martes, 6 de septiembre de 2011

ASI ES LA VIDA Y A ELLAS LES GUSTA

Guerra en libia

Una rebelión masculina y conservadora

El papel de las mujeres en la rebelión libia se ha centrado en la retaguardia. Los insurgentes, apegados a la religión y las tradiciones, abogan por más igualdad, pero con «líneas rojas». No parece que un futuro post-Gadafi llegue acompañado por una reivindicación de género.

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Alberto PRADILLA | Trípoli

La igualdad en Libia no es lo que se entiende en Europa. Aquí existen líneas rojas. Con el tiempo, espero que las mujeres accedan a mayores cotas de libertad. Pero no como en Occidente». Khaled Baqqa, originario de Zwara, responde así a las preguntas sobre el papel de las féminas en la revuelta libia mientras pasea, junto a su mujer y tres de sus hijas, por la plaza de los Mártires. Allí, entre insistentes tiros al aire, puestos de palomitas e hinchables infantiles, decenas de personas desfilan diariamente para celebrar esa victoria que ya dan por hecha. No obstante, las cuestiones no iban dirigidas hacia Baqqa, sino a las mujeres que lo acompañan. Pero él no considera necesario traducirlas. Prefiere ejercer como portavoz. Esta escena simboliza el rol que la rebelión libia reserva para la población femenina: invisibilizada tras una revuelta abrumadoramente masculina e ideológicamente conservadora.

«Estuve recogiendo dinero a espaldas de mi padre. Lo guardaba y se lo hacía llegar a los rebeldes», asegura, orgullosa, Manat Zlitini, de 19 años. No quiere ni pensar qué le hubiese ocurrido si la muhabarat, la Policía secreta del régimen, le hubiese descubierto. Ahora, se pasea por la plaza de los Mártires junto a Mohammed y Munina, que celebran la osadía de su hija en medio de una manifestación rebelde. Casos como el de Zlitini son difíciles de encontrar. La guerra libia se ha desarrollado bajo el absoluto dominio masculino y a las mujeres les ha tocado lidiar con la retaguardia. «Han estado a cargo de la comida, de los hospitales, han llevado agua para los combatientes, sin ellas no lo hubiésemos logrado», insiste Khaled Baqqa. En algunas ocasiones, varias mujeres armadas aparecieron en el check point de Ajdabiya (este) en el interior de una furgoneta. Aunque su objetivo era más propagandístico que puramente bélico. No parece fácil que una sociedad tan marcadamente conservadora como la de los rebeldes libios aceptase con buenos ojos a mujeres guerrilleras.

«Durante seis meses apenas salimos de casa. Queríamos participar en las manifestaciones, pero teníamos miedo», asegura Mogha, estudiante de Arquitectura. Cuando está a punto de pronunciar su apellido, su padre le interrumpe. Prefiere que no se identifique del todo y se excusa, aludiendo a los temores todavía latentes tras 42 años de régimen. «Esperamos poder hablar, poder salir fuera del país, disfrutar de derechos humanos», asegura la universitaria. Insistentemente, su padre le roba la palabra, lanzando todo tipo de improperios contra el régimen. Se repiten las consignas generales, pero ni rastro de razones específicas sobre la situación de la mujer.

«Somos una sociedad protectora. Dependemos de la religión y la comunidad. El Islam es lo más importante y es algo que deberían de entender los europeos. Esto no es para ellos, sino para nosotras». Manahi Elgrayani, de 23 años, sabe bien de lo que habla. Asegura que ya experimentó la incomprensión cuando cursó sus estudios universitarios en Londres. «Tenemos muchas expectativas», asegura. En su opinión, no es cierto que las mujeres no estén representadas en el CNT, a pesar de que todos los primeros espadas son hombres y de que todavía no se ha visto a ninguna portavoz ponerse al frente de las comparecencias sublevadas. «Estamos ahí, solo que en un papel secundario», señala, para asegurar que ya se están organizando. «En la Universidad hemos puesto en marcha grupos para limpiar las facultades», destaca. «También por las calles se han montado brigadas de este tipo».

Elgrayani no echa en falta mecanismos para articular la participación política. Tampoco Mogha, la estudiante de Arquitectura, o su hermana Moroj. Las tres confirman que durante el mandato de Gadafi existía un comité específico de mujeres, pero la futura profesora de inglés lo califica como «una farsa».

Ataviadas con banderas tricolores y circulando siempre en grupo o acompañadas de hombres, las mujeres insurgentes se concentran, principalmente, en lugares públicos bien visibles, como la plaza de los Mártires o Bab Al-Aziziyah, el complejo presidencial de Muamar al-Gadafi. También en el mercado. Trabajan (muchas son enfermeras o profesoras) y conducen, algo inimaginable en países más reaccionarios como Arabia Saudí. Todas, sin excepción, utilizan el pañuelo islámico, y los niqab (que cubren todo el rostro) no son una rareza.

Y eso que Trípoli disfruta de una mentalidad más abierta. Otras localidades, como Bengasi, tienen todavía más apego a la tradición y la presencia femenina se resume al bloque de manifestantes cercado tras unas verjas en la plaza de los Juzgados. La visibilidad de las mujeres en la vida pública se reduce proporcionalmente al número de habitantes con los que cuenta un municipio. Por eso, al margen de expresiones superficiales de alegría por el momento histórico que experimente Libia, resulta complicado profundizar sobre cómo se han articulado durante los seis meses de conflicto y, sobre todo, cuáles son sus perspectivas ante la nueva situación.

«Siento mucha felicidad. Esto es lo que estábamos esperando desde hace mucho tiempo», asegura Muna Almagrhi, que ejerce como profesora en una de las escuelas de Trípoli. No habla inglés, por lo que su sobrina, Manahil Elgryani, ejerce de traductora. Encontrar una mujer entrada en años que domine la lengua de Shakespeare es una tarea complicada. En determinadas capas de la pirámide demográfica libia, los idiomas son un bien exclusivo de los hombres.

El desarrollo de la revuelta y las gestiones para organizar la Libia post-Gadafi han dejado a la mujer en un segundo plano. Se habla de derechos pero no de igualdad. La tradición y las creencias constituyen una de las bases de la revuelta y, al contrario de lo que ocurre en otros países de la zona, la oposición progresista es inexistente. También la sociedad civil organizada brilla por su ausencia. En este contexto, no resulta raro escuchar opiniones como la de un taxista que, ante la pregunta sobre las mujeres, aboga por mantenerlas en casa. «Si no, se acuestan con cualquiera», argumenta.

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