"En la Copppal en Panamá discutimos lo que se conoce como el Plan Atlanta, aquella urdimbre que ha pretendido sacar del poder a los gobiernos progresistas por vías distintas, también la revisión del modelo económico latinoamericano, la crisis que se vive en Venezuela y la que definimos como artificial en Nicaragua", sostuvo Pichardo.
"El Plan Atlanta se está implementando con mucho éxito. En el día de ayer sale la información de que el juez Moro será, a pedido del presidente electo Bolsonaro, el Ministro de Justicia de Brasil. El señor que condenó a Lula sin prueba alguna como parte de todo el montaje para crera un falso proceso electoral", agregó.
"Esto confirma que se está ejecutando el plan paso a paso y llegaron a lo que yo llamo la joya de la corona que es Brasil, por ser el país más grande y más influyente de América Latina", subrayó el dirigente político dominicano.
Pichardo participó recientemente de la Conferencia Trilateral de Partidos Políticos de Asia, África y de América Latina y el Caribe, que tuvo lugar en Moscú. "Fue un evento de trascendencia que se celebró en un buen momento porque fue en medio de situaciones de crispación en el mundo, con amenazas de confrontaciones, de guerra comercial, de la creación de nuevos bloques económicos y rutas comerciales, en una crisis de hegemonía en que EEUU ya no tiene la fuerza económica, comercial y diplomática para imponer lo que quiere", consideró.
"Alguno de los líderes de Asia y África ven con mucha preocupación el retroceso que se vive en América Latina, el debilitamiento de la institucionalidad democrática e incluso discutimos el tema de Brasil", dijo Pichardo en entrevista con Sputnik y radio M24. El político dominicano también recordó al ex presidente de su país, Juan Bosch, a 17 años de su fallecimiento.
Además en 'GPS Internacional', dialogamos con la analista internacional mexicana Yizbeleni Gallardo acerca del hambre y la miseria en el continente, de la caravana de migrantes y del contexto de las elecciones de medio término en EEUU. "En México hay un problema de violencia muy grave que hemos tenido los últimos años con el tema del crimen organizado. El promedio de edad de los sicarios o asesinos a sueldo son niños entre 12 y 16 años porque no son sujetos de la justicia penal del país y su esperanza de vida no supera los cinco años", señaló Gallardo.
"Si bien hubo siempre un flujo de migrantes que vienen de Centroamérica o de regiones de más al sur del país, nunca vimos estos fenómenos como el de las caravanas. Es casi imposible que 10.000 o 15.000 personas se organicen de la nada de forma simultánea", añadió.
"El discurso de Trump está enmarcado en el próximo proceso electoral y ya movilizó más de 6000 efectivos militares en la frontera. Se genera una crisis humanitaria porque siempre van adelante las mujeres y niños y ¿qué va hacer el ejército norteamericano? Es una situación de perder-perder y lamentablemente hablamos de familias que están siendo utilizadas bajo su esquema de pobreza en este contexto electoral", subrayó la analista. "Hay que tener muy en claro que lo que ocurre actualmente en EEUU es una especie de guerra civil. Están fuertemente confrontados dos grupos de poder, yo les llamo el "old establishment" y el "new establishment".
"Los medios de comunicación tradicionales pertenecen al viejo sistema político norteamericano junto con la bolsa de valores de Wall Street que está confrontada con el proyecto de gobierno de Donald Trump", explicó Gallardo.
En el cierre, recibimos como cada mes la columna de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) junto a Jorge Meza, nuevo representante interino de la institución en Uruguay.
Y como en cada programa el repaso de las noticias destacadas de América Latina y un informe sobre el panorama mundial.
Análisis: Después de Bolsonaro: Hora de reflexión para la izquierda
Marcelo Colussi
El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil –un exponente de la más recalcitrante expresión política de la derecha– debe abrir un urgente debate en la izquierda.
Dejamos de lado aquí la exacta precisión semántica de qué entender por “izquierda”, sabiendo que allí nos encontramos con un muy amplio abanico de expresiones, desde la socialdemocracia más conformista hasta grupos radicales que levantan la lucha armada como vía, desde posiciones favorables a la participación en las elecciones democráticas en los marcos burgueses hasta variadas manifestaciones de contestación antisistémica que, a su modo, abren críticas contra el capitalismo (“progresismo” amplio: movimientos feministas, reivindicaciones étnico-culturales, expresiones de la diversidad sexual, grupos ecologistas). En un sentido muy general, todo eso es izquierda, en tanto crítica al modelo hegemónico vigente.
Pues bien: desde la izquierda, cualquiera que ésta sea, es imperioso reconocer que la derecha está ganando la lucha ideológica. ¡Y está ganando agigantadamente! ¿Cómo es posible que poblaciones hundidas en la miseria, violentadas, alejadas de los logros del desarrollo social que trae el mundo moderno, opten por estar con su verdugo? ¿Cómo es posible que una persona afrodescendiente vote a favor de un blanco racista? ¿Quién puede explicar casos como la llegada a la presidencia de un Mauricio Macri en Argentina, o un Jair Bolsonaro en Brasil? El “fracaso del «progresismo», en Brasil como en otros países, abre grandes las puertas a gobiernos ultraconservadores y fascistoides que aprovechan la frustración y la desesperanza de la gente, deslumbrada y enceguecida por las promesas brutales de un gobierno «fuerte» que resolverá todos los problemas”, apunta el analista Alejandro Teitelbaum. Algo parecido sucedió en Argentina con el actual presidente, un neoliberal multimillonario admirador de la dictadura. La explicación arriba citada no se equivoca: las grandes masas aturdidas, asustadas, desesperadas, buscan salidas mesiánicas. Ese es el principio de las religiones. Y también del nazi-fascismo.
Fenómenos así se repiten con mucha frecuencia: triunfo de un racista xenófobo, machista y homofóbico como Donald Trump en Estados Unidos, una derecha anti-inmigración de corte neofascista que va ganando posiciones en Europa, poblaciones atemorizadas que votan por opciones de “mano dura” en distintos países, británicos que apoyan el Brexit para salirse de la Unión Europea –como respuesta racista– o candidatos con posiciones de ultraderecha visceral que ganan elecciones apelando a mensajes religioso-apocalípticos. ¿Cómo entenderlo? ¿Síndrome de Estocolmo? Quizá la explicación psicológica no termina de dar cuenta de la complejidad del fenómeno.
Lo dicho por Teitelbaum es sumamente coherente. Lo cual nos lleva a profundizar preguntas que se hacía Edgar Borges, y que hago mías aquí: “¿Son estos sujetos ultraderechistas marcianos que ganan elecciones en la Tierra, o son interpretaciones de lo que piensa una mayoría?” (manipulada y asustada, deberíamos agregar), “¿Acaso el avance mundial de la ultraderecha no se debe a que la izquierda, desde los años 80, quedó desubicada de la actual metamorfosis del capitalismo?”
Todo ello nos plantea dos ámbitos: 1) la derecha está manejando con mucha solvencia la lucha ideológica, y 2) la izquierda no tiene claro su rumbo. Ambas cuestiones son básicas, se interpenetran e interactúan.
La derecha está manejando con mucha solvencia la lucha ideológica
También al decir “derecha” tenemos un campo muy amplio de opciones político-culturales. Son de derecha, pro-capitalista, tanto la socialdemocracia nórdica como los halcones belicistas de Estados Unidos, los empresarios industriales como aquellos que medran (mafiosamente) con la especulación financiera, el Opus Dei como sectores modernizantes que pueden permitirse, por ejemplo, el matrimonio homosexual mientras no se toquen los resortes económicos básicos. Pero a todas estas expresiones une algo en común: defienden a muerte la propiedad privada, “su” propiedad privada. Ser de derecha, en definitiva, es eso: tener algo que perder. Los trabajadores, siguiendo el Manifiesto Comunista de 1848, “no tienen nada que perder, más que sus cadenas”.
Suele decirse que es un inveterado vicio de la izquierda estar fragmentada y desunida. Gran verdad, por cierto. Pero no lo es menos para la derecha. Acaso las guerras –donde ponen el cuerpo los pobres del mundo, no olvidar– ¿no son una expresión de las luchas mortales entre los grupos de poder? ¿No hay lucha entre distintas facciones de poder político de derecha dentro de los países? Lo remarcable es que, ante la posibilidad de un cambio real en la propiedad privada de los medios de producción, la derecha se une. Como clase sabe claramente, y no lo olvida ni por un instante, que su enemigo mortal es la clase trabajadora (proletariado urbano, obreros agrícolas, pobrerío en sentido amplio –“pobretariado”, para utilizar la correcta caracterización que realiza Frei Betto–). Ante la más mínima muestra de protesta y posibilidad de cambio real en lo social, la derecha, cualquiera sea ella, reacciona. Y reacciona cerrando filas, impidiendo los cambios justamente.
Derecha e izquierda, como grandes polos de la sociedad humana, están continuamente enfrentadas, en guerra mortal, tratando por todos los medios de derrotar al enemigo. No hay ninguna duda que la derecha (el sistema capitalista) tiene mucha ventaja en esta guerra. Siglos de acumulación le permiten disponer de toda la riqueza, saber, fuerza bruta, mañas y demás ingredientes para perpetuar su situación de privilegio. La prueba está en lo difícil, terriblemente difícil que se hace cambiar algo de verdad en el aspecto económico-político-social. Cambios superficiales, cosméticos, por supuesto que son posibles. Gatopardismo: cambiar algo para que no cambie nada en sustancia. La derecha lo sabe, y se lo puede permitir. Pero cuando las luces rojas de alarma se encienden, reacciona airada. Si es necesario, reprime, mata, tortura, arrasa poblaciones completas, olvida las enseñanzas religiosas de bondad y piedad y no le tiembla la mano para disparar las más mortíferas armas.
En esa guerra ideológica total que disputa minuto a minuto, no escatima esfuerzos para derrotar a su enemigo de clase. Por tanto: miente. Miente mucho, tergiversa las cosas, embauca. Logra hacer que el esclavo piense con la cabeza del amo; y para eso tiene a su disposición una monumental parafernalia de herramientas, cada vez más sofisticadas y poderosas: medios masivos de comunicación, especialistas en imagen, en manejo de masas, psicología publicitaria, iglesias fundamentalistas de corte neoevangélico, una clase política psicópata dispuesta a todo, profesionales de la mentira. “Miente, miente, miente. Una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en una verdad”, enseñaba hipócrita el Ministro nazi de Propaganda, Joseph Goebbels. No se equivocaba: la derecha es exactamente eso lo que hace a cada instante; la ideología capitalista encubre la verdad del sistema, es decir: la explotación.
Últimamente esa derecha ha encontrado un nuevo “nicho” de maniobra ideológica con el tema de la “corrupción”. Puede decirse que lo hecho por la estrategia estadounidense durante el 2015 en Guatemala fue su laboratorio. A partir de ahí, con resultado exitoso –se consiguió movilizar a parte de la población, básicamente clase media urbana, con lo que pudo desplazarse del poder al por entonces presidente, Otto Pérez Molina, acusándolo de hechos de corrupción– se repitió la maniobra en otras latitudes. Los casos de Argentina y Brasil fueron los más connotados. Aprovechando hechos reales de corrupción, se magnificaron las denuncias consiguiendo “indignar” a buena parte de la población, lo cual sirvió de base para frenar propuestas medianamente progresistas. Y así surgieron, respectivamente, un Macri –aliado servil del FMI y del Banco Mundial– y un impresentable Bolsonaro –un ex militar ultraderechista–.
¿La gente es tonta por aplaudir esas propuestas? La explicación resulta más compleja: la “tontera” no explica nada. El ser humano es, en términos colectivos, parte de una masa. Las operaciones psicológicas, es decir, las groseras manipulaciones de pensamiento y sentimiento de las masas, existen. Y por cierto: ¡dan resultado! “La masa no tiene conciencia de sus actos; quedan abolidas ciertas facultades y puede ser llevada a un grado extremo de exaltación. La multitud es extremadamente influenciable y crédula, y carece de sentido crítico”, anticipaba Gustave Le Bon a principios del siglo XX. Si las religiones por milenios estuvieron haciendo eso, las modernas técnicas de manipulación masiva (¡ingeniería humana se las llama!) no hacen sino llevar a grados superlativos esa tendencia, con precisión científica. El tema de la corrupción, indudablemente, posibilita esos manejos.
¿Cómo es posible, por ejemplo, que en un país como Brasil, con una de las distancias entre ricos y pobres más insultante del planeta, con millones de personas desocupadas, viviendo en condiciones indignas, con niveles de violencia cotidiana monstruosos, hayan permeado tan significativamente las denuncias de corrupción? Porque, sin dudas, ese manejo está muy bien hecho. La corrupción es una lacra, desde ya, pero ni remotamente constituye la verdadera causa de esa situación estrepitosa del país carioca. ¿La gente es tonta y solamente piensa en fútbol y el carnaval, como maliciosamente se ha dicho? No, en absoluto. Pero la ingeniería humana del caso apunta a que así sea.
La izquierda no tiene claro su rumbo
Junto a esta avanzada ideológica de la derecha, la izquierda parece estar sin rumbo. La represión sufrida en décadas pasadas paralizó grandemente al campo popular. El miedo aún está incorporado. Las montañas de cadáveres y ríos de sangre que enlutaron toda Latinoamérica en años recientes han dejado secuelas. La “pedagogía del terror” hizo bien su trabajo.
Por otro lado, el discurso mediático sin precedentes que va teniendo lugar a través de los medios comerciales y toda la parafernalia comunicacional (consiguiendo resultados evidentes), es una marea incontenible. La izquierda, además de no disponer de todos los medios de que sí dispone la derecha, no puede ni debe apelar a la mentira como método. “En política se vale todo”…, para la derecha. La izquierda mantiene posiciones éticas irrenunciables. La guerra de cuarta generación (guerra mediático-psicológica con operaciones encubiertas) no puede ser, nunca jamás, un medio de acción política revolucionaria. Si de algo se trata en el ideario mínimo de la izquierda, es la pasión por la verdad.
Pero ¿qué pasa que las poblaciones parecieran rechazar las propuestas de izquierda? ¿Será cierto que la misma “quedó desubicada de la actual metamorfosis del capitalismo”? Porque, sin dudas, el sistema capitalista se va reciclando a una velocidad fabulosa. Décadas atrás, con el auge de un capitalismo industrial, Estados Unidos entronizaba la imagen de “buenos” (acérrimos defensores de la propiedad privada) castigando a “malos” (quien osara enfrentar a esa propiedad). Hoy, con un desaforado capitalismo financiero y guerrerista, el mensaje cambió: se entroniza al “exitoso”, no importando cómo logre su éxito. De ahí que la nueva tendencia es vanagloriar al “que la supo hacer”. “Mate, robe, viole, transgreda, estafe, haga lo que sea… ¡pero conviértase en el Number One!”, pasó a ser la actual consigna. El capitalismo cambia, encuentra nuevas caras, atrapa con sus luces de colores. O, mejor dicho, enceguece. En otros términos: vive transformándose, ofreciendo nuevas mercancías.
Tomado literalmente eso de “saber adecuarse a la metamorfosis del capitalismo”, podría hacer pensar en la necesidad de “actualizarse” siguiendo los tiempos que corren, con lo que dejaríamos de hablar de lucha de clases para centrarnos en buscar paliativos, amansar al sistema, hacer un capitalismo de rostro humano. Pero ello no es así. Hoy como ayer, “no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”, como dijera Marx hacia 1850. Pero no caben dudas que el llamado de la izquierda no termina de cuajar. Impactan más las iglesias neopentecostales y un llamado apocalíptico que la consigna de luchar aquí en la tierra.
Ahora bien: estos progresismos, supuestamente a la izquierda, que atravesaron varios países de Latinoamérica en años recientes, no constituyeron, en sentido estricto, propuestas de transformación real. Fueron buenas intenciones (matrimonio Kirchner en Argentina, el PT en Brasil, etc.), pero no tocaron los resortes estructurales de sus sociedades. Por tanto, no hubo ningún cambio sustancial. Y sumado a ello, no dejaron de moverse con las prácticas corruptas y clientelares de cualquier partido político de la derecha. En otros términos: resultaron una muy mala –quizá pésima– propaganda para la izquierda.
Llegados a este punto, la izquierda –la que sienta que aún la revolución socialista sigue siendo posible y necesaria, aquella que sigue fiel al ideal marxista de “no mejorar la sociedad existente sino establecer una nueva”– debe formularse una profunda autocrítica. Es hora de reflexión. ¿Por qué puede ganar una propuesta de ultraderecha en las favelas más pobres? ¿Qué está pasando?
Además de los golpes sufridos, además de las más refinadas técnicas de manipulación de masas de que dispone la derecha, ¿qué se está haciendo mal en la izquierda?
Por lo pronto, y como mínimo, tener claro que las propuestas tibias, de progresismo superficial, de socialismo sin socialismo, más que contribuir a avanzar en la justicia social, terminan siendo un tiro por la culata. Valen palabras de Rosa Luxemburgo de 1917 cuando analizaba la naciente revolución bolchevique: “No se puede mantener el «justo medio» en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo”.
Quizá la peor atadura que pueda tener la izquierda es su miedo, su propio temor a autocriticarse, su conformismo. Si “ser realistas es pedir lo imposible”, tal como rezaban las consignas del Mayo Francés de 1968, pues habrá que ser un soñador con los pies sobre la tierra, ser utópicamente realistas.
Sin dudas luego de la derrota sufrida en las pasadas décadas por parte de la izquierda y el campo popular, luego de años de silencio y dolor, una propuesta medianamente progresista que hablara de redistribución de la riqueza –tal como empezó a suceder en varios países de América Latina en estos últimos años– parecía ya un fenomenal avance. Pero luego del deslumbramiento inicial, ahora podemos ver que la izquierda sigue ausente, golpeada, secuestrada. Hay que reflexionar tranquila, serena y muy profundamente sobre estos tópicos. Quizá es momento de revisar supuestos básicos, no para negarlos, sino para enriquecerlos.
La mentira de la derecha, aunque se pavonee victoriosa, está sentada sobre una bomba de tiempo, pues sabe –aterrada– que en algún momento las clases oprimidas, que nunca desaparecieron de la lucha, pueden volver a tomar la iniciativa. La cuestión es cómo encontrar los caminos que devuelvan la posibilidad de tomar esa iniciativa. El debate está abierto.
Análisis: Bolsonaro y el evangelismo brasileño al servicio de Trump e Israel
Alfredo Jalife-Rahme
Una de las consecuencias geopolíticas del triunfo del evangélico Jair Messias Bolsonaro es la creación de un eje hemisférico con el presbiteriano presidente estadounidense, Donald Trump, y con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, lo cual reverberará con el alejamiento de Brasil con China y la probable salida de los BRICS y del Mercosur.
La democracia practicada en Occidente, en particular en Latinoamérica, debido a los magnos escándalos de corrupción, propenden más a votar en contra que a favor de un candidato. Esto ha sido notorio en los dos principales países de Latinoamérica, México y Brasil, en donde los votantes se volcaron por un severo castigo: en el primer caso contra la díada del PRI y el PAN, y en el segundo caso contra el PT.
No se puede soslayar la pertenencia de Bolsonaro al muy respetable credo evangélico (22% de la población) frente al 65% de católicos.
Más allá de su segundo bautizo en las aguas del río Jordán, hoy bajo ocupación israelí, en su aparición inmediata en la televisión después de su triunfo, empuñó las manos de su equipo de campaña para cerrar los ojos y rezar.
El rotativo El País, vinculado a los intereses del vilipendiado global George Soros, comenta que el credo evangélico “se ha vuelto electoralmente el más rentable que existe en Brasil”: hoy, además de un devoto presidente, ostentan 91 de los 513 escaños del Congreso. Entre 30 partidos atomizados en el Congreso, la cohesión parlamentaria de los evangélicos será determinante.
Los hombres y los evangélicos dieron el triunfo a Bolsonaro, mientras que las mujeres y los católicos se inclinaban por su contrincante, Fernando Haddad. José Wellington Bezerra, presidente de la Asamblea de Dios, afirmó que “Bolsonaro es el único candidato que habla el idioma evangélico”.
El obispo evangélico Edir Macedo, quien comanda la Iglesia Universal Del Reino de Dios, posee la cadena de televisión RecordTV que se ha vuelto la portavoz oficiosa de Bolsonaro.
El autor chileno Miguel Torres comenta “el peligro de las iglesias evangélicas en la política latinoamericana” a las que prácticamente equipara con el neoliberalismo, lo cual puede ser muy polémico y, a mi juicio, es mucho mas profundo cuando los lazos del evangélico Bolsonaro con Israel repiten el fenómeno de la Santa Alianza entre un sector y una secta de los fundamentalistas evangélicos de EU que se han aliado a los preceptos supremacistas y de Apartheid de Israel que enarbolan los llamados “cristianos sionistas”.
¿Qué podemos esperar de la política exterior brasileña tras la elección de Bolsonaro?
Se ha empezado a gestar el escenario que planteé anteriormente, sumado a la insólita mezcla del futuro gabinete de Bolsonaro, gran admirador de Trump, y su equipo militar con la presencia de su futuro superministro de economía Paulo Guedes: un devoto practicante del ‘pinochetismo neoliberal’, tanto por su conversión como ‘Chicago boy’ bajo los auspicios de Milton Friedman como por su estadía docente en Chile durante la dictadura militar de Pinochet.
Mientras subía en forma espectacular la bolsa de Sao Paulo, la mayor de Latinoamérica, y la divisa brasileña se revaluaba más del 11%, la BBC de Londres comentaba que Guedes “está llamado a ser el próximo hombre fuerte” del Gobierno y “tendrá a su cargo las carteras de Hacienda, Planificación, Industria y Comercio”, así como el ministerio que hoy está a cargo de las concesiones y privatizaciones.
La mezcla del ‘pinochetismo neoliberal’ con el proteccionismo trumpiano de Bolsonaro, con el común denominador del hipermilitarismo, conlleva matices: se trata de un microneoliberalismo doméstico combinado a un macroproteccionismo externo.
Por lo pronto, Guedes arremetió contra el Mercosur al que considera “muy restrictivo”. A mi juicio, no está lejano el día en que por solidaridad con Trump, también devoto presbiteriano evangélico, rompa con los BRICS para adherirse a los esquemas comerciales del trumpismo militarizado como la deslactosada Alianza del Pacífico de México, Colombia, Perú y Chile.
En una entrevista al periódico fascista Israel Hayom —propiedad del talmúdico dueño de casinos Sheldon Adelson, gran aliado de Trump y financiero del Partido Republicano en EEUU y el Partido Likud de Netanyahu—, Bolsonaro sentenció que “Israel tiene derecho soberano a decidir cual es su capital” y confirmó el traslado de la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén, siguiendo los pasos de Trump y Guatemala, además que prometió su “apoyo a Israel en los foros internacionales”.
El polémico juez Sergio Moro —formado en Harvard, responsable de la operación anticorrupción Lava Jato y quien encarceló a Lula—, aceptó la designación del super-Ministerio de Justicia y Seguridad Pública de Bolsonaro,
Moro, calificado de “héroe del antipetismo”, llegó a publicar documentos bajo secreto judicial y hoy tendrá “competencias añadidas”. De acuerdo a su perfil combativo, el juez anunció que implementará “una fuerte agenda anticorrupción y anticrimen”. Moro se desdice de sus anteriores declaraciones cuando se negaba a participar en la política. Los partidarios del encarcelado Lula definen el nombramiento de Moro como el cierre del círculo de un “golpe judicial, legislativo y militar” en contra del PT.
A juicio de algunos analistas, el encarcelamiento de Lula y la defenestración de la expresidenta Dilma Rousseff enmarcan el gran poder que adquirió el Poder Judicial cuando fiscales y magistrados con la mano en la cintura han detenido a centenas de ministros, gobernadores, diputados y senadores con el pretexto del combate a la epidémica corrupción cuando el mismo presidente saliente, Michel Temer, fue denunciado por corrupción ante la Fiscalía General.
El rotativo británico Financial Times sentencia que “Jair Bolsonaro se dispone a trastocar en forma dramática la política exterior de Brasil” y que “busca imitar la mayor parte de la agenda de su “gran aliado Donald Trump”.
Bolsonaro no oculta que Trump es su “ejemplo” y que imitaría “la mayor parte de su agenda nacionalista”.
Mas allá del apretón de tuercas esperado al Gobierno de Maduro en Venezuela —en conjunción con Trump y el presidente colombiano Duque y los últimos 30 días que le quedan al canciller mexicano pro-Trump, Luis Videgaray— y del traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, se espera su retiro, en imitación de Trump, tanto del Consejo de los Derechos Humanos de la ONU como del Acuerdo sobre el Cambio Climático de Paris.
Según el Financial Times, tal “aislacionismo” de ‘Brasil primero’, combinado con “la admiración de Bolsonaro a Trump es un contraste severo a la política exterior tradicional de Brasil que ha buscado crear un mundo multipolar en alianza con otras mayores economías emergentes, frecuentemente en oposición a EEUU”.
Financial Times adelanta que Bolsonaro tomará partido por Trump en el contencioso de Venezuela “quizá para defender la aplicación de sanciones económicas contra el Gobierno de Maduro”.
Nada menos que Luiz Philippe de Orléans y Braganza —descendiente del emperador Dom Pedro, anterior monarca de Brasil—, quien es fuerte candidato a ocupar la legendaria cancillería de Itamaraty, esbozó la ruta futura de la política exterior de Bolsonaro: “Brasil está abierta a los negocios, pero cerrada a ser influida. Tenemos que cerrar la influencia de las Naciones Unidas, China y grandes bloques negociadores como la Unión Europea que tienen agendas para Brasil”.
Trump, cabeza militar de Norteamérica, y Bolsonaro, nueva cabeza militar de Sudamérica —sumados a la adhesión del argentino Macri, del chileno Piñera y del colombiano Duque, sin contar el júbilo de la extrema derecha fascista en México que empieza a mover sus fichas para regresar al poder— trastocarán en forma dramática la geopolítica del neomonroismo militarizado en todo el continente americano.
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