Marcos Roitman Rosenmann Doctor en Sociología
Adiós, democracia, adiós
«Los amos del capitalismo no tienen empacho en pregonar la llegada de un tiempo nuevo sin vínculos democráticos», afirma el autor, que analiza el abandono de los principios democráticos como articuladores del orden social y político y la pérdida de control democrático sobre los mercados. Una evolución que no considera casual, fruto de un arduo trabajo en el que destaca la labor de la sociedad neoliberal de Mont-Pelerin en su cruzada contra Keynes y el estado del bienestar. Concluye afirmando que, bajo estos parámetros, la democracia pierde «batalla tras batalla» y se dan todas las condiciones para darle la extremaunción.
Fuese o no verdad, concluida la guerra fría se
popularizó la idea, en los países capitalistas, de vivir en democracia.
Países ricos y pobres, dominantes y dependientes, debían asumir la tarea
de crear o consolidar instituciones propias de una democracia
representativa. El esfuerzo se adjetivó como la construcción de una
orden mundial capaz de encajar democracia política y economía de
mercado. En su empeño de construir un objeto imposible primó la mano
invisible del mercado sobre los principios de la democracia,
convirtiéndola en un cascarón vacío, paso previo para el advenimiento de
una sociedad sumisa y ordenada. El mercado tomaba las riendas. El
capital privado sustituía al Estado en la función fiscalizadora de las
políticas públicas y sociales. Fortalecer la gobernabilidad, consolidar
la gobernanza y crear un parámetro que midiese la «calidad de la
democracia» constituyó el núcleo del proyecto. Fue la manera de
justificar la emergencia de gobiernos fuertes y ágiles, donde la mano
dura sustituía el diálogo y la negociación social. Entre los criterios
para el ranking de la calidad democrática se propusieron el estado de
los derechos políticos y las libertades civiles, la representación de
género, la aplicación de justicia, la soberanía, la corrupción o los
niveles de satisfacción ciudadana. A medida que el mercado ha ido
fagocitando la democracia el suspenso es generalizado, poniendo en claro
que democracia, capitalismo y economía de mercado no son compatibles.
Los amos del capitalismo no tienen empacho en
pregonar la llegada de un tiempo nuevo sin vínculos democráticos. Sus
hacedores, las transnacionales, y el capital financiero rediseñan, bajo
la tutela de los mercados, los límites del sistema mundo. Sus efectos
conllevan un terremoto político. Los primeros edificios en
resquebrajarse, aquellos que dan cobijo a la ciudadanía política y la
democracia, acaban en ruina. La reconstrucción no busca restaurarlas;
sobre sus cimientos edifica un nuevo orden de explotación. Su aparición
no es casual, responde a un arduo trabajo que horadó lentamente los
pilares la democracia. Bajo la tutela de Friedrich Hayek, en un hotel de
los Alpes suizos, se funda en 1947 la sociedad neoliberal de
Mont-Pelerin. Von Mises, Rawls, Friedman, Stigler, Popper, Coase o
Buchanan son sus miembros destacados. Todos emprenden una cruzada contra
Keynes y el estado del bienestar. Poco a poco, entre las élites
políticas, crece su influencia doctrinal hasta contaminar los programas
de los partidos políticos, sean conservadores, liberales,
socialdemócratas, progresistas o democristianos.
Académicos e intelectuales de la «secta» crean
institutos privados, fundaciones, centros de investigación, editoriales,
medios de comunicación y de paso cambian los planes y programas en las
universidades públicas y privadas de las facultades de economía y
ciencias sociales. El ideario neoliberal gana terreno. Su mensaje no
tiene dobleces. Si la democracia política representa un problema para la
economía de mercado, nos deshacemos de ella. Para evitar ser tildados
de antidemócratas proponen convertir la democracia política en
democracia de mercado. Von Mises, mano derecha de Hayek, asienta la
definición: «La democracia de mercado se desentiende del verdadero
mérito de la íntima santidad de la personal moralidad de la justicia
absoluta. Prosperan a la palestra mercantil, libre de trabas
administrativas, quienes se preocupan y consiguen proporcionar a sus
semejantes lo que éstos, en cada momento, con mayor apremio desean. Los
consumidores, por su parte, se atienen exclusivamente a sus propias
necesidades, apetencias y caprichos. Esa es la ley de la democracia
capitalista. Los consumidores son soberanos y exigen ser complacidos».
Crear una sociedad bajo los principios de la economía de mercado y
renegar de la democracia no es tarea fácil. Se requiere gobernar con
mano de hierro. Varios ejemplos preglobalización se esgrimen, aunque
desaconseja la forma política de acceso al poder. El caso de Chile es
recurrente. A quienes diseñaron las bases de la política económica de la
dictadura, críticos de la democracia política, educados en los
principios de la economía de mercado, se les considera unos adelantados y
a Pinochet un iluminado. Bajo los atentos ojos de sus maestros, Hayek,
Friedman, Rawls o Stigler, logran asombrar al mundo, pero no pueden
sacudirse el pecado original, imponerlo a sangre y fuego. Paradojas de
la vida, serán sus detractores quienes, tras 17 años de tiranía, le
rediman y den su plácet. Exiliados y oposición consensuada alabaron sus
logros y se reconvirtieron al catecismo neoliberal, ahora legitimado
electoralmente. El siguiente ejemplo viene del viejo mundo. En 1979, sin
desaparecidos, torturados y exiliados, Margaret Thatcher, en Gran
Bretaña, gana las elecciones y asume el ideario pinochetista. El tercer
ejemplo proviene de Estados Unidos. En 1981 el Partido Republicano aúpa a
la Casa Blanca a Ronald Reagan. Tres experiencias que pusieron en el
punto de mira las políticas de austeridad, los recortes y su devoción
por instaurar una «democracia de mercado». Sus gobiernos abrieron camino
desarticulando el tejido de la sociedad política y civil. Sindicatos de
clase, partidos obreros, organizaciones defensoras de los derechos
humanos fueron cuestionadas como instituciones democráticas. La
propaganda en su contra acabó deslegiti- mando sus funciones y
desacreditando a sus miembros. La crisis de la militancia y la
desafección política fueron los primeros síntomas de un poder
neoligárquico que imponía su cosmovisión totalitaria y antidemocrática.
Los mercados no requieren mecanismos de negociación para solucionar los
conflictos de clase. Una palabra fue copando el discurso político y la
narrativa del neoliberalismo: austeridad. Los documentos de época
insisten en dicho concepto para explicar los cambios introducidos en la
gestión pública y la asignación de recursos. Los programas sociales son
afectados bajo el principio de racionalidad y eficiencia. La
desregulación acabó con el estado del bienestar y sus atributos
compensatorios de las desigualdades económicas.
Los años 90 del siglo XX encontraron un camino
abonado. Nada se oponía al relato neoliberal y el comunismo realmente
existente se desarticulaba hasta desaparecer del mapa europeo. El camino
queda expedito para profundizar las reformas. La democracia pierde
batalla tras batalla. Aumentan las desigualdades y la pobreza resurge y
la exclusión se consolida. Y en la primera década del siglo XXI ya nada
parece inquietar. Día a día se suceden acontecimientos que nos hablan
del total abandono de los principios democráticos como articuladores del
orden social y político. Los ejemplos provienen de todas las esferas.
La justicia, la cultura, la economía, la política, la educación, la
sanidad, etcétera. El deterioro de la democracia coincide con la pérdida
de control de la clase política de los mercados y sus representantes.
La democracia ya no es la forma por excelencia de la dominación
burguesa, expresa la reivindicación de las clases trabajadoras,
explotadas, los pueblos originarios sometidos al colonialismo interno y
las mujeres al dominio propio de una sociedad capitalista y patriarcal.
En este sentido la democracia se incorpora como parte de un proyecto
alternativo, anticapitalista, abajo y a la izquierda. De allí que bajo
el capitalismo le demos la extremaunción. Adiós, democracia, adiós.
© La Jornada
No hay comentarios:
Publicar un comentario