En los 41 años que lleva en el poder, el coronel libio Muammar el Khadafi –su nombre completo es Muamar Mohamed Abd As-Salam Abú Minyar al Khadafi– ha hecho gala de un transformismo ideológico y político y un grado de excentricidad difíciles de igualar.
En 1969, cuando sus compañeros de armas lo designaron para liderar el golpe de Estado contra el rey Idris, Khadafi era sólo un capitán de 27 años. Quedó al frente de Libia precisamente en el momento en que se descubrían sus vastas reservas petroleras, lo que le dio margen para emprender importantes reformas en educación, salud y derechos sociales. Sus reformas fueron inscritas dentro de lo que dio en llamar a partir de 1977 la Jamahiriya, o “Estado de las masas”, su peculiar teoría sobre la democracia, en la que se suprimieron los cargos e instituciones tradicionales –él es simplemente Líder de la Revolución–, para “dar el poder al pueblo”. Los comités populares, constituidos por fieles a ultranza, desplazaron a ministros, gobernantes, alcaldes.
El polémico coronel ubicó a los ocho hijos que tuvo con sus dos esposas en lugares claves de la economía y las fuerzas armadas, preparando para sucederle a uno de ellos, a Saif al Islam. Admirador del panarabismo del egipcio Gamal Abder Nasser, pero también del Che, de Mao, de la Urss y más recientemente, de Hugo Chávez, Khadafi apoyó en los ’70 y en los ’80, con financiación y entrenamiento, a guerrillas y movimientos de liberación nacional de muchos países como Montoneros.
Esto le valió a Khadafi crearse una aureola de progresista, y por considerarlo que estaba en el campo antiimperialista, no pocos movimientos de izquierda miraron para otro lado cuando reprimía toda protesta social u oposición política interna.
Su discurso encendido, sus exabruptos, sus originalidades, como estar protegido las veinticuatro horas del día por una fuerza de élite de treinta amazonas supuestamente vírgenes, y atendido día y noche por cuatro voluptuosas enfermeras ucranianas, crearon todo un mito alrededor suyo. Khadafi se ha ocupado de que los ciudadanos libios, especialmente los de las tribus más poderosas, sepan que se hace llevar leche fresca de camella a su jaima (tienda beduina), con la que se traslada a cualquier país, de forma de demostrar su respeto a los orígenes familiares, su carácter popular. Gestos populistas que ha explotado mediáticamente, mientras él como su familia vivían en la abundancia y acumulaban riqueza y poder.
Acusado por Estados Unidos de estar detrás de atentados terroristas en 1985 contra los aeropuertos de Roma y Viena y de un ataque a una discoteca de Berlín frecuentada por soldados estadounidenses en 1986, Ronald Reagan hizo bombardear su jaima, en la que murió su hija Jana. En 1988 se acusó a Libia de estar detrás del atentado contra un avión de Pan Am en pleno vuelo sobre Escocia, que provocó 270 muertos. Y Khadafi terminó aceptando su responsabilidad, entregando a los agentes acusados por Gran Bretaña e indemnizando a las víctimas.
Corría el año 2003, Khadafi había comenzado su gran giro. Ese año anunciaba la eliminación de su programa de armas de destrucción masiva y tras ello Estados Unidos reanudaba las relaciones diplomáticas. En 2009, la Unión Europea restableció relaciones, sobre todo la Italia de Silvio Berlusconi, con Libia en diferentes ámbitos y Barack Obama estrechaba la mano de Muammar el Khadafi en un encuentro en Italia entre el G-8 y los países africanos. Para Occidente, Khadafi se había abuenado.
Pero el idilio duró poco. Irrumpió en escena un protagonista inesperado: el pueblo libio. Y Khadafi, el más antiguo déspota de toda la región, mostró su cara más sangrienta, ordenando matar, en una desesperada lucha por aferrarse al poder. Y Occidente se quedó sin línea.
martes, 1 de marzo de 2011
De Montoneros a Berlusconi
La increíble biografía del líder libio
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