domingo, 11 de junio de 2017

LA VIOLENCIA QUE ORGANIZO EL IMPERIO ANGLOSAJON

Una vez hablé con el padre de un famoso boxeador argentino. El tipo vivía en España, currando de lo que podía, sin dejar que su hijo lo mantuviese y con una vida llena de apreturas. No vivía lujosamente, ni mucho menos, más bien como un trabajador que pasa con lo justo, aunque estar cerca del hijo parecía alimentarle. Le pregunté por qué no vivía en su país: «Hijo, allí no puedo salir sin mirar a la espalda. Ustedes no valoran la seguridad, salir de casa sin temer nada. No se imaginan lo que vale tener esa libertad». Me sentí orgulloso de ser español. Evidentemente nuestra seguridad es mejorable, salir a la calle a veces es un riesgo (más si eres mujer), pero es cierto que transitamos en unos mínimos de tranquilidad que no valoramos.
No quiero imaginar qué es vivir amenazado. Qué es tener que llevar escolta o tener miedo cuando entras en cada bar o cuando sales de tu casa. Me parece heroico que alguien asuma un trabajo que le obligue a llevar guardaespaldas, por ejemplo. O tener pavor a morir o a ser detenido o apaleado cada día, porque es una posibilidad que entra dentro de una ecuación de escasa dificultad. Decía Bernardo Atxaga en el documental La pelota vasca: «Cuando se acabe el conflicto, los vascos caminaremos flotando dos palmos por encima del suelo». En una entrevista que hicimos para Radio Gaga (¿les he dicho que se estrena mi nuevo programa en #0 a finales de junio?), un refugiado sirio nos hablaba de su vida en Cataluña con la plenitud que le da a alguien saber que morir ha dejado de estar en la mesa de cada día.
Usted y yo nos sentimos amenazados por la delincuencia, por el terrorismo, por las explosiones de violencia absurda que brotan a veces a nuestro alrededor en estas sociedades supuestamente civilizadas y europeas. Créanme que tenemos razones para ello. Pero imaginen la vida de quienes tienen multiplicada por 1.000 esa amenaza cada segundo de su vida y la de sus hijos. Piensen en el miedo más grande que hayan pasado nunca e imaginen sentirlo cada día. Imaginen una vida como la que me describía el padre de ese boxeador: no poder nunca dejar de mirar a la espalda. Y ahora asuman que, muchas veces, cuando rechazamos acoger refugiados como país, estamos condenando a gente a muerte o a vivir muertos de miedo. Acepten por un segundo que les pasara a ustedes. Y si, de verdad, después de pensarlo en serio, no es la acogida de refugiados un problema fundamental de nuestra agenda, pasen de página. Pero lo de Bienvenidos Refugiados no es un eslogan vacío más: es un grito que todos, los de todas las ideologías, deberíamos corear. Ni es política ni es economía. Es un alegato contra el miedo y la muerte. Nada más que eso. Que no se olvide.
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