miércoles, 11 de enero de 2012

LOS QUE NOS MOSTRARON EL CAMINO

Los que no mueren. El día en que José Ingenieros conoció a Julio A. Mella

Mella

Por Juan Rosales*. El 10 de enero se conmemora un nuevo aniversario del asesinato del revolucionario cubano Julio Antonio Mella. Presentamos un relato de su poco conocido encuentro con José Ingenieros, de influencia determinante en el movimiento que dio lugar a la Reforma Universitaria del año 1918.



Cuando José Ingenieros, ya conocido en toda nuestra América como “Maestro de Juventudes”, retorna en 1925 de la visita que realizara a México para reunirse con el gobernador socialista de Yucatán, hizo escala en La Habana, donde conoció a Julio Antonio Mella. Relata su discípulo Gregorio Bermann que este encuentro “fue la sensación de su viaje. No cesó de hablarme de aquel gran muchacho, tan bien plantado, osado, con visión de águila, una de las esperanzas del continente”1.

No se trataba de un simple deslumbramiento personal y episódico. Ingenieros ya había estado en 1917 en Cuba, donde apenas desembarcado en La Habana fue recibido por una multitud entusiasta que colmaba el teatro donde los estudiantes le improvisaron una velada de homenaje. En el ámbito intelectual y político cubano -y en el latinoamericano y caribeño en general- dominado por la cultura colonialista del imperialismo estadounidense y de sus lacayos internos, prevalecía, como explicaba el Che Guevara en su carta a Ernesto Sábato, una intelectualidad sumisa, “puesta al servicio de una causa de oprobio, sin complicaciones”. Sin embargo, en el subsuelo de la vida obrera y juvenil popular, maduraba un espíritu nuevo que el maestro de “Hacia una moral sin dogmas”, más allá de sus limitaciones iniciales positivistas y elitistas, supo entrever y acompañar.

En lo que Juan Marinello llamó “la década crítica”, la de los años 20 del siglo pasado, emergió desde esa caldera de luchas y pasiones, de experiencias y mártires, alentada por la revolución mexicana de 1910, la revolución rusa de 1917 y la reforma universitaria argentina de 1918, una nueva generación rebelde y combativa que recogía el legado patriótico, revolucionario y antiimperialista de Martí y de Baliño y lo iba articulando, en una misma contienda nacional y continental, con las ideas de la justicia social y la unidad de los pueblos indoafrolatinoamericanos.

En Cuba, la necesidad histórica de cambios emancipadores se hizo carne, conciencia y militancia en personas como Julio Antonio Mella, ese “joven bello e insolente”, ese “héroe homérico”, como lo llamara su amigo y camarada Pablo de la Torriente Brau.

Felipe de J. Pérez Cruz, historiador meticuloso, apasionado de esta historia apasionante “de ciencia y conciencia”, como denomina a su profunda y por cierto polémica investigación, nos permite recorrer con no poco asombro las circunstancias pletóricas de búsquedas y de hallazgos teóricos y organizativos pioneros de Julio Antonio en el volcánico movimiento revolucionario de aquellos momentos, tiempos de batallas de ideas y de cuerpos en la universidad y en las calles, de pasiones no sólo doctrinarias sino políticas, amorosas y humanas, de creación y movilización de asociaciones estudiantiles en alianza con los trabajadores (como la Federación de Estudiantes y la Universidad Popular) y partidarias (como el Partido Comunista, continuador del Partido Revolucionario Cubano de Martí) así como de organizaciones internacionalistas, en las cuales Mella desempeña un papel relevante… Y de manera constante, tiempo de enfrentamientos -no sólo verbales- con la dictadura proimperialista del general Machado, ese “asno con garras”, como lo denomina Pablo de la Torriente, que trata de acallar a Mella con la cárcel y que finalmente, cuando ya no puede contener a este rebelde indomable de sólo 26 años, lo manda asesinar en México, donde estaba exiliado. Un bagaje inmenso de experiencias aleccionadoras en una vida tan breve como tumultuosa la de Julio Antonio. Fidel Castro la resumió diciendo: “En Cuba nadie ha hecho tanto, en tan poco tiempo”.

Militante en todos los terrenos, desde el estudiantil al conflictivo escenario de la lucha de naciones y de clases internacional, Mella se formó sobre todo en la universidad de la vida y del combate. En su folleto”Cuba, un pueblo que nunca ha sido libre”, en el que denuncia “la ofensiva sanguinaria del tirano y su amo, el imperialismo capitalista yanqui”, habla de su propia experiencia y la de tantos de sus compañeros, concluyendo: “Las cárceles son universidades de los luchadores. ¡Salud a los doctores de la Revolución!”.

Mella no sólo crispaba, por lógicas razones, al imperio y a su régimen tiránico. También molestaba a los burócratas y dogmáticos insertos en las estructuras dirigentes del movimiento comunista y revolucionario, tanto local como latinoamericano e internacional. Felipe de J. Pérez Cruz desmenuza críticamente, por ejemplo, la injusta sanción que le aplica, separándolo del Partido, la dirección ocasional del mismo, por su aparente “indisciplina” al declararse en diciembre de 1925 en huelga de hambre en la cárcel a la que había sido arrojado en protesta contra la salvaje política represiva de la dictadura. El gesto abnegado de Mella, que estuvo al borde mismo de la muerte hasta que lo rescató el gran movimiento cubano e internacional, también vigente en la Argentina, que se organizó por su libertad y contra la dictadura, lejos de constituir un acto de desobediencia individualista, fue moral y políticamente coherente con sus principios humanistas, solidarios y revolucionarios.

El autor también se refiere a “la perenne animadversión” (contra Mella, aunque también contra José C. Mariátegui y otros aparentes “herejes” del movimiento revolucionario) del ítalo-argentino Victorio Codovilla, representante de la Internacional Comunista en su Buró Sudamericano tras la muerte de Lenin y la imposición del stalinismo. Lejos de sentirse, como reclamaba el autoritarismo sectario de las burocracias, simples “tornillitos” de los aparatos de poder, los militantes como Julio Antonio reivindicaban con su vida, sus actitudes y sus luchas el valor de la personalidad, la moral y la fraternidad conciente y colectiva de los auténticos revolucionarios, esos que, como dijera décadas después ese hermano argentino y cubano de Mella, el Che Guevara, están guiados por grandes sentimientos de amor.

No parece que tales medidas disciplinarias y hostilidades políticas fueran simples exteriorizaciones de intolerancia personal. Detrás del “ordeno y mando” parece avizorarse la disputa de dos visiones contrapuestas del proceso revolucionario y de sus protagonistas en nuestras tierras. Una que traslada mecánicamente experiencias, recetas y sujetos históricos ajenos, signados por el eurocentrismo y la teoría como si fuera un dogma petrificado, y la otra que surge de la experiencia secular, las tradiciones y culturas diversas, de la historia de las luchas emancipadoras y americanistas del pasado y del destino común de los sujetos populares de América latina y el Caribe, donde la teoría revolucionaria no es sino una brújula para la acción. Mella afirmaba al respecto que la nueva sociedad “es obra de creación”, Mariátegui dirá “creación heroica”, y Fidel y el Che y los revolucionarios cubanos le darán vida y dignidad universales.

En el mismo folleto antes citado, un Mella prisionero pero espiritualmente más libre que sus carceleros, les dice a sus “camaradas perseguidos, candidatos a la inmolación como todos lo estamos en esta lucha”: “¡Adelante! Hay que repetir la consigna: triunfar o servir de trinchera a los demás. Hasta después de muertos somos útiles”.

En la cultura de numerosos pueblos originarios de Nuestra América sigue representándose un drama extraordinario, de encuentro entre los vivos y los muertos, que en Haití, por ejemplo, es conocido como la Ceremonia de las Almas. Cuando la comunidad necesita afrontar un gran desafío, cuando hay que tensar todas las energías morales y materiales para la lucha por defender y mejorar la vida, los muertos, los que fueron nuestros amigos, camaradas y guías cuando vivían, son convocados mediante la música y el canto, el baile y la plegaria para que no nos dejen solos, para que vuelvan a acompañar a los vivos en sus batallas decisivas.

En su discurso de homenaje a Simón Bolívar, Martí parece inspirarse en estos sentimientos cuando se refiere a “la procesión terrible” de los luchadores por la emancipación americana: “¡Van y vienen nuestros muertos por el aire y no reposan hasta que no está su obra satisfecha!”

Julio Antonio Mella, tal como lo demuestra la bella y emotiva obra de Pérez Cruz, es uno de esos indomables combatientes que no han cesado de luchar y que lo siguen haciendo a nuestro lado para completar aquella obra revolucionaria y construir la nueva sociedad socialista.

1- “Juventud de América”, pag. 161, Cuadernos Americanos, México, 1946.

*Director de la Cátedra de Estudios Americanistas.

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