domingo, 15 de mayo de 2011
los enemigos de Cristina Fernandez
Los sindicatos y el reparto de las achuras
Por Alejandro Horowicz
politica@miradasalsur.com
La Presidenta distinguió entre el interés general de los trabajadores y el de sus representantes sindicales, entre la solidaridad con los explotados y la defensa del Momo Venegas
Cristina Fernández, a diferencia de los demás dirigentes políticos nacionales, acaba de denunciar con lucidez la extrema labilidad del sistema político. Mientras todos los candidatos y candidatitos, a puestos y puestitos, afilan el lápiz para sumar un votito de aquí y una ayuda de allá, sin desdeñar absolutamente nada, aceptando lo que juraron no tolerarían jamás, mientras rompen todo lo que dijeron defender, la presidenta fija las condiciones de su intervención.
Si esas condiciones no están dadas, si sus integrantes no se avienen –con razones o sin ellas–, Cristina, usando su capital de presión moral avisa a la sociedad que se retira del juego. Nada más. Y la sociedad, más allá de banderías, de chicanitas torpes, de los distraídos profesionales y de los defensores de kiosquitos permanentes, tiembla. No sólo tiemblan los que se referencian en el oficialismo, también los que miran con mayor simpatía las tolderías de la oposición. Y tiemblan por que no imaginan un orden político donde la presidenta no siga funcionando como la última, y a veces única, ratio.
Para poder ser opositor en la sociedad argentina es preciso que Cristina Fernández ocupe el lugar que ocupa. De lo contrario esa posibilidad se vuelve vidriosa. Es saludable ese temor, temblor, colectivo. Registra el principio de realidad. Lo que debiera aterrar y no aterra es precisamente esta realidad: la incapacidad para dibujar otros proyectos, para contener otros sueños. Pero más allá de nuestro irrefrenable deseo, las cosas son como son.
La prensa ve de distintos modos este “escándalo”. Los afectos al psicoanálisis toman los motivos personales de su último discurso. Ven en su duelo una trajinada debilidad política, y expresan su “simpatía”. Los objetivistas, en cambio, encapsulan la crítica hacia un destinatario único: los sindicatos, la CGT. No comparto una lectura que traspola dolor personal, con debilidad política. Es cierto que las referencias de Cristina en su discurso –a la muerte de Néstor Kirchner– apuntan a un importante rango de insensibilidad. Pero no es el dolor el que organizó este discurso, sino la exacta comprensión política. La Presidenta distingue entre el interés de clase de los trabajadores y sus representaciones sindicales, entre una política nacional del movimiento obrero –inexistente, pero deseable– y los negocios de sus caciques, entre la solidaridad del conjunto de los explotados y la defensa del Momo Villegas, secretario general de las 62 Organizaciones. La Presidenta no “pidió”, hizo saber en qué condiciones acepta seguir y en cuáles impondrá –pocas veces mejor dicho– su retiro. Y queda claro que su retiro equivale a una crisis política sin cuento.
Conviene auscultarla al interior de su propio campo: todo el trabajoso reparto de achuras –gobernaciones, diputaciones nacionales y provinciales, y demás cargos electivos– quedaría en suspenso. Y el intento de recomponerlo estaría determinado por un calendario electoral de muy complejo ajuste. De modo que la necesidad de modificar las fechas, de las internas públicas al menos, resultaría inevitable. Y otro tanto ocurriría con los partidos de oposición. Una sociedad sacudida por una inquietante y permanente crisis de representación vería esta crisis furiosamente agravada. Todo el orden político temblaría.
Y esto, con ser importante, no sería lo sustantivo. En rigor de verdad, la Presidenta, al fijar sus condiciones de intervención, nos hace implícitamente la siguiente pregunta: ¿el actual ordenamiento sindical es compatible con una sociedad que intenta avanzar hacia una democracia no formal, hacia valores como la solidaridad? Cuando miramos las edades de algunos dirigentes sindicales, y el tiempo que llevan en la dirección, queda claro que están más cerca del Pami que del Congreso. Son los sobrevivientes de una larga derrota histórica popular, por eso el ordenamiento político anterior los toleraba bien, por eso en la actualidad constituyen un anacronismo grave.
Y Cristina Fernández lo sabe.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario