
Compañeros, ¡¡¡llegaron los puros!!!
Siempre que llegan las Navidades, recuerdo todas aquellas que pasé fuera de casa, por este ancho mundo.
Hace ya muchos años, como voluntario con el Ejército Expedicionario cubano en Angola, estábamos en la dura batalla de Cuito Canevale. Mosquitos y demás bichos por doquier que te hacían la vida imposible. Carros y camiones, además de cañones empantanados en un barro rojo arcilloso.
Mi trabajo como médico se ocupaba más de curar a los enemigos que iban cayendo a medida que avanzabamos, los nuestros eran buenos soldados, los “contrarios” eran mercenarios venidos de cualquier lugar para sostener a Savimbi, indisciplinados.
Desde la mañana la gente había dejado de combatir en los dos bandos, una tregua no escrita daba tiempo a preparar una “cenita” de Navidad. Sería sencilla: moros y cristianos o arroz con frijoles prietos, algo de plátano -no mucho-, malanga y yuca.
No sé de donde un mulato llegó al mediodía con un cochino silvestre, que Dios sabe como había sobrevividos a dos meses (duraría más aún) de ataques y contrataques.
La alegría se corrió entre los oficiales, en todas partes siempre hay privilegiados. Todos somos humanos.
A la tardecita llegó otro con un par de botellas de ron. Ya estaba armada la cenita de “guerra”.
Los rostros se iluminaban y cada cual pensaba en casa, que haría la compañera y los hijos.
¿Estaré vivo mañana? La tregua se extendió hasta casi la medianoche, comimos tranquilos, nos encendimos un poco con el ron, porque fueron apareciendo otras botellas.
Echados en el bosque ralo, en corros y grupitos,c harlando y de golpe se
oye una voz: compañeros, ¡¡¡llegaron los puros!!!
Ahora era Navidad de verdad.
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