domingo, 25 de febrero de 2018

NORMA BRUTAL

Viva mi libertad de expresión, no la tuya


MALAGÓN

Anoche, orgullosa de llegar siempre tarde a las últimas polémicas, me coincidió la condena al rapero Valtonyc con ese momento de paz en el que los niños acaban de dormirse. Primero vi un titular diciendo que la condena era por injuriar al rey y me pareció salvaje la sentencia, luego leí a un abogado pidiendo, casi suplicando, que nos leyéramos la condena. Apagué el móvil y puse la tele. Sí, estoy orgullosa de embrutecerme.
Entonces me encontré con una entrevista de Ana Pastor a Javier Gurruchaga en un vagón de tren. Hablaban del año 1988, cuando yo tenía 12, ya formaba parte de la Congregación de la Virgen de los Ángeles de Getafe y veía con mis padres Viaje con nosotros. Créanme, es compatible. El programa recordó el mítico sketch de un enano francés clavadito a Felipe González. Volví a partirme de la risa. Gurruchaga contó que esa hilarante entrevista provocó heridas en algunos socialistas. Pilar Miró, entonces mandamasa de Televisión Española, decidió emitirlo, no sin antes llamada previa al entonces presidente del Gobierno para advertirle. González reaccionó escribiendo una carta en la que calificaba a su imitador como un “hallazgo”. Me pareció todo maravilloso. Que la Miró lo emitiera, que el presidente encajara así el golpe, que nadie se quejase porque nos reímos con un enano.
El siguiente sketch tenía al Barça, Pujol y la Virgen de Montserrat como protagonistas. La Moreneta decía apesadumbrada que el niño le había salido perico, Pujol (Albert Boadella) tiraba fajos de billetes, el equipo culé acudía a pedir a su patrona una victoria ante el Real Madrid. También me reí, pero decidí que ya eran demasiadas horas en pie y me dormí.
Esta mañana me levanté y escuché, como siempre, a un señor que incita al odio y que se llama Federico Jiménez Losantos. Pedía a los oyentes información sobre el embajador español en Cuba, de apellido Buitrago, al que se le ha ocurrido ir a visitar la tumba de Fidel Castro. “Manden información para ver si nos podemos cargar la carrera de este señor”. Hermann Tertsch, probablemente uno de los periodistas con más clase para vestir y más odio que repartir, recordaba que el dictador cubano “ha sido el mayor asesino del Caribe”.  Me he metido en la ducha en vez de llamar a la Asociación de la Prensa o presentarme en comisaría a poner una denuncia. Soy una floja o quizá algo peor, una equidistante.
“Veo a los de Podemos y si llevo un arma disparo”, dijo hace un tiempo Losantos. Yo escucho esto y creo que encaja perfectamente en lo de incitar al odio, como creo que lo es querer “que explote un bus del PP con nitroglicerina cargada”. Pero debo ser yo, que estoy llena de incoherencias y grises. Porque cantaba de adolescente un rap infame que decía “Hey, pijo, de qué vas, tanto mirarme te voy a machacar” pero luego ahorraba para comprarme los lazos de lana y las colonias de Don Algodón.
Mientras hacía la cama me acordé de aquellos anónimos que se alegraron por la muerte del torero Víctor Barrio y que recibieron al día siguiente un mensaje de Carlos Herrera llamándoles hijos de puta. Dos millones de personas recibieron la bilis del periodista almeriense, que es una cosa un poquito desproporcionada para el mensaje de un señor del que ni usted ni yo nos acordamos cómo se llama. Y qué decir de Sostres, que destila odio, machismo y todas las cosas malas que acaban el -ismo como racismo y fascismo. Aquí, señores, hemos venido a defender la libertad de expresión siempre que sea la nuestra. Lo de unos es odio en mayúsculas, pero lo de otros es una gamberrada sin más, un aspirante a borroka.       
Me pregunto qué pasaría si hubiese un grupo de extrema derecha que dijese que todos los inmigrantes son mala gente, como al parecer lo son todos los policías, o todos los políticos de derechas. ¿Quién saldría a defender su libertad de expresión si también hubiera para ellos esos años de cárcel? ¿Los mismos, otros, ningunos? ¿La libertad de expresión depende de cómo sea la expresión, o de a quién se dirija?
Esta mañana hablaba con mi colega Esteban Ordóñez de este tema. Aseguraba que hay que defender la libertad de expresión en todos los flancos aunque nos afecte, porque de lo contrario quedan opiniones reprimidas que se enquistan, conducen al odio y éste a consecuencias imprevisibles. Luego hemos vuelto a coincidir en el problema de convertir a gente en símbolos, de lo peligrosos que son los bandos. He vuelto a leer fragmentos de las letras y las opiniones de gente poco sospechosa de sectarismo como el periodista David Jiménez y de Rubén López, que se define a sí mismo como “socialdemócrata, gay, feminista, culé y talaverano” y que sabe lo que es que te quieran partir la cara por no cumplir expectativas y opiniones ajenas. Activista de verdad, no torero tuitero de salón.
La condena puede ser desproporcionada, pero para eso ya hay gente como Miguel Pasquau, Magistrado del TSJ de Andalucía y colaborador de Ctxt, que dice las cosas con mucho más criterio y jurisprudencia que cualquiera de nosotros. Yo no he venido aquí a hablar de sentencias, porque soy una ignorante, al contrario que el 99% de Twitter. Yo he venido a hablar de libertad de expresión. O todas, o ninguna.

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