miércoles, 7 de diciembre de 2011


por: SONIA DAYAN-HERZBRURN / Profesora Emérita de la Universidad Paris Diderot-Paris

En el mundo entero, son numerosos los países que en este año 2011 conmemoran el cincuentenario de la desaparición física de Frantz Fanon. Nacido en Martinica en 1925, Frantz Fanon se encontraba en Argelia durante la guerra de independencia de ese país. Estando allí, en el ejercicio de su profesión como siquiatra, decidió unirse al Frente Argelino de Liberación Nacional. Ya había publicado su primer libro, Peau noire, masques blancs, que lo identificaba como pensador y escritor de alto nivel. Nacido en el Caribe y después de concluir su misión en África como embajador itinerante del gobierno Provisional de la República Argelina, eligió Cuba para proseguir su carrera. La enfermedad que lo llevaría a la muerte se lo impidió. Ese deseo manifiesto marcó, no obstante, sus lazos con Cuba.

La vida y obra de Fanon son de especial actualidad en este momento en que las revoluciones en curso en el mundo árabe hacen renacer las esperanzas de emancipación que fueron las suyas. Para él, esta emancipación debía ser la de toda la humanidad, como lo escribiera con algunos años de intervalo, en las conclusiones de sus dos libros mayores, Peau noire, masques blancs y Les damnés de la terre. El conocimiento y el compromiso están estrechamente unidos: « Qu’il me soit permis de découvrir et de vouloir l’homme, où qu’il se trouve » («Que se me permita descubrir al hombre y sólo creer en él, dondequiera que se encuentre»), escribió en las páginas finales de Peau noire, masques blancs. Así, al releer a Fanon, es posible renovar el pensamiento y la práctica del humanismo, ratificando solidaridades múltiples entre pueblos y diferentes culturas, y, como él nos invita aquí, ir pensando este humanismo, no ya a partir de un único centro occidental, macho y blanco, sino a partir de una diversidad de sujetos, todos igualmente dignos y plenamente humanos.

La trayectoria misma de Fanon, tan corta como fue su vida, desarrollada entre varios continentes ─las Américas, Europa, África─, varias disciplinas (la medicina, la filosofía, la antropología, la literatura), y diversas vocaciones (medicina, intelectualidad, militancia política), muestra claramente cuánta energía ponía en hacer caer las máscaras y atravesar todas las fronteras aquel que decía, como lo cuenta Simone de Beauvoir en sus Mémoires (“Memorias”), « je déteste les gens qui s’économisent » (“detesto a la gente que escatima sus esfuerzos”). Fanon utiliza todo lo adquirido a través de su experiencia y su cultura para facilitar la comprensión del mundo que nos rodea, y para permitir a mujeres y hombres ejercer toda su influencia sobre él. De la misma forma, se servía de Freud, Hegel o Lacan, para analizar, por ejemplo, el sufrimiento del antillano o de la antillana que, como él, se descubría « negro », y que en Francia experimentaba el racismo. Al mismo tiempo, no se encierra en ningún dogmatismo donde con frecuencia quisieron relegarlo.

Fanon escribe, por lo tanto, como hombre de color, contra toda referencia al color o a la raza; como descendiente de esclavo que se niega a ser «prisonnier de l’Histoire» (Peau noire masques blancs) (“prisionero de la Historia”) al militar en un movimiento de liberación nacional; contra todo enclaustramiento o limitación nacionalista en que se perderían los
valores universales. Pero lo universal, tal como él lo concibe, no tiene ya como centro y origen a Europa. La descolonización hacia la cual él llama no es solamente la de los pueblos, sino también la del conocimiento y la cultura. Es por eso que el pensamiento de Fanon es totalmente emancipador y nos concierne a todos más que nunca.

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