Los combatientes
EPÍLOGO
“¡Argentinos, a las armas!” Los combatientes entre la confrontación final y la resistencia (1975-1977)
El 5 de febrero de 1975, Isabel Perón firmó el Decreto 261 que daba comienzo al Operativo Independencia en la provincia de Tucumán. Aprobado por el Gabinete y refrendado por el Congreso, este decreto ordenaba al ejército ejecutar las acciones militares necesarias a fin de “aniquilar el accionar de elementos subversivos” en la provincia.
Cuatro días más tarde, comenzaron las operaciones. En respuesta, el PRT-ERP declaraba: “Nuestra organización y demás organizaciones progresistas y revolucionarias sabrán responder local y nacionalmente con la acción militar y la propaganda de masas, al ilusorio proyecto de la oficialidad asesina [...]. Es el momento en que el proceso de guerra revolucionaria, de combinación de lucha, armada y no armada, pacífica y violenta, legal o ilegal, política y reivindicativa, etcétera, etcétera, se extenderá nacionalmente, prenderá en las más amplias masas y adquirirá un vigor hasta hoy desconocido”.
Dos meses después, el 13 de abril, la unidad Combate de San Lorenzo tomó el Batallón de Arsenales 121 de la localidad de Fray Luis Beltrán, provincia de Santa Fe, recuperando más de ciento cincuenta fusiles FAL y un número indeterminado de metralletas y pistolas. Pero no se trataba sólo de empuñar las armas: era el momento de combinar la lucha pacífica y violenta, legal e ilegal, política y reivindicativa.
En los meses sucesivos, la prensa partidaria dedicó un lugar privilegiado al seguimiento de los conflictos gremiales que la crisis económica no hacía más que agravar. El 4 de junio de 1975, el entonces ministro de Economía, Celestino Rodrigo, anunció un paquete de medidas económicas que incluían una devaluación del peso cercana al 100% y un aumento abrupto de tarifas (el combustible superó un aumento del 150%, los pasajes del transporte público subieron un 80% y los precios de alimentos de primera necesidad como la leche y el pan, entre un 50 y un 100%).
A estas medidas se sumaron otras, de tenor más político, como la suspensión de paritarias y convenios colectivos de trabajo.
El descontento popular no se hizo esperar y la protesta social alcanzó su punto culminante en las movilizaciones de trabajadores durante el mes de julio de 1975. Al calor de aquellas jornadas, el PRT-ERP vaticinaba: “El desenlace se aproxima”. A partir de entonces y hasta su derrota definitiva, el PRT-ERP redobló sus esfuerzos por alcanzar la denominada “democratización” del escenario político nacional. Ese intento incluyó una nueva propuesta de tregua y la consigna de Asamblea Constituyente.
Paralelamente, aquellos sentidos que el PRT-ERP le había otorgado a la acción armada desde su propio surgimiento (creadora de conciencia, defensora del poder popular) concurrían ahora a la escena de la confrontación final entre las fuerzas reaccionarias y las de la revolución. Que de esa confrontación se trataba, no había duda alguna. Las movilizaciones de julio no sólo reflejaban el “estado de ánimo de las masas”, más importante aún: hacían tambalear a un ya impotente gobierno, forzando la renuncia de varios de sus funcionarios (entre ellos Celestino Rodrigo y López Rega) y provocando el abandono de su único y último aliado: la CGT. Si las contradicciones de clase se agudizaban, eso se debía, a ojos partidarios, al desarrollo alcanzado por la lucha armada. Una vez más, la organización creía ver confirmados sus propios pronósticos.
En junio de ese año, El Combatiente había diagnosticado: el movimiento de masas ha tomado un giro claramente político-revolucionario; el desarrollo impetuoso de la lucha armada ha llevado al rojo vivo las contradicciones, a tal punto que ningún sector, y mucho menos la camarilla gobernante, tiene hoy un plan coherente para el país.
Si la lucha armada había “llevado al rojo vivo las contradicciones” (legado guevarista) y el movimiento de masas había dado un “giro político-revolucionario”, las fuerzas guerrilleras deberían prepararse para defender al pueblo del ataque que, en defensa de sus propios intereses, llevaría adelante el enemigo. En julio, el órgano de difusión del ERP lo advertía claramente:
Cuanto más aguda es la lucha de clases en la Argentina, más imperiosa es la necesidad de incorporar nuevos y nuevos contingentes de obreros, estudiantes, campesinos, hombres y mujeres patriotas a las filas del Ejército Guerrillero. El enemigo, acorralado por las fuerzas de las masas, recurrirá inevitablemente al uso contra ellas de su Ejército, de sus fuerzas represivas, intentando defender a sangre y fuego sus privilegios y sus riquezas. Sólo un poderosísimo Ejército Popular, de características regulares, logrará la derrota definitiva de las fuerzas enemigas.
La preparación del ejército guerrillero no implicaba necesariamente la reducción de los esfuerzos partidarios al plano militar. Las distintas fuerzas políticas del país se abocaban a la búsqueda de una salida negociada ante el descalabro acelerado del gobierno.
El PRT-ERP intentaba establecer alianzas con las distintas organizaciones revolucionarias y progresistas en pos de una democratización de la escena política. Su objetivo era la conformación de un frente antigolpista. Manuel Gaggero relata que: “desde fines de 1974, mi tarea eran las relaciones con los dirigentes de los partidos democráticos, para decirlo de alguna manera: con Alende, con Sueldo, con Alfonsín. Y, además de verlos a ellos, ver a otros: Tosco, el Negro Amaya, Solari Yrigoyen. O sea, conversar con todos los políticos que podían estar de acuerdo o que podíamos coincidir en una evaluación de la situación. ¿Nosotros cómo evaluábamos la situación en ese momento? Bueno, había un incremento de la represión, la aparición de la Triple A, una confrontación dura con el gobierno... pero pensábamos que, a su vez, tras de esto había un golpe militar; no teníamos mucho dato todavía pero teníamos claro que se venía una situación de golpe. Entonces, lo que teníamos que hacer era ir generando las condiciones para una amplio frente democrático antigolpista. Paralelamente, la organización levantaba la consigna de una salida institucional a través de una Asamblea General Constituyente: consciente de que la más amplia y genuina movilización democrática de las masas populares es parte inseparable de la lucha política y armada, de la guerra revolucionaria que nuestro pueblo libra por su liberación nacional y social”.
Luego, exultante de optimismo, señalaba: “la situación es de una riqueza extraordinaria. En todo el país gruesos destacamentos de combatientes populares acuden decididos a las primeras líneas de fuego, incorporándose a las organizaciones revolucionarias; miles y decenas de miles de trabajadores salen decididamente a la calle [...] abriéndose a las ideas revolucionarias [...]. El camino hacia la revolución socialista se ensancha e ilumina bajo el impulso de la multitudinaria usina de las masas. Nuestro Partido y nuestro Ejército Guerrillero, rebosantes de ardor y combatividad, pondrán todo de sí para canalizar con efectividad el inmenso potencial revolucionario de las masas”.
Como demostración de su determinación de poner todo de sí para lograr la democratización, a comienzos de agosto de ese año, el PRT-ERP propuso una nueva tregua. Sin embargo, sus propios vaticinios acerca de la conducta del enemigo (defenderá a sangre y fuego sus intereses) no hacían más que confirmarse. En consecuencia, aquel “todo de sí” exigía una respuesta también en el plano militar: después de todo, las armas debían estar al servicio de la defensa del pueblo y su vanguardia.
Pocos días después del ofrecimiento de tregua, en una conferencia de prensa que tuvo lugar el 12 de agosto, Benito Urteaga leyó una resolución sobre una nueva represalia indiscriminada contra las fuerzas represivas. Para desconcierto de los periodistas presentes, el dirigente perretista insistió en que entre el ofrecimiento de tregua y la resolución de represalia no había contradicción alguna:
Los periodistas le preguntaron sobre la relación existente entre la resolución que propone la tregua y la que ordena ejecuciones en represalia. El compañero explicó que esta era independiente de la anterior, que se trata de una medida excepcional que el PRT tomaba en vista de la persistencia del enemigo en sus hábitos criminales y que con ella se busca poner límites a esta táctica, y hacer que las Fuerzas Armadas enemigas respeten las leyes y convenciones de la guerra. Esta resolución [...] de ninguna manera anula la resolución anterior sobre el ofrecimiento de tregua.
Un mes más tarde, en un boletín interno, la organización se preguntaba “por qué no se ha concretado la democratización”. Allí reconocía que no se habían concretado las contundentes movilizaciones generales que se requerían para “forzar una situación de legalidad”. Al mismo tiempo, se señalaba que el partido no había sabido incidir lo suficiente en el estado de ánimo de las masas. Las fallas en los métodos conspirativos y en la preparación militar habían impedido golpear con mayor eficacia al enemigo. El reflujo de masas no se había previsto a tiempo. Pero este reconocimiento no conmovería en absoluto los planes perretistas: en el preciso momento en que ese reflujo era advertido, el legado guevarista y el fantasma del espontaneísmo morenista vinieron a recordarle a la organización su rol de vanguardia armada. Así fundamenta Daniel la decisión perretista de continuar el accionar militar: “se visualizaba esa situación de un reflujo... pero un reflujo puede ser que después se sale del reflujo... No necesariamente es una cuestión que va a estabilizarse”.
Entonces, dejar de llevar adelante la lucha armada y la táctica ofensiva por un circunstancial reflujo era volver a la concepción morenista del año 68: “Hay reflujo, quedamos a la espera del auge”. O sea que la vanguardia, el partido, no juegan ningún papel, todo lo resuelven las masas. Bueno, eso era una posición espontaneísta, reformista.
No era la posición del PRT. Entonces, convocado por su autoasignado rol de vanguardia y en el momento más álgido de la confrontación, el PRT-ERP emprendió la preparación de la acción militar de mayor envergadura hasta el momento: el ataque al Batallón de Arsenales 601 Domingo Viejo Bueno, en la localidad de Monte Chingolo. Demostraría así la vulnerabilidad del enemigo, obligándolo a retroceder y potenciando, en contrapartida, la movilización popular. Si el ataque no lograba detener el avance golpista, las armas allí recuperadas servirían para respaldar la resistencia del pueblo a la nueva dictadura.
La acción tuvo lugar, finalmente, el 23 de diciembre de 1975 y su resultado es por todos conocido. Un par de semanas más tarde, Estrella Roja concluía: “el ejemplo de moral que recibimos y el apoyo masivo de la población hizo que nuestra confianza en el triunfo de la revolución y la decisión de seguir adelante fueran más fuertes que nunca. Compañeros: esta no fue una derrota”.
“Seguir adelante” significaba continuar con “todas las formas de lucha”; era esta combinación, en definitiva, la única fórmula capaz de extender la movilización popular y, en consecuencia, poner frenos a las pretensiones represivas: “el máximo despliegue de las energías de las masas será determinante en la obtención de las conquistas [...]. Y es precisamente la combinación de la lucha política con la lucha armada lo que permitirá ese máximo despliegue”.
Por supuesto, no faltaron voces que impugnaron la determinación perretista, al señalar que las acciones armadas de la guerrilla ofrecían argumentos o preparaban el terreno para el golpe militar.
No obstante, la organización encontraba la justificación histórica de su determinación en la experiencia de la anterior dictadura, contexto de su propia emergencia y consolidación. En efecto, rechazó aquellos argumentos del reformismo y los espontaneístas, advirtiendo que ante ellos “se alza la experiencia de la lucha de nuestro pueblo, que ha demostrado con los hechos lo erróneo de estas concepciones”. La afirmación era seguida por la alusión a algunos eventos acontecidos en el período 1972-1973 (entre los que se destaca la fuga del penal de Rawson y el copamiento del Batallón 141 en Córdoba) que habrían extendido la potencia de la movilización popular. De ahí la certeza de que, en el contexto de avance de las fuerzas represivas, las acciones guerrilleras fuerzan al enemigo para pensar seriamente en la posibilidad de conceder momentáneamente en el terreno democrático [...]. Ante un enemigo feroz y despiadado [...] sólo la fuerza y la contundencia de las acciones guerrilleras, junto a la movilización popular, pueden paralizarlo, mostrar su debilidad y ganar la batalla de la democracia y la libertad”.
Más allá de esta apuesta, lo cierto es que los esfuerzos guerrilleros no parecían torcer los planes golpistas. El PRT-ERP lo sabía: sus propios informes de inteligencia advertían “que no más allá de febrero o marzo los militares se alzaban, que ya había un acuerdo de las cúpulas de las tres armas y que había la decisión de llevar adelante este golpe”. Esta información estaba acompañada por la sospecha, nada ingenua por cierto, de que este golpe sería distinto a los demás en su ferocidad represiva. De ahí que, durante el mes de febrero, la prensa partidaria, al tiempo que convocaba a “paralizar el país para frenar el golpe”, advertía que una de las primeras acciones que se llevarían adelante una vez consumado este sería un gran operativo contra los activistas de fábricas y gremios.
En consecuencia, exhortaba: “Es el momento de cerrar filas, preservar a los activistas y dirigentes combativos, trasladar a la clandestinidad esas direcciones...”.
Finalmente, el 24 de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas encabezaron el último golpe de estado de la historia argentina. Santucho, desde el editorial de El Combatiente, alentaba: “¡Argentinos, a las armas!”. Anunciaba allí el inicio de una etapa de “guerra civil generalizada” cuyo desenlace –la derrota de la dictadura– situaría al pueblo argentino en “las puertas del socialismo”. Para ello era necesario no sólo consolidar las “fuerzas políticas y militares”, sino también “movilizar a las más amplias masas por todo tipo de reivindicaciones”.
Si la movilización de masas se hallaba en pleno retroceso desde hacía varios meses, la ferocidad inaudita de la represión, desatada principalmente sobre el movimiento obrero organizado, no sólo profundizaba aquel repliegue, sino que volvía imposibles las voluntades partidarias. El PRT-ERP no tardaría mucho en advertirlo, pero no por eso daría un paso atrás: si, de todas las formas de lucha, las legales quedaban definitivamente obturadas, allí estaban las armas para mantener vivo el fuego de la resistencia popular.
En efecto, a menos de un mes de consumado el golpe, la organización anunciaba:
“la nueva etapa de nuestra lucha que se abrió con el golpe militar de Videla se caracteriza por la reducción al mínimo de las posibilidades legales y por lo tanto traslada el grueso de la lucha popular al terreno clandestino y violento”.
Manuel Gaggero explica que “¡Argentinos, a las armas!” no era sólo una consigna agitativa, sino que encontraba su materialidad en una clara decisión de la dirección perretista que, aunque encontró tensiones en algunos frentes, fue acompañada por el colectivo partidario:
Hubo una decisión de que todos los frentes fueran prácticamente pasados a la actividad militar. A nosotros nos sacaban gente que estaba en nuestro frente, que no tenía ninguna experiencia, y la pasaban a la actividad militar.
A eso nosotros nos opusimos firmemente. Incluso pensábamos que la consigna no era... que no había una situación de masas de confrontación contra el golpe. Lo planteamos en varias minutas internas [...]. Igual, con el criterio de que vos discutís adentro, pero salís afuera con una sola posición, salimos afuera a defender el criterio.
De nuevo salir a hablar con los políticos democráticos para decirles “hay que prepararse para la resistencia armada”. Incluso proponíamos restablecer el frente militar en el monte, ampliarlo y hacer como una zona liberada donde se podían instalar los políticos democráticos para quedar protegidos de la represión.
Como ya se ha señalado, una semana después del golpe, el Comité Central partidario se reunió en una quinta de la localidad de Moreno, que funcionaba con anterioridad como casa operativa. Al encuentro acudieron no sólo los miembros del Comité Central, también muchas de sus respectivas parejas e hijos. Las sesiones se vieron interrumpidas por las fuerzas policiales y, aunque el plan de retirada se puso en marcha, alrededor de doce cuadros perdieron
allí la vida.
No pasaría mucho tiempo para que el PRT-ERP se viera obligado a reconocer, como dato indiscutible, la profundización del reflujo de masas. Tal reconocimiento no podía menos que implicar una revisión de la línea partidaria. A comienzos de junio, la organización admitía: “cuando poco antes y después del 24 de marzo analizamos las perspectivas del golpe militar cometimos un error de cálculo al no señalar que el peso de la represión afectaría en un primer momento a la lucha popular, dificultando la movilización de masas y el accionar guerrillero [...] nos faltó taxativamente un período determinado de reflujo, error que desde ahora corregimos”.
No lo hicieron: en el mismo documento se dejaba bien en claro la continuidad de la lucha armada. No habría período de reflujo para las armas revolucionarias. Quizás, como afirma Luis Mattini, porque “era realmente difícil invertir la marcha de una máquina militante como el PRT”. Pero, más probablemente, porque la subjetividad perretista no había dejado de descansar sobre la certeza inconmovible –heredada del guevarismo– de que la acción armada alimenta la conciencia revolucionaria, que la heroicidad del guerrillero se convierte en ejemplo y el ejemplo en semilla que germina aquí y allá abonando el camino hacia la revolución.
Fragmentos más abajo de aquel documento que postulaba corregir el error partidario, el PRT-ERP pronosticaba: “el accionar guerrillero mantendrá viva la llama de la resistencia popular. [...] Las operaciones de propaganda armada y aniquilamiento realizadas por las unidades guerrilleras jaquearán constantemente a la Dictadura Militar. [...] Mientras más prenda el ejemplo guerrillero, más poderosa y decidida será la posterior movilización obrero-popular. Por ello es que en el presente período, la lucha armada ocupa el centro de la lucha política, es y será el eje de la política nacional”.
El 19 de julio de 1976, caían casi todos los principales referentes de la dirección partidaria, Mario R. Santucho, Benito Urteaga, Domingo Menna y Fernando Gertel. Diversos testimonios afirman que, tras la caída de la dirección, se intentó profundizar el repliegue. Sin embargo, al mes siguiente, un editorial de El Combatiente, luego de un análisis de la situación nacional en el cual, entre otras cosas, aseveraba que en su irracionalidad represiva las Fuerzas Armadas se habían ganado la oposición de la iglesia católica, que en el terreno internacional el aislamiento de la dictadura avanzaba día a día y que en el seno del pueblo comenzaban a vislumbrarse los gérmenes de la resistencia, concluía: “[...] de manera que esta desesperada ofensiva reaccionaria está llegando a su punto más alto, traspasado el cual se iniciará una larga y definitiva ofensiva popular, con su vanguardia al frente”.
Dos meses más tarde, la prensa partidaria intentaba llevar sosiego y optimismo a sus lectores: “podemos decir que ha pasado lo peor de esta etapa de reflujo, que el enemigo está debilitado y el pueblo se organiza. Ya se palpa el triunfo de los oprimidos, que cada día se organizan más, se preparan, se unifican e incorporan a la guerra. Ahora la preocupación principal de los revolucionarios debe ser organizar a las masas en el proceso de guerra prolongada”.
Esta vez, los pronósticos partidarios no se ratificaron. Hacia fines de 1976, una de las decisiones más importantes de la organización fue la de sacar una gran cantidad de cuadros del país. Sin embargo, las certezas revolucionarias hasta entonces sostenidas y los mandatos de ellas derivados (“el que no quería militar más era un quebrado”) habían calado profundamente en la subjetividad de la militancia. En abril de 1977 se realizó en Roma una reunión del Comité Ejecutivo partidario. En esa reunión “el compañero que había quedado a cargo del partido en la Argentina, al finalizar su informe sobre la situación en el país, remató: ‘el Partido está formado esperando la orden de combate’”.
Finalmente, la propia historia partidaria oficiaba de referente para ponderar la pertinencia de la resistencia armada. Hacia 1978, en el contexto de debates y disputas internas que culminarían en la ruptura y disgregación partidarias, un miembro de la dirección le preguntó a Daniel, por entonces integrante del Comité Central, si estaba de acuerdo o no con la lucha armada. Daniel recuerda que recibió la pregunta con sorpresa y desconcierto: yo me quedé... “Sí”, le digo, “yo soy del PRT”, veníamos haciendo la lucha armada desde el 69. Le habíamos hecho la guerrilla a Perón, ¡¿no le íbamos a hacer la guerrilla a Videla?!
En resumidas cuentas, porque con las armas se despierta la conciencia de las masas, porque con las armas se defiende el poder popular y porque con las armas se erige la resistencia del pueblo, lo cierto es que, en la guerra revolucionaria, la lucha armada “es el único camino” (1968), y en una Argentina en guerra “la política se hace en lo fundamental, armada” (1970). Por eso “el ERP no dejará de combatir” (1973), por eso, la lucha armada “es y será el eje de la política nacional” (1976).
El emprendimiento de acciones militares de envergadura creciente, la regularización de fuerzas, la apertura de un frente rural, el asalto a grandes unidades militares no fueron determinaciones que desviaron a la organización de lineamientos teóricos que postulaban un rumbo distinto. Fueron, en todo caso, las posibilidades de concreción de las enseñanzas de los teóricos de la guerra revolucionaria que la organización abrazó en 1968. La lectura de las distintas coyunturas políticas y la inapelable promesa guevarista traerían consigo la oportunidad.
Hace ya algunos años, Oscar Terán escribió un artículo cuyo título no puedo dejar de evocar: “La década del 70: la violencia de las ideas”. Allí, retomando las ideas de Reinhart Koselleck, afirmaba que, en la historia, pasa “más o menos” lo que tiene que pasar, y que sobre ese “más o menos” están los hombres. Y, en definitiva, los hombres y las mujeres del PRT-ERP se proyectaron e intentaron construirse a sí mismos como combatientes unidos por un juramento inquebrantable: a vencer o morir.
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