jueves, 11 de octubre de 2012

El foco guevarista

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El foco guevarista Por Pedro Perucca. La vida heroica y aventurera del  Che Guevara no podía sino concitar el interés del séptimo arte pero, hasta no hace mucho tiempo, los resultados cinematográficos del foco en el guerrillero estaban lejos de hacerle honor a su enorme figura.
La primera aparición de Guevara como personaje en el cine merece ser citada sólo como una rareza y por ser la única producción en que el Che aparece como personaje antes de su muerte. Se trata del corto dirigido por Andy Warhol “The life of Juanita Castro” (1965), una farsa en la que aparecen Fidel, Raúl y el Che (personificados por mujeres) discutiendo sentados en un sofá sobre el machismo y la violencia guerrillera.
Después de 1967, lógicamente el cine intenta capitalizar el impacto mundial que provocó la noticia de la caída del Che en la selva boliviana. Eran tiempos de bipolaridad, de Mayo francés, de rebeliones en el “tercer mundo”, de foto de Korda transformada en símbolo de rebeldía en los cinco continentes. Y, como la pantalla grande nunca estuvo ajena a las luchas ideológicas en curso, así nacieron los primeros filmes basados en la vida de Guevara. Uno a favor, aunque pobre, y otro en contra, aún más pobre. El primero de ellos es “El Che Guevara” (1968), una producción italiana dirigida por Paolo Heusch, con el español Francisco Raval como el Che. Más allá de las buenas intenciones, el film se encuentra lleno de errores e imprecisiones sólo en parte justificables por lo reciente de los acontecimientos que pretende representar.
Por su parte, Estados Unidos no demora en poner a funcionar sus usinas ideológicas hollywoodenses buscando contrarrestar la imagen de héroe y mártir de Guevara, expeliendo una bodriesca “Che!” (1969), a cargo de Richard Fleischer (un prolífico director cuyos mayores logros son la versión original de “Doctor Doolitle” y “Conan, el bárbaro”), con un Omar Sharif al borde del grotesco como Guevara y un Jack Palance ya decididamente del otro lado como Fidel Castro.
Y luego el personaje del guerrillero heroico desparece de la gran pantalla y habrá que esperar hasta el 30 aniversario de su muerte para que la lente vuelva a hacer foco en Guevara.
Con los estertores del siglo XX aparece la evitable “Evita” (1996) de Alan Parker, basada en el famoso musical de Brodway, con Madonna como “abanderada de los humildes” y Antonio Banderas haciendo un Che en jeans y sin barba que no sólo oficia de relator sino que llega a bailar con Eva un vals cronológicamente imposible. Aún con un menemismo cholulo eufórico por la visita de tantas celebrities, el filme despertó infinidad de polémicas en el país por su falta de rigor histórico, tanto así que Parker tuvo que salir a aclarar que el personaje de Banderas no era “El Che” sino “un che”, una representación genérica de la izquierda que servía de contrapunto irónico al personaje de Eva.
Al año siguiente, el argentino Juan Carlos Desanzo se le anima al Che. Así llega a las salas su “Hasta la victoria siempre” (1997), un intento de reflejar seis momentos claves de la vida del Che que cosechó pésimas críticas, no sólo por la falta de carisma del actor protagónico (un desconocido Alberto Vasco) sino sobre todo por el molesto tono declamativo de los diálogos y por la sensación general de algo hecho a los apurones para aprovechar el aniversario.
Por suerte, con el comienzo del nuevo siglo han sonado algunos disparos guerrilleros para el lado de la justicia. En 2004 se estrenó “Diarios de motocicleta”, de Walter Salles, la más que digna versión de los viajes juveniles de Ernesto Guevara y Alberto Granado por América latina, con Gael García Bernal y Rodrigo De la Serna en roles protagónicos. Guevara aún no era el Che sino Fuser (un apodo de sus épocas de rugbier derivado de su grito de combate: ¡Furibundo Serna al ataque!), un joven médico viajero que al contacto con la belleza de los paisajes de Nuestramérica y con los dolores y maravillas de su gente decide cambiar su vida, cruzar el río y traicionar a su clase para comenzar a comprometerse con los oprimidos del mundo.
Además de alzarse con decenas de premios internacionales (incluyendo un Oscar a Mejor canción original por “Al otro lado del río”, de Jorge Drexler), el film también fue muy bien recibido en la misma Cuba. Allí Rodrigo de la Serna destacaba el rol político del film, que al humanizar la figura del Che permite que las nuevas generaciones se acerquen a su vida y a su obra, lo que fue muy importante porque “el viaje que estos dos hombres realizaron hace cincuenta años es el que todos los jóvenes latinoamericanos deberíamos emprender de alguna manera”.
En 2005 se filmaron la muy poco conocida “Che Guevara”, una película independiente dirigida por el novel director estadounidense Josh Evans con el español Eduardo Noriega como el Che y “Lost city”, de y con Andy García (un lamento de gusanos miameros nostálgicos de los tiempos de Batista), donde Guevara aparece como un asesino a sangre fría.
Un manto de piedad sobre ella y pasemos a la que hasta el momento es la mejor representación cinematográfica del mito: el Che de Steven Soderberg, de 2008. El film originalmente fue concebido como una unidad y sólo por necesidades comerciales y de exhibición fue separado en las dos partes en que lo conocimos (“Che, el argentino” y “Che, guerrilla”), abarcando la primera el período que va entre el primer encuentro entre el Ernesto y Fidel en México y el triunfo de la revolución cubana, mientras que la segunda se concentra en el foco insurreccional en la selva boliviana.
Pese a las prevenciones que podía despertar un proyecto de este tipo en manos de un director tan desparejo y sobrevalorado como Soderberg, el film acumula múltiples méritos, desde la decisión de hacerlo hablado en castellano (aún para un mercado tan reacio a ver películas en otro idioma como el estadounidense) hasta una enorme calidad en todos los rubros técnicos, pasando por una rigurosa investigación para los guiones y un excelente nivel actoral, del que sobresale un enorme Benicio del Toro como Guevara. En algunos momentos su mímesis llega a ser impresionante, sobre todo en los fragmentos en blanco y negro, que parecen protagonizados por el mismo Che. No casualmente su personificación se llevó la palma en Cannes y, si Hollywood no fuera lo que es, bien hubiera merecido un Oscar para el que no estuvo siquiera nominado.
Tal vez lo único criticable del film sea su exceso de fidelidad a la historia oficial cubana, lo que le garantizó un excelente recibimiento en la isla pero nos dejó gusto a poco en cuanto a una caracterización del personaje menos monolítica y, sobre todo, en lo que hace a la falta de conflictos o contradicciones de Guevara tanto con la dirección revolucionaria cubana como con el bloque soviético.
En fin, seguramente esto no es todo, amigos, especialmente porque aún queda mucho material de archivo del propio Guevara por hacerse público, lo que puede dar pie a nuevas aventuras cinematográficas (por ejemplo, en algún momento se rumoreó la posibilidad de que Soderberg filmara también sus vicisitudes en el Congo), así que concluiremos recomendando “endurecerse sin perder jamás el encuadre”, porque el cine, en tanto arena de disputa político ideológica, seguramente nos seguirá brindando versiones de cal y de arena de nuestro querido e inmortal Ernesto Guevara.

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