Walter Goobar: De potencia a república bananera
La primera potencia militar del planeta tiene pies de barro, pero nadie hubiera imaginado que los republicanos presionados por su ala más conservadora, el Tea Party, iban a desplegar una estrategia de golpe de Estado monetario digna de una república bananera que está a punto de salvarse por un pelo de caer en una humillante cesasión de pagos.
La deuda actual estadounidense es la mayor del mundo, y en septiembre debería llegar a 15,476 billones de dólares, o sea, a superar el producto interno bruto del país. El plan para evitar el default que ayer bosquejó el Congreso eleva el techo de la deuda en 2,4 billones de dólares, para llevarlo a 16,7 billones, y plantea una drástica reducción del gasto público en un monto similar durante los próximos diez años.
Los republicanos impusieron sus condiciones y Obama cedió en el principio de aceptar recortes de gastos sociales sin una compensación de aumento de impuestos a los ricos.
No importa cuán destruida esté la economía estadounidense; Dios, la Historia y el Destino escogieron a los Estados Unidos para patrullar el mundo y definir el orden estratégico y económico. En ese sentido, Barack Obama heredó un legado imperial cuyas reglas prevalecen en los supuestos de política y encuentran una voz pública en los editoriales de los principales periódicos.
Desde que tomó posesión del cargo en 2009, ese legado cayó pesadamente sobre la espalda de Obama: el complejo militar-industrial que fagocita casi un billón de dólares al año, contando la inteligencia, las armas nucleares y las guerras no presupuestadas, nunca fueron sometidas a recortes.
La retórica de campaña de Obama, un presidente en busca del “cambio”, no incluía enfrentarse al establishment conformado por 400 mil miembros de las fuerzas armadas desplegadas en casi 800 bases en 40 países, además de financiar las interminables guerras de Afganistán e Irak.
El sagrado presupuesto militar de este año tuvo un aumento del 3,4% con respecto al de 2010, en tanto que el de 2012 rondará los 671 mil millones de dólares.
Mientras el poder adquisitivo de los estadounidenses se desploma, con excepción del 10% más rico del país, en mayo pasado se conoció que Washington llevaba gastados 750 millones de dólares en la guerra de agresión contra Libia.
En un informe reciente, el Centro para Valoraciones Estratégicas y Presupuestarias (CVEP) reveló que la zona de exclusión aérea en Libia aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas insume a los Estados Unidos un gasto de entre 30 y 100 millones de dólares semanales.
Evidentemente, Obama jamás pensó que el complejo militar-industrial al que le debe fidelidad ciega resignaría los costos del andamiaje imperial para paliar la crisis económica que afecta a los pobres y la clase media. Sin embargo, nadie hubiera imaginado que los republicanos podrían elegir el tema de la deuda como ariete para forzar una crisis, y así minimizar el desempleo, las ejecuciones hipotecarias y la creciente pobreza que afecta a millones de personas y ha obligado a estados y ciudades a cerrar escuelas, clínicas y programas sociales básicos.
El Congreso no se ha preguntado cómo recortar cientos de miles de millones de dólares de las aventuras imperiales, sino que republicanos y demócratas buscaron llegar a un consenso para recortar los programas de Seguridad Social, Medicare y Medicaid. De lo que se trataba era de acordar la cantidad a reducir para evitar una cesación de pagos que pondría a los Estados Unidos en el más absoluto ridículo.
Mientras demócratas y republicanos libraron una batalla sin cuartel para elegir las áreas en las que se realizará esta cirugía sin anestesia, el índice de aprobación para ambos partidos está decayendo y el del presidente Obama ha caído a un 43% en una sola semana, empatado con el más bajo de su presidencia. Todo lo que Obama había ganado con el asesinato de Osama Bin Laden, se perdió en estos días de fuertes disputas.
Obama sabe que con esta salida pactada su poder se licuó aun más. “Más allá del acuerdo básico alcanzado, yo creo que hay que seguirles exigiendo a las corporaciones y a los ricos que paguen más impuestos justos”, dijo el presidente norteamericano. “Este no es el acuerdo que yo prefería”, recalcó Obama cuando anunció que demócratas y republicanos habían logrado una salida para la crisis.
Obama sabe que el acuerdo es un parche. Una solución parcial que le hace ganar tiempo a los republicanos, mientras buscan otras medidas para mantenerlo de rodillas y acotar aun más su margen de maniobra y sus aspiraciones reeleccionistas. La campaña electoral empieza dentro de seis meses y va a ser muy importante la interpretación que los electores hagan de lo que ha ocurrido en Washington en estos días.
Con Obama pasa lo mismo que con el dólar que se debilita, mientras las reservas de otros países –como China, los europeos, Japón o Brasil– pierden valor, y las monedas de los llamados países emergentes se valorizan frente al dólar, lo cual reduce la competitividad de sus bienes de exportación, desequilibrando su balanza de pagos e introduciendo tensiones en sus sociedades.
China acumula bonos del Tesoro estadounidense por valor de un billón 160 mil millones de dólares; Japón, por 900 mil millones; el Reino Unido, por 345 mil millones, y Brasil, por 210 mil millones. Todas esas reservas y las de los demás países se están devaluando y dependen de lo que le pase al billete verde, que los Estados Unidos imprime a todo vapor.
El perdedor indiscutible, por el momento, es el propio Estados Unidos, que ha quemado prestigio como país, credibilidad como potencia y solvencia como patrón económico de referencia.
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