miércoles, 10 de agosto de 2011

DIGNA RESPUESTA

Rebelde y anarquista

El comentario de Isidoro Gilbert sobre un libro que retoma la figura de Antonio Soto, líder de las huelgas patagónicas de 1921, motiva esta encendida respuesta de Bayer, autor de “La Patagonia rebelde”, mítica investigación acerca de aquellos sucesos.

POR OSVALDO BAYER - DESDE LINZ AM RHEIN, ALEMANIA

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He tenido en mis manos el artículo publicado por la revista Ñ del pasado 25 de junio titulado Un gallego rebelde en la Patagonia, de Isidoro Gilbert. En él se me menciona como autor de La Patagonia rebelde y se refiere al libro Antonio Soto, desde El Ferrol hasta el fin del mundo, de Lois Pérez Leira, sobre la figura del líder huelguista Antonio Soto.

En el artículo de Gilbert se trata de señalar que Pérez Leira tiene razón en que ese líder de las huelgas patagónicas de 1921-22 no era anarquista –como demuestro en mi obra– sino comunista. Es decir, en todo el libro de Pérez Leira se trata de corregirme y de demostrar que yo he estado equivocado en esa investigación a la cual dediqué ocho años de mi vida y en una época –la década del sesenta– donde todavía vivían muchos de los protagonistas de aquellos hechos.

Me extraña mucho que ni Pérez Leira ni Isidoro Gilbert me hayan consultado ni una sola vez para escuchar mis argumentos a pesar de que ambos me conocen. Les hubiera demostrado a ellos –antes de sostener eso– que están en un camino equivocado.

Necesité cuatro tomos, un total de 1.200 páginas para demostrar los hechos con todas las citas necesarias de donde extraje los datos, es decir, un método que es necesario utilizar para demostrar la verdad de lo que se sostiene.

El lector podrá ver que Lois Pérez Leira sostiene todos sus argumentos sin citar la fuente de donde extrajo cada dato o cuando menciona una publicación no pone siquiera la fecha en que se dio a conocer ese dato. Por empezar, debo decir que publiqué todo lo que en mis ocho años de investigación encontré en archivos oficiales y sindicales y de todos los protagonistas que todavía vivían. Si hubiera encontrado algún documento que certificaba que Antonio Soto era comunista lo hubiera publicado porque, repito, en historia no se puede ni disimular ni esconder ni falsificar.

De la misma manera como publiqué que el líder de la misma huelga Albino Argüelles, se había afiliado en Buenos Aires al Partido Socialista.

La dignidad de un líder

Lo que hay que recalcar sobremanera es que pese a las divisiones en la izquierda argentina, consecuencia del triunfo del marxismo leninismo en Rusia en aquellos años, el movimiento huelguista patagónico mantuvo su unidad.

Recordemos que justamente ese año de 1921 fue el del levantamiento de los marineros de Kronstadt y su cruenta represión por Lenin y Trotski y que justamente los rebeldes tenían una tendencia anarquista, por lo menos así eran las noticias que llegaron a Buenos Aires en ese tiempo, aunque luego hayan existido versiones distintas.

Sin embargo, el movimiento huelguista patagónico siguió siendo unitario. Quien haya estudiado a fondo la figura de Antonio Soto verá que fue un hombre que jamás entró en discusiones teóricas internas dentro de sus funciones como sindicalista.


No hizo ni antisocialismo ni anticomunismo ni fue antilibertario. Lo expongo en mis cuatro tomos, y justo cuando Soto concurrió a todos los congresos obreros a los cuales se lo invitó, hayan tenido en cada uno de ellos la mayoría cualquiera de las tres tendencias. Es decir, no hacía diferencias.

Si leemos algo fundamental, los comunicados de las organizaciones de trabajadores rurales patagónicas durante las huelgas, y por supuesto antes de ellas, están todos escritos en un lenguaje que proviene del anarquismo. No se encontrará por ejemplo elogios a la "dictadura del proletariado" como eran los mensajes del –en aquel tiempo– recién creado Partido Socialista Internacional, luego llamado Partido Comunista.


A la historia, Antonio Soto ha pasado como un protagonista de las luchas de las peonadas rurales y de los demás obreros patagónicos por su dignidad. Eso queda claro y en eso hay que remarcar los hechos, pese a las divisiones ideológicas que provenían desde Buenos Aires en el seno de la izquierda.

Lo digo con toda razón porque sobre este caso –que lo que sostiene Pérez Leira es falso– ya se ha realizado un profundo trabajo de investigación. Lo llevó a cabo el investigador Federico Randazzo, quien fue encargado por el Departamento de Historia del Centro Cultural de la Cooperación para que investigara si existió vínculo de Antonio Soto con el Partido Comunista.

Randazzo realizó este estudio como becario de ese Centro. En su trabajo profundo Randazzo menciona todas las fuentes a las cuales recurrió, tanto anarquistas, comunistas, socialistas como de la prensa diaria. Y de testimonios de los círculos habituales de Soto en Punta Arenas y de otros centros de investigación.

En ninguno de ellos encontró algún dato que pudiera corroborar la tesis de Pérez Leira. Dice Randazzo en su profundo estudio: "Trabajé desde un principio con la premisa de seleccionar aquellos autores cuyo perfil ideológico estuvo en sintonía con la posición histórica del comunismo en Argentina, y en muchos casos en trabajos de propios afiliados al Partido Comunista, para evitar operaciones macartistas o giros de ocultismo ideológicos".


Aquí menciona toda la bibliografía empleada donde figuran los historiadores comunistas más notables y luego especifica que consultó "una decena de papers académicos de historiadores, argentinos y chilenos, y becarios del Conicet, todos profesionales idóneos, responsables y especializados en la materia".

En ninguno de esos estudios pudo encontrar nada donde podría figurar una conexión de Soto con el Partido Comunista. Una de las citas fundamentales es la de la entrevista que sostuvo Randazzo con el ex senador del Partido Comunista en Chile, de Punta Arenas, justo la ciudad donde vivió Soto gran parte de su vida, Godoy declaró (textual) que "nunca supo de una vinculación entre Soto y el movimiento comunista. Descartó de plano esta posibilidad ya que el senador Godoy fue el vínculo que Antonio Soto podía tener con la organización marxista. En tal sentido, Godoy rescató que Soto siempre fue un hombre de convicciones clasistas y con gran compromiso por la tradición revolucionaria, pero nunca expresó un indicio que lo vinculara a la organización comunista".

Luego, Randazzo señala que consultó la obra del máximo historiador del movimiento obrero austral de Chile, Vega Delgado, y que "en una extensa entrevista que realicé en su estudio, consultando manuales, libros y periódicos de época, Vega Delgado también descartó de plano cada una de las hipótesis que podría permitirnos vincular a Soto con el Partido Comunista".

Heroísmo sin carné

Quien escribe estas líneas ha conversado largamente con la hija de Antonio Soto, Isabel Soto Cárdenas. Con ella viajé a El Ferrol, en Galicia, cuando los sindicatos gallegos hicieron un homenaje a su padre, Antonio Soto, y bautizaron una calle de ese lugar donde nació, con su nombre.
Isabel siempre me afirmó que su padre había sido anarquista. Lo mismo dice Randazzo: "Isabel me afirmó que la vinculación con su padre con la corriente marxista fue realmente inexistente y que 'no cuenta con ningún testimonio que le permita una confirmación o simplemente una sospecha consistente al respecto".

Soto vale por sí mismo pero además lo más valioso de él fue comprender el espíritu de lucha de esas masas trabajadoras de los inmensos desiertos patagónicos, y no caer en un debate de comité.

Además, en aquellas luchas, principalmente en las huelgas de esa década en Buenos Aires y Rosario, hubo numerosos comunistas que tuvieron conductas ejemplares por la dignidad obrera y la verdadera historia nunca lo ha negado.

Fueron años de lucha y de triunfos así como de desoladoras derrotas. Socialistas, sindicalistas, anarquistas, comunistas –luego también el trotskismo– tuvieron figuras destacadas. Y también obreros sin una ideología política, principalmente el trabajador criollo, que salieron a apoyar esos movimientos y se convirtieron en protagonistas sin tener una vinculación política declarada.

En el capítulo "La vuelta del gallego Soto", del III tomo de mi libro La Patagonia rebelde el lector encontrará todas las luchas ideológicas que mantuvo Antonio Soto y los testimonios de los que fueron sus mejores amigos a quienes yo encontré todavía con vida en la década del sesenta y que me atestiguaron profundamente sobre la ideología política del líder de las huelgas patagónicas.

Era muy amplio y no se oponía a ninguno de los métodos para lograr ese socialismo pero, y reproduzco las palabras textuales de Osvaldo Wegmann Hansen, que fue director del diario La Prensa Austral de Punta Arenas y su fiel amigo durante los últimos años de Soto: "Antonio siempre siguió fiel a sus ideas anarquistas, más bien por el lado del anarco-sindicalismo".

Además al cine que abrió en Punta Arenas le puso el nombre "Libertad", la palabra más amada de los anarquistas, y precisamente no por los comunistas que proponían la dictadura del proletariado. En ese capítulo, el lector puede seguir de cerca todas las discusiones políticas que tuvo Soto mientras era dirigente sindical en Santa Cruz, principalmente cuando fue a los congresos obreros de Buenos Aires. Y también está toda la campaña de los periódicos anarquistas de Buenos Aires, La Protesta y La Antorcha que no sólo hicieron comentarios día a día sobre los hechos sino que también publicaron folletos a favor de las huelgas del campo patagónico.

Pero me resulta un tanto desagradable discutir si tal o cual protagonista de esos heroicos actos reivindicativos pertenecía a tal o cual ideología –como intenta hacerlo Pérez Leira–. Lo importante es hablar de esos movimientos y del fin que perseguían, muy justos por cierto y no limitarse a ver qué carné tenían en el bolsillo.

Me parece que el escrito de Pérez Leira es un tanto mezquino en su propósito. Estoy tranquilo con el juicio que hará la historia futura acerca de mi investigación que me costó la quema pública de mis libros por la dictadura militar, la prohibición del filme La Patagonia rebelde (1974), dirigido por Héctor Olivera, además de ocho años de exilio y las consecuencias que ello trajo para mi familia y para mí.

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