Centroamérica, violencia e inseguridad
Por Guillermo Alvarado
Centroamérica se ha convertido en una de las regiones más violentas del mundo debido, entre otras cosas, al equivocado concepto de lucha contra el crimen organizado impuesto por Washington, como podrá constatar el secretario general de la ONU, el surcoreano Ban Ki-moon, durante la visita que inicia este martes [15 de marzo de 2011] a Guatemala. El funcionario se reunirá con las autoridades locales y con los presidentes del istmo y altos funcionarios de los gobiernos de República Dominicana y Belice, para analizar la elevada inseguridad en que viven estos pueblos.
Un somero vistazo a los diarios y las estadísticas oficiales son suficientes para tener una idea de lo que está ocurriendo en la denominada “cintura de América”, transformada en corredor favorito de quienes trasladan las drogas desde el sur hacia Estados Unidos, y en sentido contrario las armas que en la nación norteña se compran con suma facilidad.
En particular los miembros del “Triángulo del Norte”, Honduras, Guatemala y El Salvador, padecen una situación agobiante por la acción de las mafias y su asociación con las pandillas juveniles, las temibles “maras”.
Estas bandas se convirtieron ya en operadores locales, distribuidores y sicarios al servicio del narcotráfico, según un estudio sobre Defensa y Seguridad en Centroamérica, publicado en enero pasado.
Los resultados más palpables son un repunte de la violencia, que llega a niveles extremos, como los ataques armados contra usuarios del transporte público, las agresiones coordinadas contra los pilotos y ayudantes de estas unidades y las extorsiones a trabajadores y propietarios.
En Guatemala el promedio de asesinatos diarios es de 16, que se dispara los fines de semana, cifra similar a la de El Salvador, aunque éste tiene casi la mitad de habitantes, en tanto que Honduras refleja una media de 14.
Nicaragua y Costa Rica sufren menos este flagelo, pero de todas maneras superan la marca de 8 muertes violentas por día, por lo que el mal se considera epidémico.
Resulta verdad que la pobreza enorme y el desempleo masivo en esta región alientan el crimen de manera natural, pero influye también el enfoque antidrogas que se impone desde Washington, que insiste en librar la lucha contra las organizaciones delincuenciales lo más lejos posible de su territorio.
Mientras desde Estados Unidos se envían armas, equipos y tecnología a militares y policías, así como fondos a los gobiernos para que hagan el trabajo sucio, el mercado negro originado en ese país pertrecha muy bien a las mafias que tienen tanto, y en ocasiones más poder de fuego que los ejércitos y los aparatos de seguridad.
Hay que señalar, además, que los carteles cuentan con una enorme capacidad financiera, que les permite corromper a funcionarios e instituciones, generalmente débiles y permeables en esta región.
A contrapelo, en Estados Unidos se hace muy poco para disminuir el consumo de drogas, limitar el tráfico de armas e impedir que el dinero originado por el narcotráfico se limpie en su sistema financiero, tres factores que son fundamentales si se quiere de verdad eliminar el trasiego de estupefacientes y otros delitos.
No sabemos si el señor Ban Ki-moon va a cerciorarse de la realidad y cómo contribuir a cambiarla, o si, casi en vísperas de la visita de Barack Obama a El Salvador, sólo va a trasladar la línea que le hayan aconsejado en la Casa Blanca. Pero si quiere ver y oír, se podrá dar cuenta de que en esta guerra Estados Unidos pone los drogadictos, las balas y el dinero y los pueblos centroamericanos ponen la muerte y el sufrimiento, un balance demasiado injusto y desolador.
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