miércoles, 10 de agosto de 2016

QUE FUERZAS ARMADAS NOS HACEN FALTA?

Hipótesis de conflicto, no “de guerra”

Tribuna
Martín Balza

Toda sociedad, a expensas de sus características distintivas, es sede de rivalidades, antagonismos y desacuerdos, por cuanto la conflictividad es inherente a la condición humana. De allí que el conflicto no constituye un fenómeno anormal, aunque quizás no deseado.
En su devenir histórico, la humanidad ha tenido periodos de dificultades y enfrentamientos, pero en definitiva estos nunca han podido ser eliminados en forma concluyente. La situación del mundo actual nos permite vislumbrar la coexistencia de nuevos y tradicionales riesgos o amenazas, tales como: el desborde del terrorismo internacional, el narcotráfico, el resurgimiento de fobias étnicas, los fundamentalismos religiosos, la proliferación de sectas, las mafias, la corrupción, las agresiones al medio ambiente, las migraciones masivas y descontroladas, la escasez de recursos naturales, las asimetrías estructurales, las apetencias territoriales, la explotación de los recursos del mar y los vacíos geopolíticos, entre otros, que dan por tierra con la teoría de “El Fin de la Historia” que ensayó Fukuyama al finalizar la Guerra Fría.
Esto confirma la planetaria vigencia del conflicto y de la violencia, a pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional por tratar de regular las relaciones entre los Estados y, en las últimas décadas, dentro de éstos.
En su afán por buscar la paz, el hombre ha encontrado en los usos y costumbres, en las normas jurídicas y en las instituciones, la forma de limitar las manifestaciones de violencia. Cuando la capacidad para pacificar de éstas no es suficiente, es el Estado -según Max Weber- quien “reivindica el monopolio del uso legítimo de la violencia”. Para no sacar de contexto esta afirmación, debemos recordar que el orden jurídico vigente determina claramente en qué condiciones puede recurrirse legítimamente a la violencia (fuerza), sin caer en arbitrariedades ni en ilegalidad.
Paradójicamente, junto con el valor ético en las relaciones internacionales y de los esfuerzos de las Naciones Unidas para llevar adelante políticas de transparencia, desnuclearización, reducción de gastos en defensa, desminado humanitario, regulación de exportaciones sensitivas, control de tecnologías de uso dual, control de armamentos convencionales y la prohibición de armas químicas y biológicas, la realidad muestra que las excepciones logran enrarecer el panorama mundial creando un temible clima de incertidumbre generalizado que caracteriza al mundo de la pos Guerra Fría.
Las amenazas a la seguridad de los Estados, en la que se incluyen tanto los tradicionales como los nuevos y múltiples desafíos, son una realidad que la globalización se encarga de trasladar, en poco tiempo, al objetivo elegido. Por ello los Estados, por más amantes de la paz que se declaren, no deben soslayar las amenazas, sino preverlas y prevenirlas con sólidas hipótesis de conflicto, no de guerra. La falta de adecuación y preparación de los sistemas de defensa para enfrentar una amplia gama de desafíos constituiría una omisión infantil e injustificable que podría poner en peligro la subsistencia de los Estados. Ello no implica magnificar desafíos ni reivindicar la agresión, tampoco militarizar las relaciones interestatales, solo pretende rescatar y resaltar el concepto de “ … derecho inmanente de legítima defensa individual…”, proclamado en el Art. 51 de la Carta de las Naciones Unidas.
Ante esta verdad aceptada, la Argentina debe fortalecer su capacidad de negociación y su seguridad. Ello significa que deberá poseer un Sistema de Defensa Nacional integrado y Fuerzas Armadas con la estructura, despliegue, armamento y adiestramiento acorde con la situación regional y nacional vigente, que den respuesta real a la demanda del país y cuya capacidad de disuasión permita alcanzar una eficiente Defensa y Seguridad Nacional, así como cumplir el rol que la comunidad Internacional reclama en el marco de las Naciones Unidas y otros organismos regionales.
La interdependencia del sistema internacional y la ausencia de certezas indican que ningún país es ajeno a los desafíos (riesgos y/o amenazas) que acometen a las naciones, por lejanos o insólitos que hoy se perciban. En este contexto, el Estado debe mantener un Instrumento Militar en función de sus intereses, objetivos y posibilidades. La planificación de una estrategia nacional no debe obviar que el conflicto es un fenómeno constitutivo, ineludible e inseparable de las relaciones internacionales y sociales, aun cuando éstas modifiquen sus estructuras y dinámicas. Toda planificación presenta como características destacables la policausalidad, la permanencia y la identidad propia, y de ellas deviene la dificultad para vaticinar sus consecuencias. 

Martín Balza, ex jefe del Ejército y ex embajador en Colombia y Costa Rica

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