domingo, 12 de enero de 2014
"ARMEN LÍO QUE SERÁN GARROTEADOS"
“Ya no les puedo pedir paciencia, les pido sana rebeldía.
Si este presidente no cumple, hagan lío; hagan lío, jóvenes. Ustedes son el presente”
Horacio Cartes
Pertenezco a una generación que nació
bajo el manto omnipresente de un régimen que además de vigilar todos los
actos del vivir cotidiano, dirimía las diferencias, reclamos y
cuestionamientos al son de garrotes, cachiporrazos, torturas y
ostracismos. Como no podía ser de
otra manera, hasta los detalles más insignificantes de la cotidianidad
estaban relegados a “ese espíritu” cuartelero inspirado en el maltrato,
la sujeción corporal y la obediencia ciega.
Uno de los tantos recuerdos que aflora
en mis ojos cada vez que escucho el retumbar de tambores es la manera
ridícula en que los niños éramos obligados a llevar el famoso recorte
cadete y marchar por la ciudad ante las autoridades. Con inusitada
claridad me veo perdido en esa gran formación de estupidizados cuyos
destinos dependían de la capacidad de lealtad y sumisión que como buenos
soldados podíamos replicar.
Disciplinaron nuestros cuerpos y la idea
de lo público se confundió con la lógica de un gran cuartel. Obedecer
para escalar, escalar para subyugar, subyugar para existir. Así, la
escuela se tornó en un lugar donde nadie podía disentir. Todo estaba
ordenado, en su lugar, como corresponde... Y si alguien preguntaba o
quería discutir, era castigado ante la atenta mirada de todos los niños.
Los famosos desfiles militares eran preparados con meses de antelación.
Desfilar era lo más cercano a lo que podíamos aspirar para así
parecernos a los que nos oprimían. Y nuestros padres y maestros
aplaudían a rabiar y también desfilaban con orgullo patrio. Así
crecimos, entre desfiles, silencios, maltratos y desigualdades de todo
tipo. Tanta ha sido la
paralización que instalaron en nuestros cuerpos que todo lo relacionado a
libertad de expresión, asunción de derechos y construcción de
ciudadanía, se hace extremadamente lento en este país de héroes y
militares en potencia.
Reconocer la dignidad implícita en el
ser humano sin necesidad de afiliación o marca de ganadería de fe, es
una tarea pendiente. O lo olvidamos todos los días o lo interpretamos de
forma suave a fin de vivir medianamente tranquilos con nuestro pasado,
pero en este país, la justicia sigue siendo una quimera.
Mi generación también ha sido participe
de la famosa "transición democrática", enorme acontecimiento y de tan
largo e inacabado aliento… Desde
1989 tuvimos la posibilidad de recurrir a las urnas y votar a favor de
un signo político a fin de instituir y apuntalar un Estado Social de
Derecho que con mucho orgullo decimos defender como fórmula
constitucional. Pero al parecer, no hemos podido elegir a nuestras
autoridades, pues ellos se apresuraron y nos adoptaron a nosotros sin
posibilidad de forjar ciudadanía. Un pueblo que es elegido y que no
elige es uno que está preso en la lógica electoral prebendaria de aquel
que se vende al mejor postor por un tiempo determinado.
Entonces, al intentar construir lo que
tanto perseguimos como comunidad política, nos encontramos de bruces con
nuestro pasado más inmediato; la sujeción, el silencio y la maldita
idea de que cargamos con una especie de culpa primordial.
La expiación dolorosa de un pueblo que
se asume heroico pero con hijos desgraciados es una contradicción que
únicamente puede resolverse logrando acrecentar la vida en libertad y
bajo estándares que aseguren -aunque sea el mínimamente- mejores
condiciones de vida.
Así, la generación a la que pertenezco
también ha vivenciado, de un tiempo a esta parte, todo tipo de
atropellos a la leyes y a todo lo que necesitamos para criar una
democracia; la celebración de la deferencia y la disidencia como armas
para lograr grandes cambios. Un
vez más la uniformización y la petición de ser dóciles planeó replicando
con precisión la marcha de los niños soldados cuya gloria estaba en
obedecer primariamente fingiendo ser soldados.
Hoy, mi generación de nuevo se enfrenta a
esos días oscuros y aciagos. Sin embargo, algunos subyugados,
paradójicamente, saborean como días de luz y prosperidad. No puede
existir democracia y Estado de Derecho y mucho menos Estado Social de
Derecho en una comunidad política que no asume su rol. De manera
constante y sostenida maltratan salvajemente a sus ciudadanos y
ciudadanas por el solo hecho de pedir mejores condiciones de vida, sean
éstos campesinos o usuarios del transporte público de pasajeros. No es
democracia un Estado de Derecho que inspira a sus guardianes a “partir
la cabeza” a sus universitarios por reclamar con cánticos y aerosoles la
dignidad que se merece un pueblo cansado de sus chatarras o a mujeres
campesinas peticionando un pedazo de tierra.
Probablemente, y eso también mi
generación lo está viviendo, los niños dejaron de fingir a ser soldados y
decidieron asumir ser ciudadanos y ciudadanas. El
gran cuartel llamado Paraguay se está diluyendo, la genuflexión y la
indignidad está siendo enfrentada con preguntas, reclamos y
movilizaciones. Pero ese viejo ideal cuartelero no quiere desaparecer,
se aferra a su encierro. Entonces, recurren a sus mejores hombres para
hacer frente al cambio de paradigma, apelan a su institución preferida, a
la más sublime para llevar adelante el gran operativo antidemocrático… Y
ella, vieja baqueana en temas garroteriles, responde con gusto a dicha
solicitud. El maltrato, la prepotencia, la rapiña y el gatillo fácil
están de fiesta en el Paraguay. La Policía, el cuerpo extraño por
antonomasia en esta democracia que se busca, ella está, rebosante de
felicidad.
Pero la ciudadanía se organiza y la
lucha se hace cada vez más visible y temible a los ojos de los egoístas
empresarios del transporte que con dinero del pueblo han accedido a unos
préstamos que nunca honraron y con subsidios de la gente, vomitan un
servicio pésimo todos los días.
Pertenezco a una generación que está
presenciando probablemente, por un lado, el resurgir de una Policía más
garrotera y prepotente que nunca pero al mismo tiempo, el nacimiento de
un nuevo Paraguay con una ciudadanía solícita de un destino distinto
donde el presente esté revestido de pletórica dignidad y colmada
libertad.

No hay comentarios:
Publicar un comentario