sábado, 22 de diciembre de 2012

QUE DIFICIL ES LA ARGENTINA(y los argentinos,¿que?)

Saqueadores

Mauro Federico.


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Saqueadores
Por Mauro Federico
Veinte, cincuenta, cien, quinientas. No se sabe con certeza cuántas personas participaron de los incidentes registrados entre el jueves 20 y el viernes 21 de diciembre en un puñado de localidades de la República Argentina. Pero permítanme confesarles algo: estos hechos no me toman por sorpresa. Ni a mi, ni a muchos otros, incluidos varios integrantes del gobierno nacional. Sin cometer una total infidencia -porque preservaré la fuente- el día miércoles me entrevisté con un funcionario de primerísimo nivel y con llegada directa a los movimientos sociales quien, en estricto off, me aseguró que su mayor preocupación era lo que podía ocurrir en oportunidad de conmemorarse el undécimo aniversario de la pueblada de fines de 2001, que terminó con el gobierno de Fernando De la Rúa y con la vida de 34 compatriotas.
Desde las más altas esferas del poder político se sabía -con información muy precisa- que había en preparación un conjunto de hechos tendientes a promover acciones de desestabilización que produjeran acciones represivas por parte de las fuerzas de seguridad. Y por eso fue necesario instruir a los efectivos para que no actuaran de modo descoordinado y anárquico ante lo que podía significar un desbande generalizado. Ocurridos los episodios, que al momento de escribirse estas líneas parecían haberse diluído sin mayores consecuencias, corresponde ahora poner una mirada analítica sobre lo que pudo haber pasado y cómo debe el gobierno seguir adelante con la tarea de evitar condiciones de indignidad entre los miles de carenciados de nuestro país que los transformen en pasto seco presto a encenderse con la primera chispa de la rebelión.
Nadie puede discutir que estamos en un lugar muy diferente al que nos encontrábamos hace once años, cuando la Nación estalló en pedazos y la institucionalidad política corrió serio peligro de quebrantarse una vez más en nuestra historia contemporánea. Había otros actores, a uno y otro lado del mostrador que divide al gobierno de la oposición, y había un contexto económico y social diametralmente opuesto al actual, así como también un mapa geopólitico mundial muy distinto al del presente. ¿Y entonces? Tal vez debamos poner la mirada en las debilidades de este modelo y en el potencial poder de daño que aún ostentan sus detractores más poderosos. Si bien se ha hecho mucho para reducir la pobreza en Argentina, existen aún bolsones muy importantes de población con las necesidades básicas insatisfechas que tienen cerrada la posibilidad de vislumbrar un destino más amable para ellos y para sus hijos. Que son menos que hace una década, no hay dudas. Pero todavía son demasiados para los elevados niveles de crecimiento que ostenta la estadística macroeconómica local. El Estado debe llegar más y mejor hasta esos sectores para brindarles una asistencia que no llega a destino, a pesar de la expansión de los planes sociales.
El otro aspecto a considerar es la política de alianzas que se tejan en el futuro con los diferentes actores de la vida política y social. Y en ese sentido queda claro que la estrategia de fracturar al movimiento sindical organizado no parece haber sido la más adecuada. Luego de haber alimentado durante años el crecimiento desmedido del Sindicato de Camioneros y haber contribuído a proyectar a su líder con el fin de aprovecharlo para sus intereses, el gobierno decidió fracturar esa unión y trazar una bisectriz errática hacia una atomización peligrosa de las centrales gremiales, recostándose sobre una dirigencia de dudoso pasado. En paralelo, también movió fichas para promover la división de la central alternativa (CTA), a la que sumió en contradicciones poco beneficiosas para una experiencia tan legítima, edificada al calor de la lucha contra el neoliberalismo. Y cerró filas con sectores empresariales tan afectos a golpear cuarteles, como a participar de las fiestas noventistas que organizaba el menemato, mientras rozaba los intereses de otros grupos patronales que se animaron a enfrentarlo en defensa de sus intereses corporativos.
Por último, encaró con épica espartana la pendiente tarea de democratizar las comunicaciones, confrontando sin cuartel con un antiguo socio del que se valió para construir parte de su consenso en un pasado no muy lejano, favoreciéndolo con parte de los privilegios que hoy pretende recortarle. En este contexto se producen los saqueos de estas jornadas en donde cuesta tanto identificar con claridad quiénes son los verdaderos responsables. Tal vez si miramos con atención entre estas líneas hallaremos elementos para entender que nada es casualidad y que a los saqueadores no los vamos a encontrar entre los fantasmas del pasado, sino entre las grietas mal selladas de este sistema que supimos construir.

Veinte, cincuenta, cien, quinientas. No se sabe con certeza cuántas personas participaron de los incidentes registrados entre el jueves 20 y el viernes 21 de diciembre en un puñado de localidades de la República Argentina. Pero permítanme confesarles algo: estos hechos no me toman por sorpresa. Ni a mi, ni a muchos otros, incluidos varios integrantes del gobierno nacional. Sin cometer una total infidencia -porque preservaré la fuente- el día miércoles me entrevisté con un funcionario de primerísimo nivel y con llegada directa a los movimientos sociales quien, en estricto off, me aseguró que su mayor preocupación era lo que podía ocurrir en oportunidad de conmemorarse el undécimo aniversario de la pueblada de fines de 2001, que terminó con el gobierno de Fernando De la Rúa y con la vida de 34 compatriotas.

Desde las más altas esferas del poder político se sabía -con información muy precisa- que había en preparación un conjunto de hechos tendientes a promover acciones de desestabilización que produjeran acciones represivas por parte de las fuerzas de seguridad. Y por eso fue necesario instruir a los efectivos para que no actuaran de modo descoordinado y anárquico ante lo que podía significar un desbande generalizado. Ocurridos los episodios, que al momento de escribirse estas líneas parecían haberse diluído sin mayores consecuencias, corresponde ahora poner una mirada analítica sobre lo que pudo haber pasado y cómo debe el gobierno seguir adelante con la tarea de evitar condiciones de indignidad entre los miles de carenciados de nuestro país que los transformen en pasto seco presto a encenderse con la primera chispa de la rebelión.

Nadie puede discutir que estamos en un lugar muy diferente al que nos encontrábamos hace once años, cuando la Nación estalló en pedazos y la institucionalidad política corrió serio peligro de quebrantarse una vez más en nuestra historia contemporánea. Había otros actores, a uno y otro lado del mostrador que divide al gobierno de la oposición, y había un contexto económico y social diametralmente opuesto al actual, así como también un mapa geopólitico mundial muy distinto al del presente. ¿Y entonces? Tal vez debamos poner la mirada en las debilidades de este modelo y en el potencial poder de daño que aún ostentan sus detractores más poderosos. Si bien se ha hecho mucho para reducir la pobreza en Argentina, existen aún bolsones muy importantes de población con las necesidades básicas insatisfechas que tienen cerrada la posibilidad de vislumbrar un destino más amable para ellos y para sus hijos. Que son menos que hace una década, no hay dudas. Pero todavía son demasiados para los elevados niveles de crecimiento que ostenta la estadística macroeconómica local. El Estado debe llegar más y mejor hasta esos sectores para brindarles una asistencia que no llega a destino, a pesar de la expansión de los planes sociales.

El otro aspecto a considerar es la política de alianzas que se tejan en el futuro con los diferentes actores de la vida política y social. Y en ese sentido queda claro que la estrategia de fracturar al movimiento sindical organizado no parece haber sido la más adecuada. Luego de haber alimentado durante años el crecimiento desmedido del Sindicato de Camioneros y haber contribuído a proyectar a su líder con el fin de aprovecharlo para sus intereses, el gobierno decidió fracturar esa unión y trazar una bisectriz errática hacia una atomización peligrosa de las centrales gremiales, recostándose sobre una dirigencia de dudoso pasado. En paralelo, también movió fichas para promover la división de la central alternativa (CTA), a la que sumió en contradicciones poco beneficiosas para una experiencia tan legítima, edificada al calor de la lucha contra el neoliberalismo. Y cerró filas con sectores empresariales tan afectos a golpear cuarteles, como a participar de las fiestas noventistas que organizaba el menemato, mientras rozaba los intereses de otros grupos patronales que se animaron a enfrentarlo en defensa de sus intereses corporativos.

Por último, encaró con épica espartana la pendiente tarea de democratizar las comunicaciones, confrontando sin cuartel con un antiguo socio del que se valió para construir parte de su consenso en un pasado no muy lejano, favoreciéndolo con parte de los privilegios que hoy pretende recortarle. En este contexto se producen los saqueos de estas jornadas en donde cuesta tanto identificar con claridad quiénes son los verdaderos responsables. Tal vez si miramos con atención entre estas líneas hallaremos elementos para entender que nada es casualidad y que a los saqueadores no los vamos a encontrar entre los fantasmas del pasado, sino entre las grietas mal selladas de este sistema que supimos construir.

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