sea como fuere, la noticia más relevante que ha salido de la cumbre de Cádiz no ha sido, como pretenden los periódicos, que se han sentado no sé qué bases para refundar Latinoamérica o incluso que el rey de España tiene que operarse de la cadera. La única noticia sensata de la cumbre es que ya no se celebrará anualmente, sino cada dos años. Sabia decisión. Las cumbres iberoamericanas son un cadáver, una institución momificada, de manera que con pasear a la momia cada dos años en vez de cada uno, mejor para todos.
En realidad, para lo que sirven de verdad estas cumbres es para hacer amigos. En los discursos siempre se habla de estrechar lazos entre los países hermanos de un lado y otro del Atlántico, pero eso es solo retórica. Y además retórica de la mala: los autores de los discursos deberían currárselo un poco más e ir renovando su gastado arsenal de metáforas. El verdadero éxito de esta cumbre para España habría sido que Rajoy hubiera hecho unos cuantos buenos amigos entre los dirigentes latinoamericanos. De sus relaciones y su amistad personal con líderes como Helmut Kohl o incluso con Margaret Thatcher obtuvo Felipe González mucho más rendimiento político para España que de todas las cumbres europeas. El mismo Aznar también sacó un gran rendimiento de su amistad con George W. Bush, si bien en este caso se trató de un rendimiento estrictamente personal, como demuestra la evolución de sus ingresos familiares.
Desde ese punto de vista, propongo modificar la estructura y duración de las cumbres iberoamericanas. Ya que ahora se van a celebrar cada dos años, en vez durar dos días raspados deberían durar una semana, o como mínimo cuatro jornadas, para que a los mandatarios les dé tiempo a hacer amigos. Discursos, cuantos menos mejor. Y periodistas, lo mismo: solo en la inauguración y en la clausura. Y, por supuesto, que corra el alcohol. Y hasta el sexo si me apuran, pues está empíricamente demostrado que ambos favorecen mucho el intercambio de confidencias, el nacimiento de la amistad y, en definitiva, el progreso de las naciones.
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AntonioAvendaño

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