viernes, 22 de abril de 2011

¿Qué es tortura y qué no lo es? Investigando la ambigua línea entre las "técnicas de interrogación mejoradas" y la tortura

Alarmados por la defensa que la Administración Bush hizo de las "técnicas de interrogación mejoradas", que incluyen para la persona interrogada permanecer en posturas forzadas y sufrir el waterboarding, unos científicos estadounidenses decidieron investigar la percepción que los responsables de decidir qué es tortura y qué no lo es tienen de esa ambigua línea entre ambas cosas. Sus resultados, hechos públicos recientemente, son muy esclarecedores.


La Organización de las Naciones Unidas (ONU) define la tortura como "el acto de infligir dolor o sufrimiento físicos o mentales severos”. Pero ¿cuán severo es lo severo? La respuesta a esta pregunta determina si la ley clasifica o no un tipo de interrogatorios como tortura.

Ahora, el citado estudio, recogido en un informe publicado en Psychological Science, una revista de la Asociación para la Ciencia Psicológica, en Estados Unidos, denuncia que el modo que tienen las autoridades de decidir la respuesta a esa pregunta está equivocado desde su propia base. La razón es simple: Las personas encargadas de decidir dónde se establece esa frontera, y de valorar el grado de severidad del dolor, no están experimentando ese dolor, y ello les hace subestimarlo.

Como resultado, muchos actos de tortura no están clasificados como tortura, y por ende no están prohibidos, explican los autores del estudio, Loran F. Nordgren de la Universidad del Noroeste, Mary-Hunter Morris de la Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard, y George Loewenstein de la Universidad Carnegie Mellon, las tres instituciones en Estados Unidos.

Los citados científicos, como hemos dicho, decidieron investigar la percepción psicológica de la ambigua línea que una persona puede establecer entre lo que considera tortura y lo que considera que no lo es. A esos científicos les llamó la atención que los responsables de poner en marcha las "técnicas de interrogación mejoradas" se sintieran tan seguros de sus criterios para distinguir entre lo que es tortura y lo que no lo es, como se apreciaba en sus declaraciones a la prensa y ante los tribunales. En tales declaraciones, minimizaban el sufrimiento físico y psicológico causado por dichas técnicas, y repetían con insistencia que no eran tortura.

En esa negación tan pertinaz de los responsables, los autores del estudio vieron una demostración perfecta de un fenómeno psicológico conocido como “brecha de empatía”. La gente inmersa en un estado mental específico no puede apreciar o predecir otro estado mental debidamente. Si alguien está agobiado por un intenso calor, subestimará el agobio de pasar frío. E incluso el fenómeno puede darse con sensaciones menos extremas: Si alguien ha dormido mucho y bien, tenderá a subvalorar el sufrimiento de una persona a la que no se la deja dormir.

Con el fin de demostrar cómo la brecha de empatía influye subliminalmente en las decisiones de la gente sobre qué es tortura y qué no lo es, el equipo de investigación llevó a cabo varias series de experimentos centrados en las tres técnicas más comunes de interrogación extrema no calificada como tortura: mantener a la persona totalmente aislada e incomunicada, impedirle dormir, y exponerla a bajas temperaturas. En cada experimento, algunos de los sujetos estudiados afrontaron una versión suavizada del sufrimiento que tales técnicas provocan.

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(Foto NCYT/JMC)

Por ejemplo, para simular el confinamiento en una celda fría, algunos de los participantes permanecieron durante el experimento con un brazo sumergido en un cubo de agua gélida, mientras que otros lo hicieron con un brazo sumergido en un cubo de agua a temperatura ambiente.

Después de estas experiencias, a los participantes se les pidió que puntuasen la severidad del dolor y el grado de ética de las técnicas de interrogación reales.

Una tras otra, las tandas de experimentos generaron el mismo resultado: Quienes se sometieron al dolor juzgaron el sufrimiento generado por la técnica como más severo y menos aceptable moralmente que quienes no tuvieron que soportar ningún dolor. E incluso, y esto es importante, bastaba con que transcurriera un corto lapso de tiempo para que la personas que experimentaron en carne propia la versión suavizada de la técnica de interrogación, dejaran atrás sus impresiones iniciales y juzgasen el grado de sufrimiento generado por dicha técnica de un modo muy similar a como lo hicieron quienes no tuvieron que sufrir dolor alguno.

Tal como argumenta Loewenstein, los resultados de esta investigación sugieren, por tanto, que excepto en situaciones atípicas (experimentar en carne propia la técnica de interrogación), la gente que apoya esas técnicas de interrogación tiende a subvalorar el sufrimiento generado por ellas.

La conclusión del estudio es obvia: El criterio legal para evaluar qué es tortura y qué no lo es, resulta indefendible desde el ámbito médico de la psicología.

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