domingo, 19 de agosto de 2012

NUNCA DEJEN DE LEER,NI AUN MUERTOS...

El estalinismo y la estabilidad de la democracia occidental

Mientras garabateábamos un post de comentarios sueltos sobre la vida y pensamiento de Gramsci (disparados a partir de la lectura de "Vida de Antonio Gramsci" de Giuseppe Fiori),  releímos el ensayo sobre las "Antinomias de Antonio Gramsci" de Perry Anderson. Desde que lo escuchamos por primera vez seguimos aquel sabio consejo de Borges que dice que siempre es mejor releer que leer. Redescubrimos entonces en las "Antinomias" la importancia de estos pasajes críticos de Perry Anderson sobre Gramsci, en torno a la la cuestión del "consenso democrático". Algo de eso citamos hace un tiempo acá, ahora lo retomamos con otro sentido, un poco a favor y un poco en contra de lo que escribimos hace ya más de un año (alguna tarde o noche de mayo, bajo el cielo de Alta Córdoba). La polémica de Anderson es contra la creencia de que el "consenso" en las sociedades capitalistas avanzadas (o lo que Gramsci llamaba "occidente") se logra gracias a los aparatos ideológicos o culturales de la "sociedad civil" (medios de comunicación, iglesia etc.) que de alguna manera "manipulan" e imponen un sentido común, digamos, conformista. La realidad es que las democracias parlamentarias logran un profundo consenso ideológico (en el sentido marxista del término) con la creencia que se arraiga en la conciencia de las masas de que ellas ejercen una auotodeterminación definitiva bajo este orden social. En este sentido, Perry Andersón retoma la sentencia leninista que definió a la república democrática como la "mejor envoltura del capital", una afirmación que no sólo oficia como denuncia, sino que es una profunda caracterización sobre el "fetichismo" democrático. Una expresión en la esfera política del fetichismo operante en la producción, donde un intercambio desigual aparece "como si" fuera igual. El autor llega a afirmar que esta "ideología" de la democracia es, incluso, más potente que cualquier reformismo de conquistas materiales (incluidas las conquistas de la posguerra), ya que el reformismo es, en este sentido, intrínsecamente pasajero, porque crea progresivamente expectativas que ningún capitalismo puede satisfacer y asegurar en su totalidad. En cambio el consenso inducido por el estado parlamentario no está atado a estas coyunturas. Se afirma en las "Antinomias...":
"La particularidad del consentimiento histórico conseguido de las masas en las modernas formaciones sociales capitalistas no se puede encontrar de ningún modo en su simple referencia secular o en su temor técnico. La novedad de este consenso es que adopta la forma fundamental de una creencia por las masas de que ellas ejercen una autodeterminación definitiva en el interior del orden social existente. No es, pues, la aceptación de la superioridad de una clase dirigente reconocida (ideología feudal), sino la creencia en la igualdad democrática de todos los ciudadanos en el gobierno de la nación –en otras palabras, incredulidad en la existencia de cualquier clase dominante."
"Puede verse ahora por qué la fórmula primitiva de Gramsci estaba equivocada. Es imposible separar las funciones ideológicas del poder de clase burgués entre la sociedad civil y el estado, en la forma en que inicialmente pretendió hacerlo. La forma fundamental «del estado parlamentario Occidental –la suma jurídica de sus ciudadanos es ella misma el eje de los aparatos ideológicos del capitalismo. Los complejos ramificados de los sistemas de control cultural en el seno de la sociedad civil  –radio, televisión, cine, iglesias, periódicos, partidos políticos– juegan, indudablemente un papel complementario decisivo en garantizar la estabilidad del régimen clasista del capital. También juegan el mismo papel, por supuesto, el prisma deformador de las  relaciones de mercado y la estructura obnubiladora del proceso de trabajo dentro de la economía. La importancia de estos sistemas no debe ser ciertamente subestimada. Pero tampoco se debe exagerar ni, sobre todo, contraponer al papel cultural-ideológico del estado mismo."
"Paradójicamente, no obstante, Gramsci nunca produjo ninguna relación comprensiva de la historia o estructura de la democracia burguesa en sus Cuadernos de la cárcel. El problema que confiere su significado más profundo a su trabajo teórico central sigue siendo el horizonte más que el objeto de sus textos. Parte de la razón por la que las ecuaciones iniciales de su discurso sobre la hegemonía fueron mal calculadas se debió a esta ausencia. Gramsci no estaba equivocado en su reversión constante al problema del consenso en Occidente: hasta que no se comprenda toda la naturaleza y el papel de la democracia burguesa, no se puede entender nada del poder capitalista en los países industriales avanzados en la actualidad."
Sin embargo, en una nota al pie, Anderson afirma "Una creencia real y central en la soberanía popular puede, en otras palabras, coexistir con un profundo escepticismo hacia todos los gobiernos que la expresan jurídicamente. El divorcio entre los dos queda típicamente mediatizado por la convicción de que ningún gobierno puede estar más que distante de aquellos a quienes representa, pero muchos no son en absoluto representativos. Esto no es un mero fatalismo o cinismo entre las masas de Occidente. Es un sentimiento activo al orden familiar de la democracia burguesa, como el insípido máximo de libertad, que es constantemente reproducido por la ausencia radical de democracia proletaria en Oriente, cuyos regímenes representan el mínimo infernal. No tenemos aquí espacio para investigar los efectos de cincuenta años de stalinismo: su importancia es enorme para comprender el complejo sentido histórico de la democracia burguesa en Occidente hoy" (el destacado es nuestro)
Nos interesa sobre todo la última parte que remarcamos y para lo que Anderson no tenía espacio. Efectivamente es difícil llegar a comprender el "complejo sentido histórico de la democracia burguesa en Occidente", sin contemplar el fenómeno aberrante del estalinismo. No sólo por la falta de democracia proletaria, una ausencia completamente limitante para la gravitación de los estados obreros como sistemas alternativos al capitalismo por sobre el proletariado de occidente. Sino también por su rol de contención y traición de las cientos de revoluciones, su pacto con el imperialismo en Yalta, que fue un factor central para sentar las bases del boom de pos-guerra. La amenaza de extensión de las revoluciones fue utilizada por el estalinismo para obtener cuotas de poder mundial, es decir, exigió una contraparte por sus servicios, y se impuso a las burguesías de occidente entregar concesiones por la "amenaza obrera o comunista", que redundaron en "estados de bienestar", que seguramente tuvieron un poco más de peso como sustento de la  fortaleza de las democracias occidentales de lo que Anderson considera. ¿Que sería de las democracias de occidente, sin esta historia de los caminos sinuosos que tomó la lucha de clases en el siglo XX?
Los límites de la discusión académica o política que "socialdemocratiza" a Gramsci, están en su "punto de vista". Pensar abstractamente en términos sociológicos o de ciencia política burguesa, las capacidades de "resistencia" de las trincheras de las formaciones político-sociales occidentales, sin sopesar los resultados de la lucha de clases, nacional e internacional, termina en pura metafísica. ¿Donde se encuentra la génesis de la fortaleza de la democracia parlamentaria argentina, que va a cumplir sus 30 años? Sin la derrota de los setentas y las posteriores (además de la derrota nacional de Malvinas), se puede discutir años sobre las "trincheras" del estado ampliado y la "batalla cultural" que no se va a llegar a ninguna conclusión productiva.
Esto no niega que el profundo "fetichismo" democrático parlamentario descrito por Andreson no sea operante, sino que implica ponerlo en su justo término. Tiene importancia para pensar la dinámica revolucionaria, el peso de las demandas y aspectos programáticos que ayuden a la experiencias de las masas con la democracia (la pelea por "asamblea constituyente", por ejemplo). 
La profecía autocumplida de muchos académicos o socialdemócrtas que apoyaron o no combatieron al estalinismo y después recurren a Gramsci para "constatar" que las democracias occidentales tienen fuertes trincheras, sólidas y macizas, casi invencibles...solo lleva al escepticismo y a la adaptación. Lejos, muy lejos del combate  por el que, con sus puntos débiles y fuertes, entregó su vida Antonio Gramsci.

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