¿Y si el rey muere en el quirófano?
Imaginemos por
un momento que el rey no sale vivo de la clínica Quirón. No parece
probable, vale, nos han dicho que solo es una operación de cadera, cuya
tasa de mortalidad imaginamos muy baja (aunque si pregunto al doctor Google,
no sé qué pensar). Pero por experiencia propia sé que cuando uno se
tumba en un quirófano está a merced de complicaciones e imprevistos, y
hablamos de un paciente de edad avanzada y con muchos costurones ya en
el cuerpo.
Así que la pregunta es: ¿y si el rey muere
en el quirófano? Les propongo un ejercicio de política ficción, sin
morbo ni ensañamiento con el enfermo, solo para anticipar un escenario
que es poco probable, pero no imposible. Tampoco le deseo la muerte a
Juan Carlos de Borbón, por mucho que desee el fin de su reinado.
Aclarado lo anterior, ¿me acompañan en este ejercicio de ficción
política?
Pongamos que la operación de esta tarde se
alarga más de lo esperado. A media noche seguimos sin noticias, se
extiende el nerviosismo y se disparan los rumores. El miércoles
amanecemos con un parte médico que entre líneas reconoce la gravedad,
aunque intenta tranquilizarnos. Según avanza el día, y entre
llamamientos a la calma y un sospechoso apagón informativo, los médicos y
los responsables políticos van dosificando la información, hasta que a
la noche salta la noticia: el rey ha muerto.
Lo que
viene a continuación es perfectamente previsible. Y lo es porque todos
los implicados están preparados para algo así, y más desde que en los
últimos años la salud del rey es una preocupación de Estado. Las
instituciones, el gobierno, los grupos mayoritarios del parlamento, los
medios de comunicación. Todos saben qué hacer al día siguiente, cuál es
su sitio y su papel, porque todos se han preparado para algo que tal vez
no ocurra mañana, pero puede suceder en los próximos meses o años, por
pura lógica biológica.
De inmediato, las
instituciones activan las “previsiones constitucionales”, por la que se
inicia el mecanismo sucesorio y de forma instantánea sube al trono el
heredero. El Gobierno, el PP y el PSOE mantienen la “normalidad
institucional”, al tiempo que dedican sus energías a ensalzar la figura
del difunto, recordar su entrega a España y destacar el papel moderador y
de estabilidad que la monarquía ha tenido y etc.
Los
medios de comunicación sacan del congelador los reportajes, artículos y
materiales varios que tienen preparados desde hace tiempo, a falta solo
de ponerle fecha y punto final. Las televisiones programan a todas
horas especiales sobre el funeral de Estado, los hitos de su vida, la
monarquía en la historia de España, la figura del príncipe y su enorme
preparación para el cargo. El país vive varias jornadas de luto, y
llegan mensajes condolientes desde el extranjero.
¿Y
los ciudadanos? En principio, nos tienen reservado un papel de
espectadores. Nada más. Podemos ir a llorar a la capilla ardiente,
llevar flores a la puerta del palacio, poner crespones en los balcones, y
coger sitio en la calle para ver pasar la carroza fúnebre o aplaudir al
nuevo rey cuando salude en su primer paseo ya coronado. Y los más
vagos, acomodarse en el sofá a ver la sesión continua de telemonarquía
que emitirán todas las cadenas.
¿Y los republicanos?
¿Tenemos algo preparado para ese momento? ¿Hemos hecho nuestras propias
previsiones, tenemos planes de emergencia como los tienen las
instituciones, partidos y medios de comunicación? Permítanme que lo
dude.
En los últimos años, cuando me han invitado a
participar en algún acto republicano, siempre he lanzado la misma
pregunta a los presentes: “¿qué haréis si hoy abdica el rey, o si muere?
¿Tenéis algo previsto?” La respuesta (o la falta de ella), me hace
temer que no, que los republicanos no estamos preparados para enfrentar
el momento más crítico de toda monarquía: la sucesión en el trono.
Aceptamos que nunca ha sido tan baja la aceptación de la monarquía. No
nos apuntamos el tanto, pues nos ha venido todo en bandeja, ha sido el
propio rey el que se ha disparado en el pie repetidas veces en los
últimos años. Podríamos pensar que hoy la convicción republicana está
más extendida que nunca, aunque sea más por rechazo a la monarquía que
por tener principios republicanos.
Y sin embargo,
cuando la monarquía está en su momento más bajo en décadas, y cuando se
aproxima su hora crucial (pues si no muere, habrá abdicación en
cualquier momento, créanme), los republicanos no tenemos plan. No
tenemos una plataforma donde sumar fuerzas, ni siquiera un espacio donde
encontrarnos republicanos de distintas sensibilidades. No tenemos quien
nos convoque, no tenemos eso tan manido de una “hoja de ruta” para
traer la República.
Es cierto que estamos demasiado
ocupados en contener los ataques a la sanidad, a la educación, a la
ciencia, a los derechos laborales. Pero el republicanismo debe ser parte
de nuestra agenda, y la monarquía no es ajena al derrumbe español, sino
que es uno de los pilares que hoy se demuestran podrido.
Sí, es verdad que hay alguna convocatoria cercana (el próximo sábado 28, el llamado “ jaque al rey”,
en la línea de los rodeos al Congreso). Y estoy seguro de que, si esta
noche falleciese al rey, en seguida circularían convocatorias y
acabaríamos sacando la tricolor. También creo que, pasados los días de
la conmoción y el luto, aumentarían las voces pidiendo un debate público sobre la forma de Estado.
Pero no sé si es suficiente. No sé si estamos preparados para resistir
al aluvión monárquico que nos caería encima en caso de muerte o
abdicación, ni para impedir que el príncipe no solo suba al trono, sino
que se consolide como Felipe VI en muy poco tiempo, atornillado para un
largo reinado.
Yo no tengo mucho que aportar, tampoco
tengo plan, ni aspiro a convocar a nadie. Solo lo aviso: hoy mismo
podría fallecer el rey, o quedar incapacitado hasta forzar la
abdicación. Y todos están preparados, menos nosotros, los republicanos.
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