Cuba, cinco años después
LEONARDO PADURA
Hace cinco años se hizo público el anuncio, dictado por Fidel Castro, de que, por razones de salud, delegaba “provisionalmente” sus altos cargos al frente del Estado y el Gobierno cubanos y colocaba sus responsabilidades en manos de una pentarquía encabezada por su hermano Raúl hasta tanto su estado físico le permitiera retornar por sus fueros. Con los meses se fue haciendo evidente que el regreso planificado del todavía por entonces primer secretario del gobernante y único partido admitido en Cuba, el comunista, no iba a ser tan inmediato y poco después se reveló que resultaría imposible y se anunció su retiro de la vida política activa… aunque no de la política.
La lejanía del líder de la Revolución de 1959 y por muchos años poseedor de los máximos cargos del país abrió un interrogante que un año después comenzó a tomar forma: ¿sería igual una Cuba sin Fidel al frente que la Cuba gobernada por Fidel? Hoy, cinco años después, quizá resulta posible aventurar una respuesta de ciertas sonoridades socráticas: la Cuba de hoy es la misma de Fidel, pero a la vez bastante diferente de la que gobernaba Fidel.
Sin que las esencias del sistema socialista cubano y su proyección política hayan cambiado sustancialmente, las estructuras y concepciones sociales y económicas han sufrido una violenta revulsión, muy visible en dos o tres renglones altamente significativos. Se ha producido un cambio total del equipo de Gobierno encargado de la economía (y no sólo la economía), una reanimación y ampliación del trabajo por cuenta propia y de las potencialidades de la propiedad privada, una guerra contra la corrupción de alto nivel, una sustitución de la retórica triunfalista por una más realista… entre otras variaciones.
En los cinco años transcurridos, quizá la mayor transformación haya radicado en el cambio de una visión política de la economía por el de una visión económica de la política. La revelación de las proporciones de la
ineficiencia económica imperante en el país empujó hacia un necesario saneamiento de sus mecanismos financieros, productivos y comerciales, como condición para la supervivencia de un modelo político. De ahí la derogación de medidas de puro carácter político que impedían la recaudación de circulante (telefonía celular, venta de equipos electrodomésticos y de computación, apertura de las instalaciones turísticas a los ciudadanos cubanos, etc.) y otras incluso más profundas como una nueva repartición de las improductivas tierras estatales a productores privados y la apertura de la microempresa individual o familiar como fuente de creación de bienes y recursos, de recaudación de ingresos por impuestos y de absorción de mano de obra, justo cuando el Gobierno “descubría” que el pleno empleo cubano escondía la existencia de más de un millón de trabajadores pagados por el Estado sin contenido real de trabajo.
A los que hemos vivido en Cuba todos estos años casi nos parece increíble que lo evidente por fin se haya hecho política de Estado, con la eliminación de métodos de movilización social tan arraigados como el del trabajo voluntario, por ser considerado improductivo e irrentable; de las brigadas estudiantiles que cada año debían sacrificar parte de sus vacaciones en labores para las cuales no estaban aptos y que engendraban más gastos que beneficios; o la supresión de los centros de enseñanza media ubicados fuera de la ciudad con la intención de facilitar la combinación del estudio con el trabajo, sin que al final ninguno de los dos fuesen muy rentables: ni el estudio ni el trabajo, y menos aún, la formación ética y civil de esos jóvenes.
En el puro terreno político quizá el hecho más significativo haya estado en la liberación de más de medio centenar de presos, la mayoría de ellos encarcelados en la primavera de 2003 y condenados a largas penas. Gracias a la mediación de la Iglesia católica y a la intervención de España como facilitadora, alrededor del 90% de esos expresos hoy están fuera de Cuba y, con su liberación, el Gobierno de Raúl Castro consiguió resolver una crisis política que se había abierto con la muerte del huelguista de hambre Orlando Zapata y amenazaba complicarse con el posible fallecimiento del disidente Guillermo Fariñas.
Pero, mientras se le quitaba presión a la olla política, se ponía más fuego en la guerra contra la corrupción de funcionarios públicos, y sólo en lo que va del año son ya 36 los burócratas, incluidos un exministro y un exviceministro, juzgados y condenados…
Sin embargo, fue en abril de este año, durante la celebración del VI Congreso del Partido Comunista, cuando Raúl Castro hizo el anuncio que definitivamente distingue su forma de hacer política: junto con la orden de que se imponía un cambio radical de mentalidad para dirigir y vivir en un país que comienza a ser diferente, anunció la decisión de que los altos cargos del Gobierno y el Estado sólo puedan ser ejercidos por dos periodos de cinco años.
Esta mutación de estilo y proyección, inédita en un Estado socialista de partido único, y más profunda de lo que aparenta desde el presente, parece marcar el fin de un modelo de Gobierno y una forma de hacer política hacia otra que podrá ser de muchas maneras, pero ya distinta de la que patentizó Fidel Castro en sus más de 46 años al frente del país.
Leonardo Padura es escritor cubano.
Ilustración de Diego Mir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario