lunes, 12 de agosto de 2013

LOS PRIMEROS PICOTAZOS ASESINOS DEL CONDOR

COLABORACION ENTRE DICTADURAS

Primer vuelo del Cóndor

Como embajador en Argentina, el canciller Francisco Azeredo da Silveira (1974-1979), el hombre de Kissinger en la región, supervisó el secuestro y tortura del coronel democrático Jefferson Cardim Osorio, perpetrado en Buenos Aires en diciembre de 1970.
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 Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
El primer rastro del Cóndor. El hombre de confianza de Henry Kissinger en Brasil durante los años de la coordinación represiva sudamericana era el canciller Francisco Azeredo da Silveira (1974-1979), cargo al que ascendió luego de desempeñarse como embajador en Argentina, donde supervisó el secuestro y tortura del coronel democrático Jefferson Cardim Osorio, perpetrado el 11 de diciembre de 1970. Un crimen en el que tomaron parte espías, militares y diplomáticos de tres países, coludidos en su guerra sucia sin fronteras, como quedó registrado en el informe 001061, con sello del Servicio Nacional de Informaciones brasileño, hallado por este diario en 2011 y entregado a la Comisión de la Verdad de la presidenta Dilma Rousseff (ver facsímil).
“Gracias al rapto de Jefferson, el obsecuente Azeredo da Silveira se ganó la confianza de los militares poniendo la embajada porteña a disposición de los servicios que perseguían y a veces eliminaron a opositores prófugos”, sostiene el ex preso político Jarbas Silva Marques.
“Azeredo autorizó personalmente el secuestro, lo sé muy bien. Jefferson fue mi compañero en la cárcel cuando lo trajeron desde Argentina, lo habían torturado terriblemente”, recuerda Marques.
“Azeredo estaba en el aeropuerto cuando nos bajaron esposados de un auto los de la Policía Federal y nos subieron al avión de la Fuerza Aérea brasileña para mandarnos de vuelta”, confirma Jefferson “Jefinho” Lopetegui de Alencar Osorio, secuestrado junto a su padre, y junto a quien fue deportado clandestinamente a Río de Janeiro.
Contrastando con la bibliografía sobre la participación argentina, uruguaya o chilena en la trama delictiva sudamericana es poco lo que se sabe acerca del capítulo brasileño debido al cuidado de sus diplomáticos para evitar dejar huellas. Mientras el Cóndor chileno asesinaba aparatosamente al general Carlos Prats en la puerta de su departamento porteño en Palermo, originando una conmoción internacional en 1974, los brasileños operaban con la discreción de las serpientes, y gracias a ello varios crímenes, como el del coronel Osorio, comienzan a esclarecerse sólo 40 años más tarde.
A propósito, la muerte del ex presidente Joao Goulart en su estancia correntina en 1976, que su familia asegura fue por envenenamiento, tal vez un día, luego de la exhumación anunciada por el gobierno de Dilma, será incluida en el inventario de asesinatos invisibles de la dictadura brasileña. “Durante años la embajada fue usada para espiar a mi padre”, declaró Joao Vicente Goulart a este diario el año pasado.

Roberto Marcelo Levingston

“El día 12 de diciembre (de 1970, un día después el rapto del coronel Osorio) relaté al embajador Azeredo da Silveira los hechos ocurridos... y le solicité que los transmitiese al Ministerio de Relaciones Exteriores... Ese día ya habíamos recibido la información de que el presidente (Roberto Marcelo) Levingston firmaría el decreto de expulsión”, lo cual finalmente ocurrió en un plazo sorprendentemente breve, dice el telegrama confidencial elaborado en la embajada de la calle Cerrito 1350 por un agregado militar.
Este tramo del papel secreto posiblemente sea el más revelador, dado que confirma oficialmente que el crimen del que fue víctima el militar dado de baja por la dictadura, uno de los hombres importantes de la resistencia brasileña, llegó al conocimiento de las más altas autoridades del Ministerio de Exteriores en Brasilia y fue autorizada, de puño y letra, por el efímero dictador Levingston, ex agregado militar en Washington.
Después de una lectura cuidadosa del despacho secreto de seis páginas, generoso en fechas y nombres, se robustece la presunción de que el afrancesado Palacio Pereda, sede de la representación diplomática, era en realidad una base de inteligencia y logística desde donde se habrían supervisado varios secuestros y desapariciones ocurridos por lo menos hasta diciembre de 1973, cuando Azeredo da Silveira recibió el convite del inminente presidente militar Geisel (tomó posesión en marzo del ’74) para asumir la jefatura del Palacio Itamaraty, desde donde tejió un vínculo carnal con Henry Kissinger.
Ambos compartían el principio según el cual Washington debía delegar en Brasil parte de sus responsabilidades en Su- damérica, entre ellas la desestabilización de los gobiernos democráticos que aún quedaban en pie, como el argentino (otros papeles muestran que el sucesor de Azeredo, el embajador Pinheiro mantuvo una conspirativa agenda de encuentros con Videla y Massera en 1975) y aceitar las articulaciones entre los aparatos represivos.
Desde fines de los años ’90 Estados Unidos liberó miles de papeles con informaciones sensibles de la represión en Chile y un número apreciable sobre Argentina, pero ha evitado, tanto como pudo, desclasificar documentos sobre operaciones que contaron con el apoyo del Palacio Itamaraty a través de su Centro de Informaciones en el Exterior, el CIEX, creado en 1966, anticipándose en casi una década al surgimiento del Cóndor.
¿Será que al mantener en la sombra los crímenes brasileños Washington se preserva a sí mismo y confirma el precepto de que los crímenes de Estado nunca llegan a ser esclarecidos?
A pesar de la escasez (por ocultamiento) de informaciones es sensato suponer que Brasil, cuya sociedad con Washington devino en complicidad delictiva especialmente desde 1970, fue una pieza crucial en el engranaje terrorista y posiblemente haya sido pionero en desarrollar una estructura internacional como lo ilustra el rapto del coronel Cardim Osorio, donde se percibe lo aceitado del sistema.

Cóndor brasileño

En su primera página, el texto confidencial elaborado por el agregado militar en la embajada indica que el militar disidente Cardim Osorio, su hijo de 18 años y un sobrino partieron en un Ferry Boat desde Colonia el 11 de diciembre de 1970 a las 11.30, y tres horas más tarde ya habían sido detenidos por elementos de la Coordinación Federal de la Policía Federal en un muelle porteño, desde donde los trasladaron hasta la Subcomisaría de Asuntos Extranjeros para ser interrogados.
El texto indica que dos agregados militares brasileños, uno venido de Uruguay, fueron hasta la subcomisaría, donde departieron como buenos camaradas de armas con sus pares argentinos y allí analizaron lo dicho por los prisioneros. (En las sesiones de tortura, claro, aunque el documento no lo diga.)
Luego se menciona que tras la deportación del coronel y su hijo hubo otro encuentro con el coronel argentino Cáceres, del ejército, quien demostró interés en dar continuidad al joint venture terrorista. “El coronel Cáceres me expresó la necesidad y la conveniencia de que mantengamos un contacto más próximo frente a casos similares... y también conversamos sobre la necesidad de mantener el secreto respecto del destino de los elementos embarcados” hacia Brasil, dice el telegrama en su página 6.
“Cuando leí esos papeles me sorprendí, pero no del todo, porque yo sabía que atrás de todo lo que nos pasó estaba Itamaraty. Me vino un frío porque por primera vez había un papel oficial, escrito por los militares con el sello del SNI, demostrando que en Itamaraty los funcionarios más altos de dictadura argentina, como el presidente Levingston, estuvieron detrás del secuestro de mi padre y el mío”, cuenta Jefferson “Jefinho” Osorio Lopeteguy.
El Plan Cóndor fue instituido en noviembre de 1975 en Chile, bajo la cobertura de Augusto Pinochet, y los enviados brasileños a ese cónclave no firmaron las actas, alimentando la interpretación de que la “dictablanda” brasileña nunca estuvo a voluntad dentro de esa cofradía. Una leyenda que Jefinho no comparte.
“En 1970 la operación Cóndor todavía no tenía ese nombre, no sé cómo se llamaba la organización que nos secuestró y torturó en Buenos Aires, y que nos siguió por años en Montevideo. Lo que digo es que a nosotros nos secuestró algo que era igual al Cóndor, porque en Brasil esto ya existía. Incluso mi padre ya lo sabía, en 1970 él me dijo que ellos estaban en varios países y que a veces mataban a los exiliados, y que tiraban a los presos al mar desde los aviones de la Fuerza Aérea, él llegó a hablarme de todo esto antes de ir preso.”



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