jueves, 23 de mayo de 2013

RECUERDOS DE LA LUCHA ARGENTINA

“Guzetti, La Cañada, la guerrilla no ha sido aniquilada”

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“Guzetti, La Cañada, la guerrilla no ha sido aniquilada” Por Mariano Pacheco*. Pocho recuerda la figura del Tata Sapag con un aprecio incalculable. “La ingeniosa consigna se le había ocurrido a Sapag luego de que Montoneros realizara un atentado contra César Augusto Guzzetti”.
Al relatar una anécdota sobre “La Mendocina”, Pocho comienza a sudar. Entrecortando su voz dice:
Ella era la compañera de Palito, mi responsable. Era nuevita políticamente. No me acuerdo como, pero la cuestión es que un día llega la cana a una pensión en la que vivían juntos en Quilmes. Lo a buscar a Palito y ella lo canta. Así que cuando Palito va lo están esperando. Un poco por experiencia, otro poco por intuición, quien sabe, el tema es que Palito, antes de llegar, se da cuenta que están los milicos y se raja. Luego de eso informa al Tata de lo sucedido. Y la compañera también, porque logra zafar de la cana, y ella inmediatamente va, se encuentra con Palito y e le cuenta lo que había pasado, que la habían torturado, que no aguantó y lo cantó. Entonces se hace la reunión, y se discute con el Tata que hacer con la compañera, ya que había colaborado, había entregado a un compañero. Se terminó planteando que lo que correspondía hacer, siguiendo el manual, era fusilarla. Pero todos fuimos diciendo de a poquito que no estábamos de acuerdo con eso, no solamente porque no nos bancábamos ajusticiar a una compañera, sino porque creíamos que ella había tenido una actitud coherente, de ponerse a disposición, cuando se podría haber fugado. El Tata dijo que pensaba lo mismo, y lo que se decide hacer es mandarla para Mendoza, para que deje de ser un problema de seguridad para los que estábamos en territorio. Se le paga el pasaje y todo... Por supuesto, nunca más supe nada de ella. Creo que esto habla un poco de cómo era el Tata: alguien de una dureza y una moral ideológica muy grande. Pero también de una persona tierna y un compromiso inmenso con el otro.
Cuenta Pocho, también, que una de las últimas tareas a cargo del Tata fue la planificación de una actividad de propaganda armada que realizaron bajo la consigna “Guzetti, La Cañada, la guerrilla no ha sido aniquilada”. La ingeniosa consigna se le había ocurrido a Sapag luego de que Montoneros realizara un atentado contra César Augusto Guzzetti. El 5 de mayo de 1977, el vicealmirante recibió un disparo en el rostro, mientras se encontraba en la sala de espera en un consultorio médico. Dado por muerto, los dos hombres y la mujer que conformaban el Pelotón de Combate de Montoneros se retiraron. Pero Guzzetti, en coma, se mantuvo con vida. Y si bien una operación en los Estados Unidos logró prolongarle su vida por algún tiempo, el vicealmirante Guzzetti quedó mudo y cuadripléjico. Guzzetti, ministro de relaciones exteriores, había declarado ante el Buenos Aires Herald, el 4 de octubre de 1976, que no había en el país subversión de derecha, sino sólo anticuerpos, la reacción natural de un cuerpo enfermo contra el germen de la guerrilla.
La operación, según la planificación de Sapag, implicaba hacer una serie de acciones importantes de manera combinada. El objetivo era demostrar que había en la zona un importante nivel de desarrollo de la resistencia armada a la dictadura. De allí que la operación pusiera en juego unos veinte militantes. Un pelotón operaría en Alpargatas, otro en Peugeot y otro, en el barrio donde habían tenido históricamente mayor influencia: La Cañada. Estaba programada para la tercera semana de agosto de 1977. Coincidían, para el día 22 de agosto, dos  aniversarios importantes. Por un lado, los fusilamientos de presos políticos en Trelew, en 1972. Por otro lado, el asesinato en Quilmes, por parte de las bandas parapoliciales, del militante montonero Eduardo Roña Berckman. La operación es de las más recordadas, porque en un momento el Tata decide adelantarla, realizarla hacia fines de mayo. Pero se tiene que suspender en más de una oportunidad, porque las lluvias jugaban en contra de todo lo planificado. Fundamentalmente, porque las calles por las cuales debían replegarse eran de tierra. Finalmente la operación se hace, pero con tantas idas y venidas Pocho ya no recuerda cuando fue. Sí recuerda que fue a mediados de año, y que a él le tocó integrar el pelotón que accionó en La Cañada. La operación fue muy grande, porque se corta la avenida Zapiola, que era la entrada al barrio, se colocan pasacalles con esa consigna, se volantea en las paradas de colectivos y hasta se llega a frenar algunas unidades para subirnos y entregarles los volantes en mano a los pasajeros. Fue una operación grande, en la cual si bien no hubo bajas, hizo que nos mostráramos tonta y groseramente ante el enemigo.
La operación logró el objetivo propuesto: que la prensa diera cuenta de un acto de resistencia, que mostrara a los militares y al pueblo argentino que en la zona había montoneros resistiendo, y a la vez, dar señales a la Conducción Nacional, que estaba en el exterior, de que había pelotones activando en la zona, desenganchados de la estructura. Después nos dimos cuenta que era un error, porque nos estábamos mostrando, y a partir de un informe que nos hacen llegar unos compañeros, nos enteramos que los servicios  habían puesto todos sus sentidos en zona sur.

Luego viene las operaciones por el 17 de octubre, y las caídas. La sección entra de conjunto en una etapa de emergencia total, con todos los militantes desenganchados de las estructuras. Los de Quilmes pierden contacto con los de Berazategui y Florencio Varela. Las cosas comienzan a complicarse más y más. Sin tener lugar donde dormir, sin dinero, en medio de esa situación, deciden un día hacer una operación. Alguien les pasa una información de una distribuidora de vinos que tenía mucha plata. Entonces Pocho va, reúne tres milicianos, no de la zona de Quilmes sino de la otra sur, y los lleva con él para robar el lugar. Voy con el coche, los junto, les digo ahí, en el momento, cuál era la operación. Me acuerdo que era mediodía y había que esperar a que se vayan los camiones. Después salía un tipo de la empresa con la plata y hacia el depósito. El tipo finalmente sale. La operación la hacemos, sale todo bien... hasta ahí. Cuando nos estamos por ir, saco la plata, que estaba envuelta en papel de diario, y veo que uno de estos pibes –que evidentemente habíamos sacado, incorporado de alguna banda de chorritos– le empieza a refregar el fierro por la cara al tipo. Lo cagué a gritos, porque pensé que lo mataba. Finalmente nos vamos. Ahí yo tenía que llevarlos y dejarlos, pero cuando pasamos Solano, uno de estos pibes dice: “Vamos a un lugar a repartir…”. Le digo que no, que la plata no se reparte. Y se genera toda una situación. Entonces me meto en una calle de tierra, llego a un terreno baldío y los hago bajar del auto, mal. Meto la plata dentro de un bolso, les pido los fierros, pero no los querían dejar, obvio. Por suerte los puedo reducir, dejan los fierros, me subo al coche y me voy. Era plata como para comprar una casa, no la podíamos repartir así, para que cada uno se llevara una tajada. De hecho, esa guita significo mucho en ese momento: fue un gran oxígeno para nosotros.
Pero las cosas, de todos modos, no mejoraron. Pasaron las semanas y todo se complicaba más. Pocho la ve negra y decide irse. Preparando su repliegue, uno de esos días, se cruza en la calle con María, quien le dice que tiene posibilidades de reengancharse. Quedan en una cita, pero ella no asiste. Y ahí me da la sensación de que la emergencia ya era un desbande. En esa semana llevo a mi hija a la Casa cuna, en Capital, y ahí me encuentro con un compañero de la Columna Norte, que me cuenta que durante esa semana habían caído varios compañeros, y que él, como lo estaban buscando, se había ido, y que al no tener otra cosa se estaba movilizando en el coche operativo con el cual habían operado contra un empresario importante de la zona. Operación por la cual lo estaban buscando. Así que le dije que era una barbaridad que hiciera eso. Y ahí tome conciencia realmente de la gravedad de la situación y decidí desengancharme. Estaba justo terminando el mundial. Me fui para Mendoza, donde estuve unos ocho meses.

*Relato que forma parte de Montoneros silvestres, historias de resistencia a la dictadura en el sur del conurbano, libro en preparación que Marcha irá adelantando en breves entregas, un martes por mes.

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