jueves, 6 de septiembre de 2012

Y EL FIRME SIN DECIR ESTA BOCA ES MIA

"La cúpula monto se fue, los pibes murieron solos"

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Reportaje a Alejandro Tarruella, autor de "El largo adiós de los Montoneros"

tarruella achicada

Por Carlos Torrengo
–Si aceptamos que las miradas simples, llanas, no sirven para reflexionar la historia, hay que aceptar que desde ese tipo de miradas Firmenich es "un asesino", "un terrorista". Pero con esto no se define mucho. ¿Qué es realmente Firmenich?
–Una mentalidad rígida, un convencimiento de destino trascendente, por eso digo en el libro que siempre tuvo vocación para el protagonismo y escasa resistencia a la frustración. Vio su protagonismo en la política, en la lucha por el poder, desde mucha construcción de supuestos, imaginarios. Lideró desde mucha acumulación de imaginarios.
–¿Esto implica que forjó esa acumulación desde cierto convencimiento de impunidad?
–Puede ser una lectura. En alguna medida se relaciona con el convencimiento que tuvo de reemplazar a Perón y que está en línea, ese convencimiento, con un tema que yo toco en el libro sin detenerme, matar a Aramburu o viajar desde Europa a Río de Janeiro para ir a combatir a Malvinas.

–¿Hay patología en esos convencimientos, decisiones?
–Hablo de convencimientos, no más. Como lo estuvo de que en algún momento la Argentina, concretamente las masas, lo recibirían con los brazos abiertos. También estaba convencido de que no habría elecciones en el 83 y de que si se daban ganaría el peronismo. Hay un tramo del libro en el que yo apelo a una figura literaria, digámoslo así, en el que hablo de los "ríos subterráneos de la realidad". Me dejé llevar por mi veta poética. No uso esa figura en relación directa con Firmenich sino con otro tema conexo a Montoneros. Pero aquí apelo a ella porque él ignoró esos ríos.
–Hay un tramo del libro en el que pareciera que usted quiere profundizar su crítica a la autocrítica de lo hecho por Montoneros que Firmenich formula en la entrevista que Neustadt le hace en el 95. ¿Usted se quedó con tinta en el tintero en este tema?
–No me parece. Si uno escucha o lee detenidamente esa autocrítica en esa entrevista, que levantó mucha polvareda, creo que si hila fino, uno percibe que el discurso de Firmenich está impregnado de mucha ambivalencia. Por momentos su esfuerzo está destinado a la autocrítica. En otros, surge que lo que busca es que esa entrevista le posibilite instalarse en política, en lo institucional.
–¿Esfuerzo estéril?
–¡Sí, sí! Incluso por un déficit que tiene la autocrítica que él formula. Él dice, por caso, que Montoneros no desapareció ni torturó a nadie ni violó mujeres. No hay ausencia de verdad en esas reflexiones. Pero Firmenich no dice nada de las muertes que provocó Montoneros. Y en esto sí hay un déficit, como lo hay cuando se toma en cuenta que muchas de estas muertes Montoneros las provocó en el marco de un gobierno democrático, legítimamente elegido. Esto no es un dato menor en tanto se cruza a cierta épica con que Firmenich supo reflexionar las acciones armadas de Montoneros, épica que reza que luchaban contra dictaduras. No, también mataron y disputaron poder a un gobierno legítimamente elegido, cualquiera sea el juicio que ese gobierno nos merezca. Montoneros explica de mil maneras la decisión de enfrentarlo a tiro limpio, pero será muy complejo a la luz de la historia que no se compute que dejaron la política de lado y al deslizarse al militarismo colaboraron para que perdieran y para ayudar a acorralar al conjunto de la sociedad argentina. Lo demás, ya lo conocemos. Y, volviendo a aquella autocrítica, yo digo en el libro que la búsqueda de Firmenich de cara a la historia que tejió "no es nunca la verdad".
–Sin embargo, deja la impresión de que en alguna medida enjuaga esa ausencia de interés por la verdad cuando sostiene que ésa es una conducta generalizada en la dirigencia política…
–¡No, no! ¡Ningún enjuague! Éste es mi tercer libro sobre política y cada vez que se escribe sobre política argentina mirando desde la historia siempre está la violencia y siempre he investigado y escrito con absoluta independencia y jamás me dejé presionar por, por ejemplo, simulaciones, enjuagues. Pero sí digo que muchas veces el esquive, la gambeta, mucho de la política de la verdad, en alguna medida siempre está relacionado con mantener posiciones en el sistema institucional o instalarse en él. Por eso le hablé de la ambivalencia que tuvo la autocrítica de Firmenich ante Neustadt.
–¿Comparte la definición de Ricardo Ragendorfer, que al analizar a los tres máximos mandos de Montoneros que sobreviven al golpe del 76 dice que Fernando Vaca Narvaja era el más flexible de los tres, mientras que Perdía era más rígido?
–Sí, sí, lo comparto. Es más, comparto el interrogante que se formula Ragendorfer sobre cómo era posible que hombres de la talla intelectual de Rodolfo Walsh o Paco Urondo siguieran a esa conducción.
–Bueno, Walsh es asesinado por la dictadura cuando ya había marcado diferencias con la línea seguida por Montoneros…
–Sí, es cierto. Pero para ese momento ya Montoneros iba rumbo a la derrota. Mire, en esto de obedecer en términos verticales, sin objeciones, hay mucho de un tema de lo que defino como necesidad de la pertenencia, que fue un factor aglutinante muy fuerte en Montoneros; es decir, el sentirse que se estaba en un lugar que se proponía cambiar la historia. Era una especie de mixtura entre lo emocional y el destino rumbo al cual se creía estar destinado. Éste es un tema muy complejo y que aún merece seguir investigándose.
–En su libro usted encuadra a Enrique y Ricardo Sapag, que caerán, en la categoría de "montoneros silvestres"…
–En realidad me hago eco de un encuadre que pertenece a Mariano Pacheco, un pibe inteligente, muy estudioso de lo sucedido en los 70. "Silvestres" queda claro que hace referencia a los cuadros que siguen peleando sin tener nexo con la conducción de Montoneros que se va al exterior tras el golpe. "Silvestres" por eso: seguían solos. Sin fondos y buscando la autonomía táctica que no les daba la conducción porque eso implicaba recursos. Es una historia muy cruel, sangrienta, centrada fundamentalmente en la zona sur del Gran Buenos Aires... Quilmes, Wilde, Lomas de Zamora, Berazategui, La Cañada, Bernal Oeste. En esos grupos estaban Ricardo y Enrique Sapag.
–¿La lejanía de la conducción de Montoneros y la línea militarista que seguía los condenaba?
–Por supuesto. Como muchos otros militantes, cuadros, los pibes Sapag estaban condenados a la soledad por la cúpula montonera. Eso hizo a la dramática suerte que corrieron. Al carecer de autonomía táctica, de política destinada a insertarse en otros espacios sociales y carentes de recursos para trabajar, eran blanco rentable de la represión. Y ellos siguieron, con lo que tenían, en lo que podían... hasta tirar un puñado de panfletos frente a una fábrica. Entrega total, sin mezquindad. Cualquiera sea el juicio que merezcan sus ideas, hay que reconocerles esa entrega. La cúpula monto se fue, los pibes Sapag quedaron solos, como muchos.

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