“¿Y qué pasa en África? África, donde apenas hace un par de años fue asesinado y descuartizado el primer ministro del Congo. Donde se establecieron los monopolios norteamericanos y empezó la pugna por tener el Congo. ¿Por qué? Porque allí hay cobre, porque allí hay minerales radioactivos, porque el Congo encierra riquezas estratégicas extraordinarias”. Che Guevara, Cuba, 1964.
Hoy está prácticamente asumido y hasta los grandes medios de comunicación se hacen eco del conflicto, de las violaciones y de la explotación infantil y no infantil, con reportajes más o menos objetivos, más o menos victimistas o tranquilizadores para las conciencias occidentales: para la población de la República Democrática del Congo (RDC) es una “maldición” contar con la riqueza mineral que alberga su tierra. En el porqué, como tantas otras veces, comienzan las diferentes interpretaciones.
En el año 2002 un informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU) indicaba la conexión entre la guerra en la región de los Kivus y la lucha por los recursos naturales (sobre todo diamantes, oro, cobalto, estaño, maganeso, tántalo y columbita). Periódicos como El País [1] se hacían eco del tema y de la implicación de multinacionales en la guerra por el coltán (mezcla de los dos últimos minerales anteriormente citados), al que el nicargüense Ernesto Cardenal dedicó también el poema “El celular”: “Nokia, Motorola, Compak, Sony / compran el coltán / también el Pentágono y también / la corporación del New York Times / y no quieren que se sepa / ni quieren que se pare la guerra”.
El ampliamente galardonado Mario Vargas Llosa, divulgador del neoliberalismo, se preguntaba en un reportaje publicado a comienzos de 2009 [2] qué le hace falta al Congo para aprovechar sus incontables recursos. Él mismo respondía: “cosas por ahora muy difíciles de alcanzar: paz, orden, legalidad, instituciones, libertad”. Si sólo hubiese escrito estas palabras... Pero no. Pocas líneas después, nos asegura que las guerras que sacuden la RDC “han dejado hace tiempo de ser ideológicas (si alguna vez lo fueron) y sólo se explican por rivalidades étnicas y codicia de poder de caudillos y jefezuelos regionales o la avidez de los países vecinos (Ruanda, Uganda, Angola, Burundi, Zambia) por apoderarse de un pedazo del pastel minero congoleño”.
Siete años antes de que se publicase el “humano” reportaje del peruano, el mismo medio sacaba un listado de empresas congoleñas y multinacionales implicadas. No hay referencias en su texto: “Esos minerales vienen a llevárselos traficantes extranjeros, en avionetas y aviones clandestinos”. Podemos imaginarnos luego la venta del cobalto y el manganeso a kilo en lonjas y mercados europeos, junto a las sardinas, o tal vez con las lechugas.
Tras el asesinato en 1961 del primer ministro del Congo, Patrice Lumumba, y antes de partir a una dura y descorazonadora misión en el país africano [3], el Che explicaba que lo que sucedía en la RDC estaba directamente vinculado con “la bestialidad imperialista, bestialidad que no tiene una frontera determinada ni pertenece a un país determinado”.
Sobre el tema hay mil informes, reportajes, discursos... Un maremágnum de textos y palabras de hace más de cuatro décadas y de menos de cuatro días... el problema es que seguimos igual, ¿y hasta cuándo?
Andrea Gago Menor forma parte del Consejo de Redacción de Pueblos.Este artículo ha sido publicado en el nº 46 de la Revista Pueblos, segundo trimestre de 2011.
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